Vitoria. Cogió el Deportivo Alavés mazo y cincel para destrozar a base de goles esa losa, la de no haber conseguido aún la victoria, que lastraba su rendimiento. Todo lo que el fútbol le había negado al conjunto vitoriano en los partidos precedentes se convirtió ayer en justicia. Al fin, juego, sensaciones y resultado reflejaban satisfacción completa e iban de la mano. Y merecida alegría, además, ya que la media hora inicial del equipo de Natxo González fue por momentos exhibición. Primero a través del manejo del balón y luego en el aprovechamiento de los espacios a la contra. Una lección magistral de cómo aprovechar metros y velocidad para hacer parecer vulgar al equipo que hasta ahora era líder. Un triunfo y tres puntos que sirven para certificar que este Glorioso estaba trabajando muy bien y al que solo los resultados le volvían la espalda. Un auténtico desahogo que le tiene que servir al conjunto vitoriano para desplegar sus alas y dejar a un lado nervios y complejos. Y es que, demostrado queda, este equipo no es menos que nadie. Y sobre el campo ha quedado expuesto.
Casi en el primer segundo del partido puso el Alavés las que iban a ser las bases de la victoria. La presión adelantada de Viguera a Cuéllar provocó las dudas con el balón del guardameta sportinguista y a punto estuvieron de acabar en gol. No llegó el tanto en esa ocasión, pero el portero estuvo desde ese susto con los nervios a flor de piel y no paró de cometer errores graves. Tantos, que en el minuto 13 un lío entre el propio Cuéllar y Bernardo en un centro lateral de Guzmán no excesivamente peligroso, acabó convertido en gol en propia puerta del central, que le quitó el balón de las manos al dubitativo meta.
Hasta ese momento, el cuadro albiazul ya había puesto sobre la mesa todas sus cartas con una nueva apuesta por el fútbol ofensivo, la circulación rápida de balón y las llegadas por las bandas. El tridente atacante compuesto por Guzmán, Viguera y Vélez campó a sus anchas ante una defensa gijonesa que dio muchas facilidades al estar los dos centrales casi siempre vendidos.
Hubo fortuna, trabajada fortuna eso sí tras unas cuantas buenas ocasiones de peligro, en el gol inicial y tras ponerse en ventaja en el marcador el equipo de Natxo González le pasó la responsabilidad al Sporting, que cayó en la trampa mortal dispuesta por el técnico vitoriano. Y es que, con las líneas mucho más adelantadas, el espacio a la espalda de la defensa se incrementó, lo que unido a las constantes dudas del guardameta en sus salidas propició que la tripleta ofensiva albiazul generase peligro con cada balón medido en profundidad. A la perfección ejecutó el Alavés unas contras con las que amenazaba matar el partido. Y bien pudo hacerlo en alguna de sus ocasiones, aunque el segundo tanto acabó llegando en un saque de banda.
Fue, como en la jugada inicial del partido, la pelea permanente de un jugador como Vélez la que propició un gol donde no parecía haber evidente peligro. El navarro le ganó la partida en la pugna de nuevo a un Bernardo tan errático como el guardameta, se plantó ante Cuéllar en velocidad y en el momento justo cedió a la llegada en solitario de Guzmán por la derecha, desde donde ejecutó a placer.
En la segunda parte primó la contención con las líneas unos metros más retrasadas y bastante menos intenciones de buscar las contras. Eso sí, casi en ningún momento, y a pesar de manejar el balón, jugó el Sporting como le hubiese gustado. La pauta, a pesar de centrarse en defender, la seguían marcando los de Natxo González. Los asturianos hicieron solo lo que los vitorianos les permitieron, como, por ejemplo, disfrutar de infinidad de disparos desde la frontal ante la imposibilidad de explotar las bandas. Solo un balón muerto que Scepovic remató flojo y las jugadas de estrategia causaron cierta inquietud. Para culminar la fiesta una contra magistral conducida por Emilio y Viguera y completada por Toti rubricó una matinal de desahogo en Mendizorroza.