Vitoria. El hermano de Marcus Slaughter, pívot del Blancos de Rueda Valladolid y uno de los grandes culpables de que el cuadro pucelano se haya plantado en la Copa, fue tiroteado por el padre de su novia cuando solo tenía 18 años y Marcus era apenas un niño de doce. Ahora, el jugador vallisoletano lee la biblia en el vestuario antes de disputar un partido, y besa su apellido en la camiseta con el número 44. Es una de las muchas supersticiones que los jugadores de baloncesto acometerán estos días en la cita madrileña. Su compañero Eulis Báez, sin ir más lejos, se toma su tiempo antes de cada encuentro para alejarse del grupo y escuchar música en solitario durante al menos diez minutos.

Esta tarde, (19.00 horas, ETB-1 y Teledeporte) la fe y el recogimiento de los jugadores de Porfirio Fisac quedará puesta a prueba por la explosividad del Power Electronics Valencia. El milagro de Valladolid contra el eterno aspirante a hacerse con un hueco entre los grandes de la ACB. Y es que, en el extremo opuesto a la religiosidad de Slaughter se sitúa la más violenta manía de un hombre de la escuadra taronja bien conocido en el Buesa Arena. Siempre sonriente, Florent Pietrus se dedica a golpear en el pecho a todos y cada uno de sus compañeros antes de saltar a la cancha.

Probablemente, el ala-pívot galo deberá pegarles hoy con más contundencia que nunca para que los pupilos de Svetislav Pesic no caigan en el error de menospreciar a un Blancos de Rueda que aterriza de forma inesperada en la Copa del Rey trece años después. Si Pietrus necesita echar mano de alguna otra manía, siempre podrá recurrir a Tomás Bellas, del Gran Canaria, que siempre llama a su novia de camino al pabellón, o Jordi Trias, que acostumbra a levantarse de la cama, entrar en el parqué y en el vestuario siempre con el pie derecho. Todos buscan, ahora más que nunca, la ayuda de la diosa fortuna.