Vitoria - Va a recordar sus tres décadas como médico del Alavés, aunque si se empieza a contar desde su primera experiencia club se pasó cuarenta años ligado al club.

-Hay que sumar dos etapas. La primera, en la que entré como mirón, como estudiante, como ayudante y aprendiz del doctor Gay-Pobes y posteriormente ya siendo parte del propio cuerpo médico con Gay-Pobes, luego yo solo, posteriormente con Manu Goienetxea y Juan Luis Zunzunegui, después con otros compañeros... Al final yo siempre era el que se quedaba ahí.

Todo ese tiempo da para mucho.

-Me ha servido para querer todavía más al Alavés y sentir el club desde otro prisma diferente al de aficionado que tenía antes. Ha sido una forma de vida. Había un presidente que decía que si me pinchaban no salía sangre roja, salía sangre azul y blanca. Es exagerado, pero esa frase que me dijo Gonzalo Antón es una de las cosas que más me han gustado que dijesen de mí.

El recorrido médico durante un período de tiempo tan largo habrá dado de sí para una evolución descomunal en todos los sentidos.

-Partíamos de una medicina muy primaria. La enfermería al principio era virtual, no existía. Ahora diríamos que está en la nube. Pero en la actualidad tenemos unos servicios con medios materiales y humanos, con espacio y con tecnología.

Ha vivido la profesionalización del club a nivel de organización y, por tanto, también a nivel médico. ¿Qué había en sus comienzos?

-¿En la enfermería? Una camilla y poco más. Las manos de Ángel, el masajista. Yo decía que la enfermería radicaba en la calle Manuel Iradier, donde el doctor Gay-Pobes, y la otra parte estaba en la Policlínica. Y poco más: un fonendoscopio, una gradilla y posteriormente una bicicleta estática que me la llevé de mi casa y por lo que mi mujer se enfadó mucho.

De esa primera etapa habla usted de tres elementos fundamentales. El primero, una camilla que aún debe existir.

-Existe, aunque ahora no sé dónde está. Antes estaba en un almacén en el viejo Mendizorroza.

Segundo, la bicicleta estática que usted mismo aportó.

-Me consta que sigue existiendo. A mi mujer le tuve que comprar otra.

Y las vendas usadas que usted se llevaba de la Policlínica, se esterilizaban y se usaban de nuevo.

-Las vendas y, posteriormente, las grapadoras. Gonzalo me decía que no había presupuesto para el apartado médico y me las tenía que apañar como podía. Luego algo había, pero fue una época precaria. Teníamos que esquilmar de todos los lados. Al principio no era tan precario, pero a finales de los ochenta todo se puso peor. No había dinero y teníamos que apretar de todos los lados. La política del club era pagar un seguro y ya está. El seguro tiene unas prestaciones que son las mismas que tiene un equipo de Regional. Depende de lo que pagas y no siempre va acorde con lo que la categoría del club exige. El club comenzó a sanearse a todos los niveles cuando se convierte en sociedad anónima y se produce la capitalización. Entonces ya hubo pasta.

Una de las claves en el salto cualitativo es el acuerdo con el Centro Municipal de Medicina del Deporte de Mendizorroza.

-Fue una gestión que hay que poner en el haber de Javier Zubillaga, en una época en la que también estaba en el club Julen Masach. Entonces es cuando el club empieza a tener una estructura más profesional. Hasta entonces, yo estaba solo; demasiado solo. Fluyó mi buena relación con Juan Gandía, que puso a mi disposición los medios municipales. Al principio tuvimos que hacer truquillos para que se atendiese a los jugadores, pero después se firmó un convenio con el Ayuntamiento. A raíz de ello, comenzaron a colaborar con el club Manu Goienetxea y Juan Luis Zunzunegui, que después ya entraron en la estructura. Para mí fue un descanso porque ya no estaba solo.

Gaisán, Goienetxea y Zunzunegui. Los tres mosqueteros.

