La Semana Santa de los capirotes, las trompetas y los cristos crucificados nació en Vitoria en el siglo XVI. Época de intensa religiosidad. De mortificación de la carne. Durante las procesiones, oscuras, solemnes, muchos de esos ciudadanos se convertían en flagelantes, marcando los pecados en sus cuerpos desnudos con la violencia de los látigos, mientras otros hermanos soportaban el peso de los pasos, imágenes que esculpían en madera la pasión y muerte de Jesús. Eran 32 cofradías. Muchas. Fervientes. Y aun así, y a diferencia de otros lugares, aquella tradición acabó sucumbiendo al devenir del tiempo. Del esplendor pasado queda ya poco. Porque la religiosidad, la que subsiste, se vive aquí de otra forma. Y tampoco parece importarle a la ciudad seguir las huellas presentes para encontrar el rastro del pasado. No. La prioridad en esta nueva era es aprovechar las jornadas festivas para atraer a los visitantes que buscan placeres en vez de rezos, porque de los primeros Gasteiz tiene unos cuantos sin necesidad de realizar grandes esfuerzos. Y de esa forma hacer dinero, que de eso va el mundo ahora.

Al Ayuntamiento vitoriano se le ve contento con la fórmula escogida: aprovecharse del tirón gastronómico de la capitalidad, de la fama culinaria que de por sí arrastra Euskadi, de las bondades verdes y de un Casco Viejo desconocido. Es lo más fácil y cómodo. Los bares continúan trabajando en fiestas, el medievalismo de la colina almendrada opera 24 horas y el Anillo es un seven eleven de la Naturaleza. Y además funciona. Hace dos días, los hoteles estaban ya a entre el 80% y el 100% de su ocupación total. “Y haciendo buen tiempo, puede que vengan más visitantes de última hora, de ésos que esperan a a ver la climatología para hacer una pequeña escapada”, confía Ana Lasarte, responsable de la Oficina de Turismo de Vitoria. El pasado sábado ya empezaron a verse turistas y el teléfono del servicio comenzó a sonar reiteradamente gracias a otros tantos. “La previsiones eran muy positivas y parece que sí, que se están cumpliendo”, apostilla.

Todas las semanas santas de los últimos años han sido en realidad bastante buenas para el poder de atracción que puede tener la capital alavesa. Los títulos green y gastronómico han ayudado pero, muy especialmente, la promoción que se ha hecho de ellos y de la urbe en general. “Bilbao y San Sebastián tenían el nombre. Vitoria no. Pero cada vez está más en el mapa de posibles escapadas gracias a las potentes campañas de difusión que se han realizado. Además, una vez aquí sorprende, y eso favorece también el boca a boca”, afirma Lasarte. En esta edición, la oferta turística vuelve a basarse en los recursos mencionados y, sobre ellos, hay una propuesta novedosa, que está por ver qué tal funcionará, ya que arrancó ayer y seguirá todo abril. Se llama Bocados de Autor, ruta de sabores organizada por Gasteiz On, principal asociación de comerciantes y hosteleros de la ciudad, en la que participan más de cuarenta locales. Los establecimientos los ofrecen en tamaño mini y normal, por 2 y 5 euros respectivamente, y se pueden encontrar desde recetas asiáticas hasta basadas en productos locales. “Se trata de aprovechar la imagen como Capital Gastronómica del año pasado y consolidar Vitoria por sus excelencias culinarias, así como de dinamizar el sector durante un mes que es importante por su gran cantidad de jornadas festivas”, resalta la gerente del colectivo, Patricia García.

De ahí el trabajo conjunto con el Consistorio, receptivo ante cualquier iniciativa que sacie estómagos. Como dice Lasarte, y su convicción parece reflejar la estrategia institucional, “la gente viene a Euskadi buscando los pintxos, para estar en la barra disfrutando con los amigos, para hacer lo que de normal hacemos los vascos”. Y bueno, los hosteleros no dudan de que al turista le pique la curiosidad de la gastronomía vasca, pero algunos empiezan a estar cansados de que ellos sean casi el único tractor de actividad durante periodos festivos como éste. El dueño del siempre ajetreado Café Dublín, Luismi Varona, reconoce que “hay un montón de cosas por ver, beber, comer y bailar en Semana Santa, pero gracias a los comercios y bares que abren estos días, porque si es por la institución, podríamos poner unas barricadas a la entrada de la ciudad y bajamos la persiana”. Es su queja y la de muchos de sus compañeros todos los años. “Llegan estas fechas y los turistas se encuentran con casi todo cerrado. Menos mal que aquí estamos los bares. Bueno, y los parques y sus bichitos... Luego nos dicen que sólo sabemos criticar y ver nubarrones negros, pero es que nos lo ponen bastante fácil.”, señala con sorna, en referencia a las últimas campañas promocionales del PP.

