ras el encuentro ginebrino de Putin con Biden -demasiado generosamente llamado "cumbre"- los dos estadistas se enfrentan a problemas muy dispares. Y las del presidente ruso son de largo las más graves.

Porque mientras Biden ha de encontrar en las relaciones con Rusia tan solo un equilibrio político-militar de segundo orden, Putin sigue luchando con la asfixiante herencia que le dejó la URSS. Para los EE UU el gran problema actual es China. El coloso asiático es ya la 2ª economía del mundo, sus ambiciones parecen ilimitadas, la estructura de sus fuerzas armadas es cada vez más agresiva (ahora está construyendo una gran armada, como lo hicieron el Japón en vísperas de la II Guerra Mundial y el Imperio Alemán, antes de la I), y su colonialismo económico hace tiempo que ha salido del ámbito del tercer mundo para hacer grandes inversiones estructurales hasta en Europa. La coexistencia -o la confrontación final- con la República Popular China es hoy en día el tema prioritario de Washington.

Los problemas del presidente ruso son menores y más amargos. El hundimiento de la Rusia estalinista trajo una liberalización muy relativa. Ya no existe la dictadura del partido único, la policía secreta y la burocracia, pero el país está preso en las redes de unas mafias corruptas y muy vinculadas al poder político.

No es ni de lejos el escenario estalinista, pero económicamente tiene efectos similares. Si la URSS desapareció a causa de una bancarrota, la Federación Rusa no anda tampoco muy boyante. Con unos recursos naturales bastante similares a los del Canadá y el triple de población que este país, la Federación Rusa tiene un PIB tres veces menor que el canadiense.

Por si fuera poco, el militarismo obsesivo de la gerontocracia del politburó estalinista sigue marcando la política rusa, Putin ha visto cómo su campo de maniobras políticas internacionales no podía ser más que el intervencionismo militar; para otra vía falta dinero. Y si en Siria esta baza dio un relativo resultado -el viejo sueño zarista de una presencia en el Mediterráneo se ha hecho realidad ahora-, en cambio ha resultado estéril en Libia, nula en el resto de África y triste en el Cáucaso, donde dejó que Armenia -con la que tiene y tenía un pacto militar- perdiera la guerra contra Azerbaiyán... porque el petróleo azerí le es imprescindible a la Rusia de Putin como lo fue para la de Lenin. Además, tanto en Siria como en el Cáucaso Turquía ha tenido un protagonismo inimaginable para los rusos desde la época de Catalina la Grande...

La situación actual de Putin tiene a pesar suyo demasiadas similitudes con la de la URSS de Lenin... con la diferencia de que mientras esta última era una potencia emergente a principios del siglo XX, la Federación Rusa es una en declive a principios del siglo XXI.