Vitoria - Una semana lleva el Deportivo Alavés rumiando y tratando de digerir una primera derrota de la temporada que fue consecuencia de un partido de desastrosa factura por parte del conjunto vitoriano, quien, pese a verse ampliamente superado durante muchos minutos en lo futbolístico, tuvo un arranque de raza que a punto estuvo de propiciar un empate que hubiese salvado los muebles. No en vano, el resultadismo tiene que ser obligatoriamente la bandera de un equipo cuya única aspiración es la permanencia en Primera División una temporada detrás de otra, pero ante el Sevilla se evidenció que son necesarios más argumentos que la pelea y el corazón para sumar de tres en tres. Tras una intensa semana de trabajo en Ibaia, sobre todo tratando de encontrar soluciones a los problemas ofensivos que el equipo vitoriano arrastra en este arranque de curso, el derbi contra el Athletic se afronta como la oportunidad para recobrar el impulso tras esa significada derrota, mucho más dolorosa por las formas que por el fondo.

Si algo positivo se puede sacar de ese primer tropiezo es esa imagen de que El Glorioso va a ser un equipo que se agarra a los partidos como a un clavo ardiendo. El Sevilla le pasó por encima durante una primera parte en la que los albiazules fueron zarandeados, pero solo un lanzamiento de falta ejecutado con maestría por Joan Jordán dio a los hispalenses la ventaja que se merecieron. Y ya en la segunda parte, el conjunto de Asier Garitano se convirtió en un vendaval de pasión que a punto estuvo de conseguir el empate, aunque los argumentos emocionales estuviesen muy por encima de los futbolísticos.

Precisamente, la cuestión pasional se perfila de nuevo como un factor clave esta tarde en San Mamés. Los derbis no se juegan; los derbis se viven. Y salir con un talante apocado frente al Athletic en su feudo es sinónimo de ser inmediatamente barrido del césped sin remisión. Y es que esta versión del cuadro rojiblanco, fotocopia de mejor calidad de lo que pretende ser el Alavés, entronca a la perfección con la historia de dicho club que con su nombre e historia ha provocado durante muchos años miedo escénico en sus rivales. Y bien sabe de esto El Glorioso, que antaño, incluso en su época dorada, se achicaba al pisar la vieja Catedral.

Por fortuna, el Alavés actual ha demostrado ser bastante diferente a sus antepasados en ese sentido y los últimos tres derbis en Bilbao los ha afrontado de igual a igual. La línea es conocida dentro del vestuario y esa tendencia se tiene que seguir hoy de manera obligatoria de nuevo para tener aspiraciones al triunfo ante un rival que hace casi un año que no pierde como local y que ha arrancado el curso como un tiro asentado en su solidez defensiva.

Y es que, de Garitano, Asier, a Garitano, Gaizka, cambia el nombre, pero se comparte el apellido y también el estilo. Si uno de los dos contendientes se mira en un espejo, la imagen que verá reflejada será la de su rival de esta tarde. Porteros excepcionales, defensas robustas, centros del campo poderosos, la idea de buscar el peligro por las bandas y con servicios al área, la potencia en el juego aéreo y la tendencia a dominar a través de las segundas jugadas con un juego donde el poderío físico prima sobre la excelencia técnica. Y también dos equipos con ciertas dificultades para encontrar el camino a la portería rival, aunque el Athletic con mayor calidad arriba -los jugadores de mayor talento albiazules aún no han sacado a relucir sus virtudes- y esa pieza diferencial que supone la velocidad de Iñaki Williams.

El Alavés tiene claro que tiene que frenar todas esas amenazas y tratar de aprovechar alguna de las ocasiones que se le presenten -tiene que mejorar en este sentido sustancialmente, ya que hasta la fecha apenas ha generado oportunidades- para llevarse un derbi que se presume cerrado y de mucha disputa, con encarnizados duelos individuales. El Glorioso sabe de sobra el camino de antemano, pero habrá de interpretar el guión sobre el césped para desterrar sus malas sensaciones.