No le falta razón, en cierto modo. Pero, por otro lado, ¿organizar eventos culturales potentes o levantar la persiana de todos los museos o de determinados espacios institucionales serviría para atraer más turistas o, tan sólo, para no aburrir a los que se quedan en casa? Quién sabe. La cuestión es que la campaña municipal de actividades de esta Semana Santa, Bocados de Autor aparte, se completa con las visitas guiadas ya consolidadas a distintos espacios del Casco Viejo y algunas nuevas de carácter temático como Tempestad y pasión, La Vitoria romántica y Donde el corazón te lleve, rutas en bicicleta, en triciclo y ecoculturales al Anillo Verde y algún que otro taller familiar. Una carta de platos sencilla pero, a juicio del Ayuntamiento, efectiva, donde sólo al final aparecen las procesiones, así como de pasada. A priori, resulta lógico. Al lado de las castellanoleonesas, que pillan tan cerca y son tan famosas, tienen poco que hacer. Sin embargo, quienes participan activamente en ellas no se cansan de repetir, año tras año, que nada tiene que envidiar nuestra Semana Santa, la religiosa, no la lúdica, a otras aunque ésta se desarrolle a escala pequeña.

Cinco son las cofradías de Vitoria que han resistido el paso del tiempo, descendientes de antiguas hermandades, aunque casi todas tuvieron que ser refundadas: La Cruz Enarbolada, Nuestra Señora de la Soledad en la Vera-Cruz, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestro Señor con la Cruz a Cuestas y Santa Espina de Berrosteguieta. Gracias a sus desvelos, se siguen celebrando las mismas dos procesiones desde 1538. Ayer tuvo lugar la primera, la del Silencio. El mutismo sobrecogedor del ritual, roto sólo por los cantos de saetas y de bertsos, recorrió el centro de la ciudad a las nueve de la noche, desde la iglesia de los Desamparados por Paz, Postas, la plaza de la Virgen Blanca, Mateo de Moraza, Olaguíbel y Fueros para regresar al punto de partida. Abrió el sobrio desfile un cofrade con una cruz procesional, seguido por otros penitentes con corona de espinas, clavos y flagelos. El primer paso fue el de la Última Cena. Tras su estela, la Oración en el Huerto y el Beso de Judas. Siempre es así. Volvió a verse un hermano con la pesada cruz a cuestas, mujeres con el paño de la Verónica, la siempre estremecedora banda de tambores, con su cadencia de campanadas a muerte a los presentes, el paso de Jesús esperando su ejecución, el Cristo crucificado y Nuestra Señora de la Virgen de la Soledad.

En los años ochenta, las procesiones pasaron malos momentos. “Se organizaban otras alternativas, nos tiraban botellines de cerveza y el clima era anti Semana Santa”, suele recordar el presidente de la cofradía de Vera-Cruz, Iñaki Ruiz de Azúa. Pero esa época quedó atrás y, poco a poco, comenzó a notarse un repunte, ligero pero real, en el número de penitentes. Con todo, no son ni de lejos los de tiempos pasados. Ha habido momentos, incluso, en que algunas hermandades se han llegado a plantear reducir grupos escultóricos por falta de cofrades para llevarlos. El déficit de relevo generacional es importante pero, al mismo tiempo, la forma de vivir la religiosidad del colectivo inmigrante ha abierto una puerta de esperanza al impulso de la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, aunque algunos prefieran viajar en procesión a otras ciudades, al mar, a la montaña o a las barras de bar, por eso estos días son de fiesta.

‘Bocados de autor’. Escribiendo en un buscador ‘Bocados de autor’ y ‘Vitoria’, la segunda entrada da acceso a un documento con toda la información sobre la nueva ruta gastronómica. La mayoría de locales se concentra en el Casco y el Ensanche, con propuestas que contienen entre pan y pan -y qué panes- combinaciones tan sugerentes como hamburguesa de buey con cebolla caramelizada y pimiento asado, pétalos de cebolla roja, pluma ibérica, torta del casar y rúcula, o entraña y salsa chimichurri.