-Muchas horas de vuelo. Y tuvo que venir el innombrable para romper el grupo. Zunzu no lo aguantó, aunque yo le intenté convencer diciéndole que no podía permitir que un tipejo como ese nos rompiese la unidad, pero no lo aguantó más. Fueron años de una relación personal muy intensa que se extendía a nuestras parejas. Eran habituales las cenas, incluso con los jugadores. Yo siempre he tratado de ser amigo de los futbolistas, pero no cómplice ni colega.

Durante esa etapa, el club estaba en la vanguardia médica.

-Cuando estábamos en Primera, el reconocimiento era gratificante. Nos sentíamos muy reconocidos. Igual más que en Vitoria. El potencial médico del Alavés venía asociado a lo que aportábamos cada uno más que por lo que tenía el club. Manu y Juan aportaban la infraestructura del Instituto Municipal del Deporte y yo aportaba los servicios médicos de la Federación Alavesa y el organigrama de la Policlínica. Eso nos daba una capacidad de respuesta en forma de exploraciones complementarias muy superior a la que hoy en día tienen equipos de Primera.

Hemos hablado de los cambios en el club y en la medicina, de su profesionalización, una cuestión que se extiende también al jugador.

-Completamente. Los futbolistas de la última época ya se dedicaban en exclusiva a ello y sabían a lo que venían. Yo siempre he dicho que el jugador, salvo excepciones, cuanto más calidad y más arriba ha llegado, más majo era en el trato con médicos, masajistas, utileros... El que venía de Primera, era educado y respetuoso. A veces te venía alguno de Regional a probar que se creía que era Maradona y te volvían loco.

El médico, el fisioterapeuta, el utilero... Siempre se ha hablado del papel de esa parte del cuerpo técnico que parece invisible a la hora de hacer grupo y de ejercer en muchas ocasiones de confesores.

-Yo he tenido, y mantengo, muy buena relación con muchos jugadores, pero cuando les tenía que decir algo, se lo decía. En muchas ocasiones he sido como un padre. Hay futbolistas extranjeros que en épocas de Navidad no se han podido ir a sus casas y han cenado en la mía. En ese momento, el futbolista valoraba la mano amiga del médico, ya fuese yo o mis compañeros que también para esto eran muy abiertos. Pero siempre sin traspasar la línea entre la amistad y el coleguismo. Actualmente, la relación entre las dos parte es mucho más profesional. Pero también incluso entre los jugadores. Ahora que haya un buen ambiente en el vestuario, y no lo digo por el Alavés, parece algo extraordinario que se sale de lo normal.

¿El entrenador José Antonio Naya encabeza el listado de personajes peculiares que se ha encontrado?

-Era un fenómeno. Tenía sus cosas y muchas anécdotas, pero sobre todo un gran psicólogo. Hacía plantar ajos detrás de la portería, obligaba a los jugadores a beber del termo que llevaba antes del partido, nunca viajaba en el autobús del equipo... Tenía sus cosas.

Muchos presidentes.

-El mejor ha sido Gonzalo Antón, por mucho que se diga. Sacó al club de una situación muy difícil y nos llevó a lo más alto. Se le criticó por la venta a Piterman, pero hay mucho de desconocimiento en esa gestión. Yo no le culpo. También les tenemos que agradecer a las familias Ortiz de Zárate y Ruiz de Gauna que sigamos existiendo como Deportivo Alavés.

Piterman...

-Lo que tenía muy claro es que ese personaje no iba a romper mi relación con el Alavés. No me callé. Me negué a tratar a su familia, a su mujer y le planté cara varias veces en los tratamientos no excesivamente éticos. Si por él fuese, les hubiese pinchado de todo. Nos ninguneaba, fichaba sin reconocimientos médicos y luego se enfadaba con nosotros cuando se lesionaban. Y luego estaba el grupo de palmeros, que era peor todavía. Sobre todo porque había enfrentamiento entre los palmeros cántabros y los catalanes.

¿Con qué momento se queda de toda la trayectoria?

-Con la salvación en Vigo. Después de la marcha de PIterman, habría sido muy duro descender el primer año a Segunda B.