En los dos años que lleva en Vitoria, Stanko Barac todavía no se ha atrevido a mantener una entrevista cara a cara, pausada y extensa, con ningún medio de comunicación. Lo suyo no es pánico a los micrófonos, es auténtico pavor. Ha convertido el escaqueo en un arte a la hora de librarse de los periodistas que en ocasiones aguardan a la salida de los entrenamientos del Caja Laboral, pero -todo hay que decirlo- cuando se ve acorralado y no le queda más remedio que responder a las preguntas, el pívot croata lo hace con la mejor de sus sonrisas. Bien es cierto que su dominio del castellano aún no es demasiado preciso, pero las cosas no cambian demasiado cuando su interlocutor le anima a expresarse en inglés.
Sirva esta curiosidad para conocer un poco más la personalidad, afable pero extremadamente tímida, del que probablemente se ha convertido por derecho propio en el jugador más importante de este nuevo Baskonia. Llegará Bjelica y continuarán los San Emeterio, Teletovic y compañía, pero la mirada -y con ellas la esperanza- de todo el entorno baskonista se depositan en la eclosión definitiva del inabarcable jugador azulgrana, que mañana mismo cumplirá 24 años.
Empapado de sudor mientras trabaja para evitar nuevas recaídas en su espalda, Barac es plenamente consciente de que el conjunto vitoriano va a necesitar más que nunca su talento innato para el baloncesto. Ese que le trajo al Buesa Arena desde el Siroki bosnio hace ya tres años y que hasta ahora sólo ha podido desplegar en ocasiones. Ahora, sin su cicerone Tiago Splitter como compañero, el jugador nacido en Mostar se topa de bruces con la temporada más importante de su carrera. De lo que sea capaz de demostrar este año dependerá todo su futuro. "Sé que ésta es la gran oportunidad para mí. Ahora necesito jugar bien", admite con su impertérrita sonrisa.
Criticado en ocasiones por su falta de carácter en la cancha, tal vez este año su nuevo vecino de taquilla le quiera impartir alguna clase de temperamento y mala leche -sin pasarse- cuando la ocasión lo requiere. Y es que la dupla interior que formará con el recién llegado Pops Mensah-Bonsu será una de las más curiosas del panorama continental. Uno aportará la explosividad y la potencia física. El otro, una clase de la que pocos hombres de su envergadura -2,17 metros- gozan en el baloncesto moderno. Porque lo que casi nadie duda es que, si finalmente el cinco baskonista acaba por gritar su talento a los cuatro vientos, se convertirá en uno de los pívots más dominantes de la Euroliga. Esos de los que carecen en la NBA y que, como bien han demostrado este verano, captan a base de talonario sin ningún complejo.
Así, después de trece días -empezó con Brad Oleson el cinco de agosto- trabajando en el pabellón de Zurbano bajo las órdenes del preparador físico, Oskar Bilbao, Barac prosigue su camino hacia la consagración definitiva. Los dos años más de contrato -con cláusulas de salida a la NBA- que le restan le otorgan al menos un billete de tranquilidad a medio plazo. Mientras sigue a la selección de su país por Internet -renunció al Mundial por su lesión en la espalda, aunque el seleccionador le inscribió en la lista previa- el Baskonia aguarda a que el pívot tome el cetro de dominio en la pintura dejado por Tiago Splitter.