La profecía de Laura y Josu se cumplió. “Claro que va a subir. El Alavés regresará a Primera el año que ha nacido Lucía. Les va a dar suerte”, indicaban eufóricos estos dos jóvenes aficionados albiazules, que sujetaban en brazos a su bebé de cinco meses.
Una nueva seguidora más del cuadro babazorro. Su aita Josu mostraba orgulloso el carné de socia de su pequeña. Ilusión a raudales en todos ellos por disfrutar de un ascenso que, cómo no, fue muy sufrido. Al borde del final de la prórroga. Agónico. Es el sino del Alavés.
“Subir sin sufrir no tiene gracia”, aseguraban Jordi, Paula, Nerea e Irene desde la entrada de la Kutxi. ¡Qué bien les supo a todos ellos!. Confiaban y al final elequipo les dio una enorme alegría. “Es que el Alavés es un sentimiento. Hay que vivirlo”, aseguraban sin poder ocultar su emoción los hermanos Laura e Imanol Ortiz en una calle Cuchillería que era un hervidero de aficionados albiazules animando a su equipo. “Ale, Alé, Alé, Glorioso Alé”, se podía escuchar a la entrada del 1 y de un 7 abarrotados de seguidores albiazules que vivían con pasión el encuentro”.
Los gritos de “uuuy” al comprobar como el chut de Villalibre se marchaba alto se escucharon en toda la calle. No pasaba nada. Había que seguir animando y así se hizo. Aplausos a los jugadores albiazules por su entrega. Ánimos constantes, con la confianza de que sus gritos y su empuje pudieran recorrer más de 500 kilómetros y llegar hasta Valencia.
“Hay que animar. Se puede”, gritaban un numeroso grupo de amigos ataviados con camisetas y bufandas albiazules en la Cuchillería. La confianza de todos ellos era máxima. “¡Qué se sube, hombre!”, comentaban en la mitad de la primera parte Gema y Jon, pensamiento que era compartido por todos los seguidores albiazules que seguían el partido desde el 7, pese a todos los juramentos que lanzaron en arameo tras la clara ocasión que falló Luis Rioja. No pasa nada. Había que creer.
Así lo veían al menos Catalin, Pili y Nacho mientras atendían a sus clientes en el Deportivo Alavés. La tensión se palpaba en el ambiente. A unos pocos metros, en el Victoria un grupo de pequeños seguidores albiazules se desgañitaban ante el televisor. Nervios. Muchos, muchos nervios.
¡Qué sufrimiento! Agonía. Al menos, desde la barra quisieron poner algo de tranquilidad. Los camareros del Victoria tenían fe. Así lo veía al menos, Víctor, camarero de este céntrico local de la Plaza Nueva. “Soy positivo. Van a subir”. Otro pitoniso que acertó.
Vitoria entera confiaba. En el casco viejo, en la Plaza Nueva y hasta los locales de la calle Gorbea, en el Toba, la confianza en el ascenso albiazul era clara. Más aún tras el asedio al que estaba sometiendo el Alavés al Levante en la segunda mitad. El gol no llegaba, pero la afición babazorra tenía claro que había que seguir intentándolo.
“El Glorioso nunca se rinde”, gritaba un numeroso grupo de aficionados. “¡Qué sí, que sube”, insistían Alberto y Bea, opinión que compartían en otro lado del local Andrea, Irati y Nagore. Acertaron. El gol de Villalibre al final de la prórroga les dio la razón y de paso sirvió para desatar la euforia y comenzar una fiesta que iba a ser muy larga.
“En Vitoria no duerme ni Dios. Que Villalibre toque la trompeta desde la balconada”, coreaban Iker y Esti en una efusiva fiesta improvisada en la Kutxi mientras celebraban el ascenso. Fiesta total.