Luis Mari Gándara observó con alegre nostalgia la Escuela Universitaria de Ingeniería de Vitoria. Hace cincuenta años había salido por la puerta recién licenciado. Hoy iba a entrar como agasajado. "Es uno de esos eventos que le hacen a uno reflexionar sobre la brevedad de la vida y decir cosas como eso de que no somos nada. Pues yo sí que soy. Yo soy perito industrial y de la primera promoción". Sus compañeros rieron el apunte, hombres sacrificados y disciplinados, afortunados unos, otros menos, a lo largo de su trayectoria. El acto de homenaje a los catorce alumnos del curso de 1964, trece todavía vivos y dando guerra, fue un brindis a los recuerdos. Historias de medio siglo bordadas por peripecias laborales no tan distintas a las de ahora. Unos crearon empresas, otros emigraron y los hubo que sufrieron Expedientes de Regulación de Empleo.
Los primeros peritos comenzaron estudiando los cursos de Selectiva y Preparatoria en la Escuela de Bellas Artes. Después, pasaron al aula que se había improvisado en los vestuarios del edificio prefabricado donde se cambiaban de ropa los obreros que trabajaban en la construcción de la Escuela de Ingeniería. "Había muchas humedades, probablemente el motivo de mi actual reúma", bromeó Luis Mari. Poco importaron las adversidades. Los chavales salieron adelante y en 1964 se titularon. El horizonte parecía prometedor. Vitoria afrontaba entonces el boom industrial. Sin embargo, sus vidas corrieron en distintas direcciones. Antes de licenciarse, Javier Echevarría trabajó como tornero en la BH. "Ganaba 50 pesetas al día", rememoró. Después, saltó de una empresa a otra hasta que montó un taller mecánico dedicado a áreas tan diversas como la siderurgia, el ferrocarril o las eólicas. Suya es una pieza del túnel de Ginebra donde se esconde el gran colisionador de hadrones.
Casi toda la vida laboral de Luis Mari se forjó en Michelin, tras una pequeña estancia de un año en el país galo durante la que aprendió a hablar francés "en las horas de taller". También Víctor Suescun acabó dedicando sus mejores años a la gran empresa de los neumáticos y durante casi dos décadas lo hizo desde el centro de ensayos de Almería. "Cuando llegué a esa tierra no había alcantarillas ni se podía cocinar con el agua del grifo, pero ha progresado muchísimo", aseguró. Ignacio Echávarri aún viajó más lejos, hasta la nación europea que todo lo puede, y desde su experiencia animó a los chavales a "aprender alemán porque muchas firmas germanas quieren asentarse en España y Portugal y son más chovinistas con sus cosas que los franceses". Hay que buscarle la vuelta a la crisis, como bien hizo José Antonio Santoyo, tras las recesiones de 1973 y 1979.