vitoria. Si Khalid El-Amin le negó hace tres días la prórroga de forma cruel con un triple estratosférico que silenció el Buesa Arena, el Caja Laboral revirtió ayer su escasa fortuna de la última comparecencia continental ante el Lietuvos. Cuando el tiempo suplementario ya alumbraba otro traspié, halló sobre la bocina una bandeja salvadora de Marcelinho Huertas para contener, al menos momentáneamente, la sangría de derrotas. Tras desperdiciar su primer lanzamiento en la última posesión, el timonel brasileño resolvió in extremis un duelo encarrilado a falta de un minuto y medio (74-67) pero que se complicó hasta límites insospechados tras una absurda antideportiva de Batista sobre la pesadilla Fitch que hizo revivir al Unicaja. Es el triste sino hoy en día del delicado enfermo baskonista, obligado a deslizarse sobre el barro como si fuera un grupo modesto, realizar un trabajo de fontanería y sufrir lo que no está en los escritos para llevarse una alegría a la boca. Las exhibiciones de antaño han pasado a la historia y, a las puertas de iniciar el asalto a unos títulos que se vislumbran como una dolorosa utopía, la tropa alavesa debe regenerarse y definir a corto-medio plazo su identidad para que las gloriosas etapas del pasado vuelvan a hacerse realidad. Por resoplidos de alivio como el producido hace unas horas, sin embargo, debería edificarse una reacción que promete ser lenta y tortuosa ante la terrible inercia negativa que abandera el rendimiento de una orquesta con varios violinistas sospechosos. Las constantes vitales del paciente azulgrana continúan débiles y su frágil estado anímico sale a relucir de manera repentina sin recibir ningún empujón. Pese a la liberación que supuso la agónica victoria ante los andaluces, hará falta un tratamiento costoso para recobrar la salud perdida en el futuro. El Unicaja, envuelto en una espiral si cabe más negativa y que sembró el pánico al apostar por la ruleta rusa del triple, evidenció la inestabilidad de un colectivo cuyos desplomes y altibajos resultan inexplicables. El cuadro vitoriano recibió, eso sí, una imprescindible bombona de oxígeno para recobrar su alicaido ánimo. Más allá de que el juego deje todavía mucho que desear, el tenebroso estado de forma obliga básicamente a apelar al pragmatismo con el fin de recuperar ciertas dosis de autoestima que los últimos pésimos resultados se han encargado de dejar por los suelos. Si bien volvió a reincidir nuevamente en errores de bulto, a diferencia de otras ocasiones el Baskonia mostró compromiso y toneladas de hambre. Lo hizo gracias a la pujanza de la vieja guardia, cuyos integrantes desplazaron por completo del primer plano a figuras residuales como Ribas, Bjelica o Sow. El último, que apura sus últimos días en la capital alavesa, fue en esta ocasión el sacrificado por el cuerpo técnico. del cielo al infierno Ivanovic dejó los experimentos de un lado y confió su suerte en un instante crítico a los elementos más solventes de su plantel. Antes de que Huertas apuntillara a los malagueños, el choque fue cocinado a fuego lento por un sobrenatural San Emeterio, cuya multidisciplinar labor evitó el despegue visitante. Junto a ellos, emergió de la nada un Logan que dejó unas excelentes pinceladas pese a haberle abandonado el acierto de cara al aro. El Baskonia se quitó un peso de encima tras un partido que retrató la vulnerabilidad de dos grandes en horas bajas. Tras un partido de perfil árido y escasa calidad en el que los errores predominaron sobre los aciertos, el cuadro alavés atravesó una montaña rusa. Arrancó de manera brillante y candó su aro en un primer cuarto donde se erigió en un muro de hormigón. Sin embargo, la irrupción de McIntyre y Tripkovic le sumió en el caso antes del intermedio. Los triples de los exteriores costasoleños metieron el miedo en el cuerpo y arruinaron el deseo de vivir una plácida jornada. Les cogió el relevo un portentoso Fitch cuya muñeca causó estragos en las postrimerías. Con el corazón de 9.300 gargantas en un puño y cuando se rumiaba un nuevo fracaso de consecuencias imprevisibles, la sangre fría de Huertas y una pizca de fortuna se confabularon para aparcar la crisis. La debilidad del paciente obliga, no obstante, a ser cautelosos sobre la recuperación.
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