bilbao. La vida en el universo de la Liga Endesa sigue igual. Si el fútbol es cosa de dos, el baloncesto desprende hoy en día un nítido color blaugrana. La hegemonía del Barcelona permanece tristemente inalterable. Con el riesgo de que la competición caiga en la monotonía ante la impotencia de sus rivales directos, se suceden los éxitos de un equipo que lleva camino de marcar una época a los mandos de un Navarro sobre el que ya se agotan los calificativos. Y eso que ayer se vio en una tesitura desfavorable al comienzo del último cuarto cuando dos triples de Prigioni (65-58) otorgaron al Baskonia unas, a la postre, infundadas opciones de éxito. La antesala de la catástrofe.
Como la fruta madura, el cuadro vitoriano careció entonces de gasolina y cabalgó directo al matadero. Víctima de su cortocircuito a la hora de anotar y del desgaste de sus figuras más importantes, languideció sin remisión. Estrellado ante los enormes tentáculos de ese coloso llamado Ndong y víctima del mortífero veneno del MVP del Europeo, un genio indescifrable para el que no hubo antídoto posible pese a la entrega de Ribas, el desenlace resultó demoledor. En cuanto el ogro culé afiló las garras en defensa y aprovechó la desconexión alavesa, se impuso la lógica. Con la implacable suficiencia de quien se siente superior y es conocedor de que tarde o temprano hará valer los múltiples recursos de su plantilla, el Barcelona firmó una remontada dolorosa y, al mismo tiempo, injusta para los notables méritos baskonistas.
Porque no mereció el Caja Laboral un castigo tan cruel. Durante más de treinta minutos, acarició la gesta y tuteó a un rival inabordable. Sostenido por su orden y pundonor, se vació hasta unos límites insospechados. Por eso, acudió desfondado al tramo final cuando se exigen altas dosis de temple y sangre fría. Por contra, el cuadro de Pascual opuso su oficio y anduvo sobrado de argumentos para tejer su dictadura. Además de Navarro, Huertas no se apiadó de su exequipo, Lorbek paseó su elegancia y Eidson corroboró su soberbia capacidad como multiusos. Demasiadas losas para un Baskonia exhausto que adoleció de mentes frescas para procurarse un epílogo nivelado.
Frente al rodillo catalán, reforzado esta campaña con tres acreditados solistas como Huertas, Wallace y Eidson, sólo cabe rozar la perfección en los dos aros durante los cuarenta minutos. Ante todo, creer en un ejercicio de fe casi mesiánico, evitar desfallecimientos y apelar a cualquier subterfugio para salir indemne. Con las lógicas imperfecciones inherentes a esta época del año, el Baskonia le miró a la cara a su poderoso oponente y acreditó una capacidad competitiva que se echaba de menos.
Si algo debe llevar en los genes este equipo son toneladas de casta, amor propio y mordiente a la hora luchar por cada balón. El tesón exhibido en esta Supercopa hasta el desfallecimiento final debe marcar la pauta a seguir durante los próximos meses. El dinamismo de Heurtel en la dirección constituyó el factor desequilibrante para propiciar las primeras ventajas. El galo, un fichaje poco rimbombante que no ha levantado las elevadas expectativas de otros, guió con suma maestría las operaciones a lo largo de una esperanzadora primera mitad.
Con Navarro más contenido que de costumbre por el destajista esfuerzo de sus pares -sobre todo un encomiable Ribas- y Mickeal fuera de forma pero sostenido por el espigado Ndong en la zona, el Barcelona exhibió su perfil más terrenal. El senegalés constituyó el perfecto contrapunto para Seraphin, cuyo manantial anotador se resintió ante los interminables brazos de los interiores blaugranas.
Tres cuartos iniciales de notable igualdad, salpicados de alternativas en el marcador, anticiparon el derrumbe en la recta final. Prigioni abrió el periodo definitivo con dos triples que colocaron al Caja Laboral en órbita, pero sería un bonito espejismo. Un letal parcial de 4-22 sesgó de raíz cualquier opción de éxito. Con las fuerzas minadas e incapaz de mantener la cabeza fría para liberarse de los pegajosos grilletes culés, el partido terminó como el rosario de la Aurora. Un declive para sacar conclusiones.