NADIE sabe muy bien dónde ubicar el momento exacto en el que el arte callejero, hijo legítimo del graffiti, pasó de ser algo proscrito a estar no sólo valorado en su justa medida, sino incluso reclamado por las propias instituciones. El hecho es que en el presente, finales de 2012, el street art goza del respeto de la comunidad artística y del ciudadano en general, sin haber perdido su esencia underground ni haber entrado aún por la puerta grande de las facultades de Bellas Artes.
Juan, Sara y Raúl son tres jóvenes vitorianos que hace un par de años decidieron dignificar su hobby y, sin aspirar a vivir de ello, sí se plantearon presentar un proyecto serio al Ayuntamiento. Tras mucho insistir, recabaron la atención del Departamento de Cultura del Consistorio, y recibieron el encargo de convertir en obra de arte urbana dos túneles peatonales, esos espacios tierra de nadie, lúgubres, donde por la noche se tiende inevitablemente a apretar el paso. El túnel de Teodoro Doublang y el Paso del Duende han sido los espacios elegidos, y la mezcla entre los espíritus verde y urbano, por la que Vitoria ha sido premiada este año a nivel europeo, la temática.
Así pues, Raúl, Sara y Juan dedican sus jornadas a teñir de colorido este Paso del Duende donde llevan tres semanas y aún necesitan una más para terminar, antes de llevar sprays y rodillos a los pintores. "La gente mayor es la que mejor lo acepta. Es algo con lo que no dejo de flipar, igual los que tienen entre 30 ó 40 años te miran como un macarrilla y a la gente mayor le encanta", señala Juan, secundado por Raúl. "La gente mayor es a la que más le gusta sin duda", afirma.
Hacer un graffiti, o más bien street art, no es hacer garabatos con un spray. En el Paso del Duende los tres jóvenes han impregnado las paredes de kilos y kilos y kilos de pintura plástica que el hormigón absorbía inmediatamente como si fuera una esponja. Sólo a partir de entonces se empieza a bosquejar lo que será el dibujo final, y ya en una fase posterior toca ponerse la mascarilla y echar mano de la lata de spray. "Gastamos unas cien cada uno en este mural, a 3,75 euros la lata en las tiendas, más plásticas, blanqueos, útiles de aplicación, rodillos, brochas; en la calle como hobby es una ruina", afirma Juan.
¿Y cómo comenzó toda esta aventura? Juan se inició en el street art alrededor de 2002, y en la Facultad de Bellas Artes conoció a Sara, que siempre ha pintado y que desde su periplo universitario decidió hacerlo también en las paredes. Raúl hace graffitis desde los trece años, es el que más experiencia tiene en el arte plástico callejero y, antes de terminar la obra del Paso del Duende, ya lamenta el efecto que el sol, el frío, las lluvias y la gente que no respeta el trabajo de los demás harán sobre su obra en apenas un par de años, por más capas de barniz que apliquen en la fase final del proceso. "Siempre me ha gustado el graffiti, los colores, las formas, estar en la calle", afirma.
Juntos participaron en una especie de exposición colectiva celebrada en la Sala Fundación de la capital alavesa en 2010, y la acogida que tuvo la muestra les llevó a aspirar a algo más. "Entrar en una galería te da un prestigio, si vas a ir al Ayuntamiento puedes decir que eres licenciado, pero que también tienes una trayectoria", explica Sara. "La exposición tuvo una aceptación de la leche, había muchísima gente en la inauguración, y ahí nos picamos", añade Juan.
"Ya te pagaré" Antes, y ahora, habían trabajado para particulares, plasmando sus ideas en lonjas y locales comerciales, pero esa opción ni tiene tanta proyección como pintar directamente en la calle, ni ayuda a sacar al street art de una marginalidad económica a la que ha contribuido su carácter amateur, underground y en otros tiempos incluso maldito. "El street art está reconocido, pero también hay un fantasma en torno a todo eso. No hablo de los grandes artistas como Banksy, sino de lo que nos toca a nosotros, y para la gente no dejamos de ser los que lo hacemos bien y barato, como lo hacemos por gusto y placer...", se queja Juan, que sin embargo quiere agradecer que, al menos en Vitoria, "la gente lo tenga tan bien considerado y puedas pintar con total libertad a nada que hables con el dueño de la lonja o la pared". Eso sí, está la pega de siempre: "Estamos un poco cansados del ya te pagaré".
Toda esa trayectoria les ha llevado al Paso del Duende, en cuyas paredes los rostros y formas femeninas se mezclan con una exuberante vegetación y diferentes gamas de verdes, un mural que a falta de ser concluido ya contribuye a hacer la zona un poco más amable.
Y dicho todo esto, ¿qué diferencia al street art del graffiti?. "En Pompeia ya ponían mensajitos al vecino, y en las mismas cuevas de Lascaux -la gran referencia del arte rupestre y paleolítico- hacían sus graffitis, pero en realidad no tiene nada que ver con lo que hacemos nosotros". El mundo del street art o postgraffiti, de hecho, no fue consciente de su propia existencia como movimiento más o menos hasta mediados de los noventa, y va más allá de buscar la máxima difusión de la propia firma -por eso los trenes son un soporte tradicional del graffiti-, o de dibujar en la calle con motivaciones políticas, subversivas o reflexivas. El street art se sirve de sprays, pero también de plantillas, pegatinas, y hasta "hay gente que envuelve con macramé los pirulos para aparcar", explica Juan. El street art se define a sí mismo perfectamente, es arte con la calle como soporte, y por ello ni siquiera precisa de una motivación ajena a la propia expresión plástica. "Es algo más íntimo, es ver el sitio, es querer hacer algo en ese lugar concreto", concluye Juan.