José Peñín, creador de la mítica Guía Peñín, viene este jueves a Vitoria recibir un homenaje de la mano de la segunda edición de los Premios Materia Prima, que acoge el Restaurante Don Producto y Tú.
Viene a Vitoria a recibir un homenaje por sus más de cuarenta años divulgando los vinos españoles. ¿Cómo sientan estos reconocimientos después de tantos años de trabajo?
–Es lo que toca cuando se llega a una cierta edad, no sé si mirarlo bien o mirarlo mal, te recuerda que estás en los últimos años de tu vida, pero bueno, siempre es de agradecer.
¿Cómo se maneja la responsabilidad de ser, a través de la Guía Peñín, la voz más autorizada a la hora de valorar un vino?
–Bueno, realmente yo la Guía Peñín la fundé en el año noventa, 15 años después de empezar con los vinos. Ya tenía libros editados, colaboraciones en revistas... La Guía Peñín fue uno de los productos de mis tiempos de editor y de escritor, pero en definitiva es el instrumento más importante a nivel de empresa privada de promoción de los vinos españoles en el mundo, y eso me gusta. La formación que hemos hecho es importante, hemos sido quizá la única empresa privada que hemos promocionado el vino español después de las instituciones.
De 1975 hasta la fecha la cultura del vino ha madurado mucho tanto aquí como también en muchos otros países. ¿Cuál es la posición, en cuanto a prestigio, de los caldos de calidad españoles en un mercado cada vez más competitivo?
–Nunca se ha hecho mejor vino en España que ahora, y en todo el mundo. Las nuevas generaciones de enólogos están implementando unas forma de trabajo envidiables. Prácticamente no hay vinos malos, y si aparece un vino malo o es un accidente o casi una curiosidad. En ese sentido, ahora hay mucha más cultura del vino que antes, hay jóvenes interesados en entrar en el vino por la vía de las catas. Por otro lado, la calidad se ha globalizado, lo que se inventa fuera enseguida lo tenemos nosotros, y viceversa. Todo esto ha sido bueno para el consumidor, y no sé si tanto para el crítico. Ahora todos son vinazos, pero no hay tanta diferencia entre uno y otro. En cualquier caso, gana el consumidor, que puede ir tranquilo al lineal de un supermercado a comprar un vino de cuatro euros y no le van a dar gato por liebre.
Es difícil beber un vino malo, pero también es más complicado probar uno que sobresalga por su originalidad. ¿Por dónde deben profundizar entonces los bodegueros para dar un salto hacia adelante en la elaboración de sus caldos?
–Aquí hay dos cosas, por un lado el ego de la bodega, estar pendiente de la crítica del periodista, que muchas veces no tiene que ver con las ventas; y la otra es la lógica, hoy el vino está mucho mejor y ese es el objetivo principal. Las pocas variables que pueda haber en el vino son más del gusto de los críticos, de nosotros mismos, que intentamos descubrir novedades que identifiquen un determinado territorio, y ahora es mucho más difícil, porque los enólogos intentan hacer el mejor vino, pero sin identificarlo con un territorio.
Viniendo a la parte que nos toca, en la DOC Rioja se lleva trabajando desde hace dos siglos con patrones muy marcados. ¿Debería haber más audacia para asegurar una diferenciación en el futuro o se debería hacer hincapié en mantener la personalidad actual?
–Tampoco debería ser muy importante que el vino evoque en el paladar un territorio, lo importante es que sea bueno. Hay muchos sabores de Rioja, puede ser de suelos calizos, ferrosos o pedregosos, no se trata tanto del territorio como de determinados espacios, parcelas. Los rioja son vinos que están en La Rioja, que está en primera línea en la elaboración de vinos finos. Si uno va a la base de datos de la Guía Peñín y teclea vinos de 95 puntos en adelante, que son los top, top, top, verá que hay muchos rioja. Eso indica que es un territorio pionero, casi tanto o más que Jerez.
Lo cierto es que, al menos en la DOC Rioja, últimamente se produce bastante más vino del que demanda el mercado. ¿Es esta una tendencia generalizada?
–Sí, sí, esto es cíclico, como la vida de cualquier producto, que se dibuja como una cordillera, con picos y valles. Hay una disminución en el consumo, que pienso que será temporal. A mi me ha sorprendido esta ligera caída a nivel mundial del consumo, no sé en qué se va a quedar, a mi me ha pillado con el paso cambiado.
Sí es cierto que sectores como el de la cerveza están entrando muy fuerte en el mercado de las bebidas de prestigio.
–Sí, pero la clave es que la cerveza es otra onda, aunque la historia del vino ha ido pareja a la de la cerveza, no es algo de antes de ayer. El ritmo de la cerveza es otro, es una bebida refrescante, que incita a beber, es agua con algo. El vino no, es agua de la propia planta. Así, los márgenes para hacer publicidad son mucho menores. Entre el coste de una caña y su precio, y el coste y el precio de un vino hay una gran diferencia.
Acabamos de hablar de que disminuye el consumo, y a la vez se van rompiendo estereotipos con el taponado, el envejecimiento en barrica, el envasado o el corsé de las denominaciones, hay más libertad. ¿Es un momento clave para este producto?
–Muchas bodegas intentan descubrir nuevos horizontes y modelos, otras prácticas de elaboración, de suelos... Eso forma parte de ese afán de ser diferentes para satisfacer el ego y que los críticos nos puntúen muy alto. No hay ningún problema con eso, pero hay que valorar vinos históricos y permanentementes, como puede ser un Viña Tondonia, que sabe ahora –bueno, ahora está más limpio que hace cuarenta años– igual que siempre. El estilo de trabajo es el mismo y curiosamente tiene una gran aceptación entre los jóvenes, quizá porque rompe los moldes actuales. Ahí tenemos un ejemplo de un vino clásico que se acepta. En todo caso, la tendencia global del consumo tiende a bebidas ligeramente endulzadas, con un poco de carbónico, un poco de acidez, refrescantes... Ese es el eje en el que se mueve el consumo de las bebidas en general, el hilo, el toque dulce siempre tiene un trago fácil. Eso no se puede evitar, ahí tenemos el clásico vino con gaseosa.