- Apenas una decena de personas recorre las calles del interior del cementerio de Santa Isabel, a pesar de ser Todos los Santos. Natividad y su hijo depositan un ramo de claveles sobre la lápida del esposo y padre en un sepulcral silencio. El camposanto despierta tan muerto como cualquier otro día del calendario, de no ser por los crisantemos y gladiolos que lucen frescos sobre tumbas y panteones, vestigio de que alguien los ha visitado. Descansan junto a las familias Estrada-Ibáñez de Garayo o Latierro Castillo. También dan fe de esta arraigada costumbre de honrar a los muertos las familias Izaga Altube, San Vicente Mata, Díez Gurrea o Urquiola y Fernández de Retana y Múgica. Es relativamente pronto. Las once de la mañana de un domingo soleado de noviembre en Vitoria.

Los vendedores de flores apostados a la entrada del camposanto vaticinan que hasta el mediodía no habrá movimiento. "Ni falta que hace, mejor que no se concentre mucha gente", apunta Alberto, a punto de retirarse del negocio. Lleva más de veinte años acudiendo a la cita, pero 2020, el año de la pandemia, será el último, ya que echa la persiana a su vivero de forma definitiva.

Extremadamente concienciado con las medidas anti covid ha dispuesto su puesto en dos hileras paralelas, de tal forma que las plantas de crisantemos amarillos, violáceos y blancos sirven de parapeto para mantener la distancia adecuada con los clientes. "No es por estética sino para que no se acerquen a mí; si hacemos las cosas medianamente bien, bajará la curva de contagio, pero no lo estamos haciendo nada bien", censura. Considera que "el confinamiento total es la única forma de doblar el espinazo a la enfermedad". Explica que ha trabajado muchos años con enfermedades que acechan a las patatas y, salvando las distancias, conoce el exhaustivo control que hay que tener para que el mal no pase de una a otra. Ya en abril, Alberto registró una petición de firmas en la plataforma change.org pidiendo que no se saliese a la calle sin mascarilla. "¿Sabes cuántos me firmaron? Uno, mi hijo", sostiene.

Pandemia aparte, asegura que, aunque la gente sigue visitando a sus seres fallecidos cada 1 de noviembre, la afluencia es cada año menor. "Cuando empecé a venir había diez puestos de flores y plantas, ahora apenas quedamos cuatro", indica señalando a su alrededor. "Y este año, los mayores no tienen que venir, mejor que se queden en sus casas", recomienda.

Nada más acceder a Santa Isabel, un cartel reza que se recomienda que la visita al cementerio no exceda los 45 minutos y los grupos no superen las seis personas. Y así sucede a esta hora. Juan Miguel y Dani buscan el panteón de los Sáenz de Olamendi, en la calle San Prudencio del camposanto. "Allí están mis padres, tíos, primos... y mi madre", recalca Juan Miguel. "No creo mucho en Dios, pero vengo para ver cómo está". Y, aunque no lo ve demasiado limpio, se congratula de los tres centros de plantas que embellecen la losa.

Junto a la tumba en la que descansa el militar Bruno Villarreal, Natividad y su hijo sí rezan a su esposo y padre. Algunos, como Juanjo, aprovechan la paz del camposanto pata recorrer en solitario las placas en memoria del catedrático y cervantista Julián Apraiz, del arquitecto Miguel Apraiz y del pintor Juan Ángel Sáez. La memoria de todos ellos reposa en Santa Isabel, al igual que la de la larga lista de fusilados por sus ideas políticas en el muro del cementerio entre 1936 y 1945.

Santa Isabel. Este cementerio toma el nombre de una antiquísima ermita y su barrio contiguo. Fundado a principios del siglo XIX con enterramientos masivos tras una epidemia de tifus, el camposanto fue elegido por el Ayuntamiento de Madrid como ejemplo para futuros cementerios de dicha ciudad pues, según sus informes, "es sin disputa uno de los cementerios más bonitos y completos de España", destaca el Ayuntamiento de Gasteiz en su páginas de turismo. Actualmente no puede ampliarse al estar integrado en la ciudad y sólo se permiten los enterramientos en panteones ya adquiridos.

Sostiene este propietario de un vivero a la entrada del cementerio de Santa Isabel, mientras atiende su puesto de plantas y flores en Todos los Santos.

Sostiene mientras busca el panteón de la familia Sáenz de Olamendi.