Cuando una familia atraviesa un divorcio o una separación, no solo se rompe un vínculo matrimonial: se tambalean rutinas, se transforman las relaciones económicas y familiares, y la incertidumbre se instala como protagonista. Así lo explica Marina Martínez, psicóloga sanitaria, que señala que la sensación de que “todo lo que dábamos por hecho se tambalea” es uno de los impactos más frecuentes en los hogares que afrontan este proceso.

Según relata, las emociones que afloran son intensas y muchas veces contradictorias: tristeza por la pérdida de un proyecto de vida, miedo al futuro, culpa por el impacto en los hijos, enfado hacia la expareja… e incluso alivio, cuando la separación se percibe como un acto de cuidado hacia uno mismo.

Martínez compara la experiencia con un duelo: “No solo se pierde a una pareja, se pierde todo lo que estaba asociado a esa relación”, subraya. El efecto no se limita a los adultos. Los niños pueden manifestar cambios en el comportamiento: dificultades para dormir, descenso en el rendimiento escolar, aislamiento o irritabilidad, e incluso síntomas físicos sin causa médica.

Según Martínez, la clave para proteger su autoestima y seguridad es mantener rutinas estables, garantizar que saben que no tienen culpa de lo que ocurre y ofrecerles espacio para expresar sus emociones. Para las familias que se enfrentan al inicio de este proceso, la psicóloga recomienda verlo como una reorganización más que como un final absoluto. Mantener una comunicación cuidadosa y evitar luchas de poder. También es importante saber pedir ayuda.

¿Qué es lo que más suele impactar en una familia cuando llega un divorcio o separación?

–Lo que más suelo ver es el impacto de la incertidumbre. De repente la rutina cambia, la organización familiar y económica se transforma, y eso genera miedo e inseguridad. Es como que todo lo que dábamos por hecho se tambalea, y hay que aprender a reconstruir una nueva normalidad.

¿Cuáles son las emociones más frecuentes que atraviesan las personas en un divorcio?

–Normalmente aparecen emociones muy intensas y a veces contradictorias. Tristeza por la pérdida del proyecto de vida, miedo al futuro, culpa por el impacto en los hijos, enfado hacia la expareja… y en algunos casos también alivio, porque separarse puede ser un acto de cuidado hacia uno mismo. Yo siempre digo que es un proceso parecido al duelo: no solo se pierde a una pareja, se pierde todo lo que estaba asociado a esa relación.

Marina Martínez posa en el exterior de su consulta DNA

¿Qué señales de alerta nos indican que un niño no está llevando bien la separación? ¿Y cómo se puede fortalecer su seguridad y autoestima?

–Me encuentro con niños que, cuando no lo están llevando bien, muestran cambios en su comportamiento: dejan de dormir bien, bajan en el colegio, se aíslan, están más irritables o incluso tienen síntomas físicos sin causa médica. Lo más importante es darles seguridad. Que tengan claro que no tienen ninguna responsabilidad en lo que está pasando, que sus rutinas se mantengan lo más estables posible y que sepan que sus padres siguen estando ahí, aunque la pareja se rompa. Escucharles, validar sus emociones y darles espacio para expresarse hace toda la diferencia en su autoestima.

¿Qué consejo principal darías a una familia que está por iniciar este proceso?

–Les diría que traten de verlo como una reorganización, más que como un final absoluto. Que cuiden la comunicación y eviten caer en luchas de poder, porque lo que los hijos necesitan es estabilidad y amor, no conflictos. Y que pedir ayuda –a familia, amistades o profesionales– no es un signo de debilidad, no somos (ni necesitamos ser) súper héroes ni super heroínas.

¿Cómo saber cuándo ha llegado el momento de tomar la decisión de divorciarse?

–No hay un único momento perfecto, pero suele ser claro cuando la relación aporta más sufrimiento que bienestar. Cuando la comunicación está rota, los intentos de mejorar no funcionan y lo que se transmite a los hijos es un modelo de convivencia lleno de conflicto o indiferencia. Ahí suelo recordar que el divorcio no es un fracaso: puede ser una decisión valiente y responsable para poder construir una vida más sana, tanto para los adultos como para los niños.