Bilbao - El Athletic sumó ayer una victoria ante un Deportivo Alavés que apareció en San Mamés en lo físico pero no en lo anímico. Había exigido Abelardo un nivel de intensidad extraordinario para hacer frente a un equipo tan impetuoso como el rojiblanco, pero no debieron captar sus jugadores ese mensaje y se alejaron lo máximo que pudieron de las que venían siendo las señas de identidad de este equipo desde la llegada del técnico gijonés a su banquillo. El Glorioso perdió como se pierden muchos partidos, pero en esta ocasión lo hizo por su propia incomparecencia durante los más de noventa minutos que duró un derbi que recordó excesivamente a los que históricamente se han vivido entre estos dos equipos y que se olvidaron por completo la pasada campaña.
No le alcanzó al Alavés ni siquiera para convertirse en una caricatura de sí mismo. Prácticamente, once camisetas pululando sobre el verde como si no les fuese la vida en ello. Que les va, por si alguien se ha olvidado ya. Perder es un resultado que entra siempre de lo esperable, pero hay formas y formas. Del Metropolitano regresó el equipo a casa convencido de que era la línea a seguir para conseguir la permanencia; de Bilbao lo hizo sabiendo que si muchas veces se repite lo de ayer se irá al pozo sin ni siquiera pelearlo. Cabe esperar que fuese el borrón puntual de un equipo al que en el aspecto actidudinal poco se le podía achacar desde la llegada de Abelardo al banquillo.
un equipo diminuto Peor que el resultado fue aún la imagen que trasladaron ayer los vitorianos de ser incapaces de engancharse al derbi en ningún momento. No salieron enchufados en lo anímico y les falló también lo futbolístico. Los jugadores albiazules parecían diminutos en un campo enorme que les era imposible abarcar y la sensación de que los rojiblancos doblaban en número a las huestes alavesistas fue una constante de principio a fin.
Sin capacidad para cortocircuitar el juego local, las brechas en el entramado defensivo se fueron abriendo de manera alarmante y solo Fernando Pacheco y su capacidad para achicar agua evitó un descalabro aún mayor. De este modo, no hubo reacción al tempranero gol de Etxeita -propiciado por un desvío de la pelota de Maripán- ni tampoco al de Aduriz con un penalti inventado en la segunda mitad que acabó resolviendo un derbi en el que el Alavés ni siquiera fue capaz de generar una sola ocasión medianamente clara. Una derrota por incomparecencia con una imagen que no se puede repetir.