Lurdes y Santos han almidonado sus trajes de neska y blusa para ejercer de ama y aita del pequeño Gael. “Volveremos a vestirnos cuando crezca un poco”, apunta este ex de la cuadrilla Batasuna. Ahora pasean por la Cuesta, ristra de ajos al cuello y acompañados por Paca y Rafael, padres y suegros, respectivamente. “Hemos comprado ajos rojos, que son los que nos han aconsejado los hermanos del puesto navarro en el que compramos todos los años”, apunta Santos. “Me gusta la feria. Es tradición”, añade Lurdes. Afincados en Vitoria son de ascendencia abulense y, por lo visto y oído ayer, de las familias que aún mantienen la tradición de abastecerse de ajos en la feria de Santiago para todo el año, o al menos hasta diciembre.

Y es que, la feria comenzó floja ayer, pese a la fuerte tradición en Vitoria. Menos compradores y menos blusas y neskas animando las calles. Es en lo que coinciden la mayor parte de los productores que, pese a esta caída en las ventas, paulatina año tras año, acuden fieles a su cita con Vitoria, una de las plazas más destacadas del Estado. Para las seis de la mañana ya esperan en el Buesa a que la Policía Local les vaya distribuyendo a los puestos adjudicados en la Cuesta. “La gente mayor compra más que los jóvenes, pero una ristra de ajos o dos, mientras que ates se llevaban cuatro, cinco o seis”, apunta Yussyf, un colombiano de 56 años que conoce muy bien Gasteiz, ya que lleva 19 años participando en ferias, no sólo en esta de los ajos, también en la del mercado medieval de septiembre y en las de los primeros fines de semana de cada mes en el Casco Viejo. Yussyf se acerca desde Zamudio para vender ajos que adquiere en Córdoba y en la localidad navarra de Corella. El puesto se lo trabaja con su yerno y con un joven ayudante. “Flojo, flojo va el día; normalmente otros años para esta hora ya pasaban las cuadrillas de neskas y blusas, se escuchaban txarangas y hoy está todo muy vacío”, apunta desde su puesto de productos artesanos Oiralda.

La misma percepción tiene Maite Vázquez. Ella vende ajos comprados en Cuenca y Navarra y a sus 30 años considera que la feria va a menos. “Viene menos gente y compran menos ajos”, señala esta vendedora de Bilbao. Este bajón en las ventas no desanima a la familia de Celia Martos. Tiene 24 años y ya lleva dos en la feria de Santiago de Vitoria porque ha decidido seguir con la producción que tienen en la localidad zaragozana de Arándiga, un pequeño pueblo en el que, como en mucho otros, el principal problema al que se enfrenta el delicado cultivo de los ajos es la falta de relevo generacional. “Antes, casi todas las familias se dedicaban a esto y tenían cultivos de ajos; ahora somos los únicos que quedamos porque a los jóvenes no les gusta el campo”, sostiene.

Celia atiende el puesto junto a su madre Isabel, que lleva nueve años viniendo a Vitoria, y la pareja de ésta, Pablo, que ya va por la edición 30 de la feria de Santiago. Para ellos, Gasteiz es una de las principales plazas, junto a la feria de Calatayud que se celebra en agosto. En su puesto hay ristras de todos los tamaños y bolsas para que el cliente pueda elegir la cantidad y también la calidad porque venden ajos rojos -el más fino- y para esta joven, “el mejor” y morados. Luego está el llamado chino, que “viene de fuera y se pierde antes”, explica ante los seis mil kilos de producción que espera agotar a lo largo de la jornada.

“Ajo de Navarra/ajo rojo, que eso es importante y sinónimo de ajo de calidad”, grita un productor desde el puesto de al lado en el que ya ha vaciado tres contenedores. También el veterano Javier Martínez se esmera por ensalzar la calidad de su producto cultivado en Mendavia. “Es rojo y gordo; divino; a 25 euros la ristra de 50 cabezas y a 15 euros la ristra de 30 cabezas”, señala.