Vitoria. El año pasado, los aficionados albiazules sufrieron la decepción de contemplar en Mendizorroza cómo el Alavés ni siquiera era capaz de clasificarse para el play off al caer ante el Pontevedra en el último partido. La rabia que entonces se acumuló en el estadio del Paseo de Cervantes se expandió ayer por las calles, bares y hogares de la capital alavesa. Dispuestos a reír o llorar en compañía, decenas de seguidores se dispersaron ayer en bares como el Dortmund, Mi Taberna o la sede de la peña EuskoBarça, donde desde la lejanía intentaron rematar a la meta defendida por Escalona esos balones a los que Geni o Jito no llegaban.

Al final, el Alavés no pudo devolver a sus miles de aficionados el ánimo y la alegría con los que Mendi les ha aupado hasta esta última y fatídica eliminatoria contra el Lugo. No pudo ser, y el palo fue probablemente más duro que nunca. Un golpe que, como varios jugadores admitieron tras el partido, "una afición como ésta no se merece". Pese a todo, los mismos que ayer agitaban sus bufandas y banderas volverán a hacerlo cuando arranque el próximo curso. No hay golpe que haga desfallecer un sentimiento.