- El cambio de cromos que se dio en el banquillo albiazul al comienzo de 2021 fue, ante todo, sorprendente. A pesar de que el equipo estaba inmerso en una mala dinámica, la clasificación aún mostraba al Alavés fuera de los puestos de descenso y las miradas por los últimos malos resultados apuntaban más al terreno de juego que al propio Pablo Machín. Esta decisión tan radical -y arriesgada- por parte del club debía tener detrás un plan y un protagonista que no dejaran dudas. Un capitán que fuera capaz de ganarse a su tripulación y que encauzara el rumbo del navío albiazul.
Las opciones que se le presentaron a Sergio Fernández para cubrir esa vacante en el banquillo fueron muchas, pero, entre ellas, solo una sería realmente entendida y aplaudida por la afición alavesista; la del Pitu Abelardo. El gijonés estaba libre, conocía el club y su paso por Vitoria -exceptuando aquella fatídica segunda vuelta en 2019- había dejado un buen recuerdo.
El comienzo no fue sencillo, más bien todo lo contrario. El Alavés fue despachado de la Copa del Rey por el Almería y las sensaciones contra el Real Madrid no fueron mucho mejores. Sin embargo, ante el Sevilla ya se empezaron a ver detalles de lo que Abelardo esperaba conseguir en su segunda etapa en Vitoria. Detalles que, pocos días después, se confirmaron en el Coliseum, donde se vio una intensidad digna de un equipo de la máxima categoría y, además, una de las actuaciones defensivas más serias de la temporada.
No obstante, aunque el empate sirvió para romper con esa mala racha de derrotas, la plantilla necesitaba una victoria que supusiera un golpe de moral y alejara al club levemente de los puestos de descenso. Situación en la que se había metido en la anterior jornada y que, sin ser demasiado preocupante debido a la cantidad de partidos que aún quedaban -y quedan- por disputar, sí podía crear cierto nerviosismo dentro del vestuario. Esa victoria tan esperada llegó el pasado viernes y, seguramente, frente al mejor rival posible.
En un partido tan importante tanto para el Alavés como para el Real Valladolid, la intensidad se suponía como un factor diferencial y, al fin, el Glorioso fue capaz de sobrepasar al rival en ese aspecto. Los jugadores saltaron motivados al césped de Mendizorrotza y, como si un duelo entre samuráis se tratase, fueron capaces de maniatar al Pucela y de ganar el partido sin apenas golpear -metafóricamente hablando- a un rival que en ningún momento dio señales de querer llevarse los tres puntos ni creó peligro en el área de Pacheco.
Este cambio de actitud tan evidente fue lo que buscaba la dirección técnica con la llegada del Pitu, un entrenador que, aunque algo limitado tácticamente, es experto en lo que se refiere a la gestión del vestuario y en trabajar planteles que, ante todo, son competitivos. Algo que Machín no había conseguido y que el Alavés necesitaba urgentemente tras la paupérrima actuación post-confinamiento de la pasada temporada.
Otro de los problemas que se encontró el técnico albiazul al llegar a Vitoria fue el evidente bajo rendimiento de varios jugadores que, en su día, habían sido de una u otra manera relevantes para el equipo. Martín, que no había tenido prácticamente protagonismo con el soriano y cuyas apariciones tampoco habían sido positivas, sustituyó a Ximo en la segunda parte y fue clave en la faceta ofensiva con varias llegadas por banda y dos centros peligrosos -uno de ellos acabó en gol de Joselu- que hacía bastante tiempo que no se veían salir de las botas de un jugador albiazul.
Manu García y Tomás Pina, a quienes nadie esperaba volver a ver en el once inicial antes de la llegada de Abelardo, rindieron a un gran nivel -defensivamente, eso sí- y Lucas Pérez, que parecía estar completamente fuera de la dinámica del equipo, volvió a ser el eje de la faceta ofensiva y demostró una vez más por qué debe ser titular siempre que las lesiones se lo permitan.
Sin embargo, aunque la actitud sea decisiva en muchos partidos y, además, algo innegociable para todo futbolista que vista la camiseta albiazul, no todo recae ahí. Futbolísticamente, sobre todo en tareas defensivas, también ha habido un cambio. El equipo está recuperando esa fortaleza tan característica que le ha mantenido cinco años en Primera División y buena muestra de ello son los dos partidos consecutivos con la portería a cero que acumula. Este hecho, que a priori no parece especialmente complicado, no se daba en el Alavés desde noviembre de 2019 cuando -con Asier Garitano en el banquillo- se venció, curiosamente, al Real Valladolid por 3-0 en el coliseo albiazul y al Eibar por 0-2 en Ipurua.
De todas formas, aunque la alegría por la victoria aún siga en la cabeza, es importante mantener la cautela. El Alavés ha firmado un par de partidos positivos, pero aún debe mejorar -sobre todo, en la faceta ofensiva- y estar preparado para afrontar los malos momentos que, ciertamente, volverán. Lo único seguro es que, después de tantas semanas viendo un grupo que prácticamente parecía descendido, la imagen dada frente a Getafe y Real Valladolid permite creer en una nueva permanencia.
Con una simple mejoría de la actitud y sin necesidad de hacer un fútbol de muchos quilates, ha bastado para emitir señales más positivas
El conjunto vitoriano ha logrado encadenar dos partidos ligueros con su portería a cero la friolera de quince meses después
La victoria ante el Pucela hace respirar a un Alavés que abandona los puestos de descenso pero aún tiene mucho trabajo por delante