Vitoria - El Deportivo Alavés anunció el pasado viernes que había alcanzando su tope histórico de abonados con 17.603, pero es evidente que las tradiciones en Vitoria siguen estando por encima del fútbol. Y dichos usos señalan que, históricamente, la ciudad pierde a gran parte de su población en el periplo que va desde la conclusión de las Fiestas y prácticamente la última semana de agosto. Período habitual del disfrute vacacional y cuestión que siempre conduce al club a solicitar que el primer partido de la temporada se dispute siempre a domicilio. Una petición que LaLiga no ha estimado este año y que propició que en Mendizorroza ayer se vieran muchos más asientos libres de lo habitual. Y es que en Vitoria ni el fútbol sobrevive a la arraigada costumbre del cerrado por vacaciones. Así, la asistencia -con gente sacando entradas en las taquillas antes del partido y mínima presencia de aficionados del Levante- se quedó en 12.029 espectadores, una cifra muy lejana a la que será normal cuando la capital alavesa recupere el pulso.

Eso sí, unos cuantos millares arriba o abajo, lo que no falló fue ese ambiente que de un tiempo a esta parte se genera en el estadio del Paseo de Cervantes. Mientras la temperatura ambiental bajaba, la de Mendizorroza se iba incrementado según se acercaban las cinco de la tarde. Con Iraultza 1921 de nuevo a pleno pulmón -se notaban bajas en su zona, pero aún así era de las más pobladas del estadio- a pesar de seguir manteniendo su simbología oculta -siguen a la espera de que se les deje de considerar un grupo potencialmente peligroso y la pancarta principal estaba tapada-, la caldera fue subiendo grados con la salida al campo de los equipos y el himno del Glorioso -la nueva canción de LaLiga no llegó a distinguirse y lo que no faltó fue el ya típico Tebas vete ya antes y durante el partido- atronando en la megafonía.

Aunque desde la patronal hay un plan para todo el previo del partido que se tiene que cumplir al milímetro, el mismo se demoró ayer un poco, habrá que ver si con consecuencias en forma de multa o no. El homenaje a los campeones europeos sub’21 Martin Aguirregabiria y Antonio Sivera, el momento de recuerdo a los alavesistas fallecidos en el último años -no se puede hablar de minuto de silencio, pues fueron apenas un puñado de segundos porque el árbitro ya veía que el partido empezaba con retraso- y la tardanza de los asistentes de Soto Grado para comprobar el perfecto estado de las porterías propició que casi pasaran dos minutos de las cinco en punto cuando comenzó el partido.

Con el pito inicial, la fiesta regresó a Mendizorroza. A pesar de que había mucha menos gente que de costumbre, la grada se convirtió de nuevo en un bastión fundamental, con grandes ovaciones a todos los protagonistas. Mención especial para el cariño que recibió Fernando Pacheco, por si alguien había olvidado que es una de las figuras legendarias de este club. La grada se volcó para ejercer de empuje en busca de ese gol que propició la primera gran explosión de la temporada y también para ayudar en el ejercicio de supervivencia defensiva que realizó el equipo en los minutos finales. Y, cuando llegó el pitido final, la celebración en el Paseo de Cervantes por los tres puntos -solo faltó sacar un trofeo- fue similar a la de las grandes ocasiones.