oSASUNA parte como uno de los claros candidatos al descenso. Penúltimo en la clasificación, con un balance de un triunfo y cuatro empates al cabo de diez jornadas de campeonato, su recorrido se ajusta a esa previsión que le concede escasas probabilidades de conservar la categoría. En el delicado contexto en que se mueve, acaso su mejor baza sea que lo tiene asumido, lo que siempre es un buen punto de partida para intentar voltear el pronóstico. Al menos, públicamente Enrique Martín Monreal ni se engaña ni vende humo, prefiere recordar constantemente quiénes son, él por delante y la plantilla que dirige, que vienen de un ascenso conquistado “de casualidad” y que los argumentos que manejan para desenvolverse en la élite se reducen básicamente a implicación y mucho trabajo.

Concretado el diagnóstico, Martín Monreal se aferra a los ideales que le han inspirado en la accidentada era moderna de la entidad. En su dilatada hoja de servicios prestados a la causa rojilla, el producto de casa ha sido clave para eludir un par de traumáticos descensos a los infiernos de Segunda División B, así como para sorprender a propios y extraños antes del verano con una serie de victorias que valieron para meter el morro en el play off al que Osasuna no estaba llamado y una vez dentro frustrar el salto a Primera de dos conjuntos, Nàstic y Girona, de superior potencial.

El futbolista de la tierra es el secreto que explota un técnico que representó a la perfección esa filosofía en su época de jugador compartiendo línea de ataque con José Manuel Etxeberria y Patxi Irigibel. A menudo, Martín se refiere a modo de advertencia a los sucesivos proyectos de Osasuna que con resultados negativos priorizaron el fichaje sonoro, dejando en un segundo plano la cantera. Pero la voluntad choca con la realidad: el reciente traspaso al Borussia Dortmund de Mikel Merino, la pieza más valiosa tallada en Tajonar, arroja luz sobre el estado económico del club, otro factor que reforzaría la apuesta por la promoción de lo que viene de abajo. Osasuna no puede picotear en el mercado con garantías, su fragilidad financiera se lo impide.

Sin discutir una coma al planteamiento del entrenador, el problema estriba en que el nivel del jugador local no permite en la actualidad consolidar un equipo lo suficientemente bueno para codearse en Primera División. Ello no quita para que sean mayoría en las alineaciones. Los hermanos Flaño, Unai y David García, Oier Sanjurjo, Roberto Torres, Berenguer y los menos asiduos Otegui, Olavide o Buñuel, son la savia rojilla. Oier es el alma, el comodín que baila por todas las demarcaciones en función de lo que el míster precise, mientras Torres se encarga de poner criterio y el último pase. Son la correa de transmisión de Martín Monreal sobre la hierba.

El nuevo ídolo de El Sadar se llama Sergio León, pretendido por el Eibar y captado del Elche previo pago de 1,7 millones. Cuatro goles y un puñado de acciones espectaculares le han encumbrado. Es la gran esperanza, mientras el otro delantero, Oriol Riera, un ariete de gran envergadura que cumple su segunda etapa no podrá jugar esta tarde por lesión.

la calidad El acierto no se encuentra entre las virtudes de Osasuna, donde prevalece un estilo marcado por el esfuerzo físico y la entrega, recursos que a duras penas palían el déficit de calidad. Esto último, que en palabras del entrenador serían los “detalles”, ha cavado la tumba del equipo en varias citas. Errores en ambas áreas, más acusados y frecuentes en la propia, lo cual se traduce en una media de dos goles recibidos por partido. La última derrota como local, ante un Betis gris que se aseguró los tres puntos en tiempo añadido con un golpe franco mal defendido por la defensa y el portero, ilustraría la dura realidad del equipo.

Osasuna echa el resto por sumar aunque sea de uno en uno, comprobado que la victoria es un objetivo muy caro. Solo ha podido ganar al Eibar, en una tarde loca que provocó el enfado de José Luis Mendilibar por el relajo que percibió entre sus hombres. Martín Monreal no pudo contenerse, casi ni saboreó la hazaña, consciente de que “algunos estaban esperando que perdiéramos para que me cepillaran”. Sus detractores todavía no se han enterado de que Osasuna es de Primera División por casualidad.