Alex y Beñat sus padres les cuentan “que van a ir a la ikastola, que van a estar con más niños y que van a aprender y jugar con cosas nuevas y divertidas y parece que les gusta la idea”. Pero cualquier parecido con la realidad puede ser pura coincidencia. “A decir verdad, no creo que entiendan lo que esto significa. La cruda realidad les va a caer como un jarro de agua fría. Miedo nos dan las primeras semanas. Esperemos que se adapten lo antes posible al cambio”, confía su madre, Begoña Hernández, que se consuela pensando que sus mellizos irán al mismo aula. “Quedarse solos no creo que les vaya a gustar ni un pelo, pero al menos tendrán una cara conocida con la que enfrentarse a la nueva etapa”.
Ni estos dos hermanos ni otros muchos niños y niñas aterrizarán en la jornada escolar completa de la noche a la mañana. Para ello contarán con el periodo de adaptación, que les permitirá hacerse paulatinamente con el aula, el profesorado y los compañeros mientras sus progenitores recurren a las vacaciones, los permisos o los cuidadores para pasar el trago. Ni siquiera los aitites y amamas pueden relajarse. Durante este periodo muchos tendrán que volver a hacer guardia a pie de patio.
Begoña Hernández: “Si el niño enferma, se sacrifica más la madre”
Alex y Beñat sonríen con sus mochilitas a la espalda sin intuir lo que se les viene encima. A sus dos años estos mellizos no han pisado una guardería y el próximo 11 de septiembre se estrenarán en Iparragirre Ikastola. Los dos primeros días, repasa Bego, su madre, permanecerán apenas hora y media con los progenitores en el aula. Las tres jornadas siguientes, cuatro horas por la mañana ellos solos. “Para poder hacer la adaptación mi marido y yo hemos tenido que pedir días de vacaciones. Al final no te queda otra. Si no, qué haces con ellos”, comenta esta vecina de Indautxu que trabaja como administrativa en una empresa familiar y tiene cierta flexibilidad. “Yo tengo la suerte de que, mientras haga mi trabajo, puedo entrar o salir un poco a mi libre albedrío o decirle a la familia: Tengo que ir a buscar a los niños y no pasa nada, pero mi marido, por ejemplo, no tiene esa ventaja. En una empresa o un banco no puedes irte de repente porque el niño se te ha puesto malo”.
“Mi marido y yo hemos tenido que pedir días de vacaciones para poder hacer la adaptación”
Con la duda de si este periodo transitorio servirá para facilitar la inmersión de sus hijos en el colegio, lo que tiene claro es que “es imposible conciliar el trabajo con la adaptación. Qué padre puede ir y decir: Bueno, hoy trabajo una o dos horas y le voy a buscar al niño. O lo coges libre o no puedes”.
Algunas familias ni siquiera tienen esa opción. “Si pides vacaciones, igual cobras 100 o 200 euros menos ese mes, pero hay gente que no se lo puede permitir. Con tres o cuatro niños o si uno trabaja y el otro no... Es muy complicado, cada familia es un mundo”, explica, aliviada porque en su caso la adaptación dura una semana. “No me parece excesivo, te puedes apañar. En otros sitios son más largas”, apunta y se hace eco de las sopitas que tienen que pedir las familias. “Algunas que conozco van a tirar de los abuelos, que si están jubilados y te pueden echar una mano, te la echan. Otra ha tenido que contratar a una chica”, cita como ejemplos.
A partir del 18 de septiembre Alex y Beñat permanecerán en la ikastola desde las 9.00 hasta las 16.20 horas. “Entre que trabajo en una empresa familiar y los abuelos, creo que no voy a tener que pedir la reducción de jornada. Si más adelante nos vemos un poco apurados, ya veremos”, se plantea Bego, quien afirma que el cuidado de los hijos e hijas “sigue recayendo bastante en las madres”. “Es verdad que ellos asumen más ese rol de padre, pero generalmente si el niño se pone enfermo, la que más se sacrifica es la madre. Por lo menos en mi entorno siempre es la que dice: Ya cojo yo vacaciones o Ya voy a buscarlo o Me reduzco la jornada”, expone.
Respecto al permiso que este curso, previo aviso a la empresa, podrán solicitar los progenitores para el cuidado de menores hasta los ocho años, Bego lamenta que la ley no determine que sea retribuido. “Si hay una conciliación, tendría que ser real. Un permiso para atender a un hijo porque lo necesita tendría que estar retribuido como si fuera una especie de baja porque no vas a trabajar porque no puedes”, reivindica.
Alex y Beñat han estado con su familia “las 24 horas desde pequeñitos” y, según se acerca el momento, a Bego le preocupa “un poco” su adaptación. “Les va a ser más complicada porque no están acostumbrados a no estar con nosotros, pero espero que cuando lleguen y vean a más niños se adapten rápido. Ninguna madre quiere que sus hijos sufran. Un poquillo mal sí lo van a pasar. Me va a dar mucha pena, todo hay que decirlo”, confiesa.
Beatriz Ramírez: “Soy monoparental, dependo de mis padres”
Con la ayuda de sus padres y una reducción de jornada se ha ido “arreglando” hasta ahora Beatriz Ramírez, una auxiliar de enfermería que afronta la crianza de su hija Ane, de dos años, en solitario. “Soy monoparental, con lo cual no tengo una pareja para poder dividirnos”, señala con la tranquilidad de tener cubierto el desembarco de la pequeña en el colegio Salesianos Barakaldo, donde la ha matriculado. “Tengo vacaciones en septiembre y no va a empezar hasta el día 18. Como trabajo a turnos, casualidad la semana que empieza con la adaptación sigo teniendo libre”, cuenta aliviada.
“Pienso en cómo me las voy a apañar cuando cumpla 12 años y no tenga derecho a reducción de jornada”
Resuelto ese escollo, a Bea se le dispara la mente hacia el futuro. “Ya estoy pensando en cómo me las voy a apañar, sobre todo en periodos vacacionales, cuando Ane cumpla 12 años y yo ya no tenga derecho a reducción de jornada. Ese es el problema que empiezan a tener también compañeras de trabajo”, dice.
Sin red familiar, advierte Bea, la maternidad a solas “es prácticamente imposible”. “Yo, además, no tengo hermanos, así que dependo totalmente de mis padres”, reconoce. De hecho, vive con ellos, lo que alivia sus gastos. “Casa no tengo que pagar, así que es un grueso muy importante que me quito de en medio. Además, procuro trabajar todos los nocturnos, para tener más días libres, y los festivos, que se cobran aparte. Si me toca trabajar Nochebuena, como el año pasado, o este año la Navidad de tarde, pues trabajo. Sacrificas un poco eso para que, con la reducción de jornada, no te sangre tanto la nómina”, argumenta. Aunque se interesó por el permiso de ocho semanas para cuidado de menores, no la convence. “Te dan las ocho semanas, pero de momento no remuneradas. Es como si me cojo una excedencia en mi empresa”.
Algunas de las compañeras de Bea han tenido que coger vacaciones para poder acompañar a sus hijos e hijas en la adaptación. “En algunos colegios tienes que estar allí con ellos y en otros les dejas y tienes que ir a buscarles al de una hora, de forma que lo puede hacer otra persona u otro familiar”, detalla Bea, que confía en que Ane se integre bien en el aula. “Es una niña que se relaciona bien con personas adultas y con otros niños. No creo que tenga ningún problema”. Pronto lo sabrá.