Se caracteriza el Deportivo Alavés por ser un equipo que trabaja de manera soberbia en el plano defensivo, un auténtico dolor de muelas para unos rivales que saben que van a tener que sudar tinta para encontrar el camino hacia la portería de Fernando Pacheco cuando el entramado de contención vitoriano está delante. Esa eficiencia que corona un enorme despliegue físico y táctico colectivo es uno de los mejores argumentos del cuadro de Abelardo, que suele basarse en ese trabajo atrás para afilar las garras y aguardar para la recuperación y el contragolpe. La versión albiazul habitual, que ayer ni de lejos apareció sobre el césped del Wanda Metropolitano. En el feudo del Atlético de Madrid, El Glorioso se mostró carente de contundencia y concedió un exceso de facilidades al conjunto rojiblanco, que aprovechó a la perfección esa extraña, por inhabitual, candidez de los alavesistas.
Ya desde los primeros minutos, el equipo de Diego Simeone se mostró excesivamente cómodo sobre el verde. El trivote vitoriano no era capaz de cerrar los espacios y llegar a la presión sobre el balón. Vivía el Atlético cerca del área de Pacheco, aunque con más sensación de riesgo que peligro real. Así hasta que en un desplazamiento en diagonal de Lemar se abrió en la zaga un socavón inexplicable. El extremo zurdo galo no se encontró ningún impedimento para armar el pase; menos oposición aún tuvo Arias en su cabalgada por la banda, ya que ni Jony le siguió en la marca ni Duarte llegó a tiempo a cerrar el espacio; libre de marcaje, el lateral colombiano tuvo todo el tiempo del mundo para servir al área, donde Kalinic le ganó la partida a Navarro para marcar con la barriga el 1-0 y castigar la sucesión de tibiezas de la zaga visitante.
Curiosamente, la mañana de ayer fue de rarezas en el Metropolitano. Porque si blando estuvo un equipo habitualmente duro y correoso como el Alavés, no menos tibia fue la defensa de un Atlético que durante toda la segunda parte vio amenazada su portería. Si el gol albiazul no llegó no fue por falta de oportunidades, sino por negación en la puntería. La realidad se encargó de romper el guión escrito de antemano y que hacía presagiar dificultades siquiera para ver ocasiones.
Tras estrellar un cabezazo en el palo Giménez en el arranque del segundo acto, los albiazules se volcaron sobre la portería de Oblak y esa insistencia les acabó condenando. Fallaron los madrileños una primera contra que Arias estrelló contra el lateral de la red, pero a la segunda Griezmann castigó a un equipo en el que solo Laguardia fue capaz de replegarse tras un rechace en la frontal local que acabó en el 2-0. Poco después, tras desviar con apuros Pacheco un disparo a bocajarro de Correa, se encontró el rebote Rodri solo en el área pequeña para marcar el tercero y castigar la falta de contundencia vitoriana.