El Deportivo Alavés en estos momentos se parece excesivamente al niño que no tiene ni la más remota idea de qué quiere ser cuando se haga mayor. Un equipo, si es que le alcanza para definirse como tal, sin pies ni cabeza desde su misma concepción fue el que se pudo ver ayer en Vigo, desde la elección de los jugadores hasta el desarrollo del mismo sobre el césped. Al Glorioso le queda todavía mucho trabajo por delante para ofrecer unas mínimas garantías, pero lo fundamental es que desde la dirección de Luis Zubeldía se aclaren las ideas cuanto antes para que, a partir de las mismas, se pueda proceder a la construcción del nuevo proyecto.

El técnico alavesista incide en algunos aspectos en su discurso, dibuja equipos que se corresponden a esa idea y después no hay ni siquiera la más mínima intención de que la misma sea desarrollada. El viernes hizo hincapié en su deseo de que sus jugadores tengan un mayor control del esférico en los partidos y ayer dispuso una alineación con futbolistas que, sobre el papel, brillan con el balón en los pies. Pero, llegada la hora de la verdad, esa teórica apuesta se convirtió en un grupo agazapado que sucumbió irremisiblemente en la posesión y que ni siquiera hizo el amago de dar tres o cuatro pases seguidos cuando pudo hacerlo.

Zubeldía sorprendió con un centro del campo en el que entró un Dani Torres que ni siquiera había debutado al lado de Tomás Pina, dejando por delante a tres mediapuntas como Óscar Romero -llegaba de encadenar dos partidos enteros con Paraguay y solo había completado un par de entrenamientos desde su regreso-, Enzo Zidane y Burgui, muy bien dotados técnicamente. Con esas piezas, la intención de reclamar el esférico y manejarlo parecía bastante clara, pero la previsión no se correspondió con lo que se pudo ver en la realidad.

El Alavés se replegó durante muchos minutos en su propio campo, no fue capaz de presionar la salida del juego del Celta al no contar con los elementos adecuados para esa labor de desgaste y, encima, cuando recuperó la posesión no hizo ni el amago de buscar la conexión entre esos jugadores de talento de que disponía, que encima hacían aguas una y otra vez cuando les tocaba esforzarse en defensa.

Las apariciones de Alfonso Pedraza y Bojan Krkic fueron de lo poco rescatable de un equipo que tiene que aclarar cuanto antes cuál va a ser su identidad. La lógica señala a una versión aguerrida que busque morder a los rivales, pero la tipología de los futbolistas que Zubeldía maneja y su propio ideario señalan justo en la dirección opuesta. Si el Alavés pretende reclamar el balón y tratarlo con mimo, lo que no puede permitirse es ofrecer la imagen de colectivo deslavazado sin capacidad alguna para generar conexiones entre sus elementos. Como ayer en Balaídos, donde jugó sin pies ni cabeza.