De repente, una angustiosa sensación de vértigo azuza las estrategias inmediatas del Gobierno y de los partidos mayoritarios. La insospechada convulsión de las urnas andaluzas ha devuelto a un laberinto desquiciante las previsiones más cautas a izquierda y derecha. Mientras Vox saborea maliciosamente su sobreactuada condición de árbitro para desalojar al socialismo andaluz de su histórico cortijo, PP y especialmente Ciudadanos se sienten prisioneros de una enrevesada oportunidad que les puede acabar pillando los dedos. Pero el desasosiego contagia la reacción de PSOE y Unidos Podemos, dos grandes derrotados el 2 de diciembre, incapaces todavía de catalizar las auténticas razones de su espectacular retroceso posiblemente por su nula capacidad de autocrítica, de manera patética en el caso de Susana Díaz. Y al fondo siempre aparece Catalunya.
La suerte de Andalucía se decide en Madrid. Lamentablemente, semejante evidencia supone la contradicción más lacerante en un Estado autonómico que lucha por mantener su vigencia tras 40 años de una Constitución ávida de su reforma consecuente. Con este desprecio jacobino queda afeada la preponderancia para ubicar el auténtico nido de decisión de los partidos que orillan la capacidad de sus terminales territoriales. Juanma Moreno, el mirlo del PP para tapar su rotundo fracaso electoral con la candidatura a la presidencia de la Junta de Andalucía, y Juan Marín, un ganador moral sin opción al trono, asisten impávidos a las negociaciones de sus respectivos generales para saber a lo lejos qué suerte les espera.
Pablo Casado no tiene vértigo al imaginarse en brazos de la ultraderecha. Albert Rivera, mucho, aunque lo disimule. El líder de los populares ansía alcanzar el poder aunque apenas tiene el respaldo de uno de cada once andaluces. En su imaginario, sabe que así correría un tupido velo sobre la imagen de ese fracaso electoral -350.000 votos menos- compartido con un candidato en quien nunca confió y que tampoco respalda su derechizada ideología. Incluso, ni siquiera quiere escuchar a quienes hacen llegar a la dirección de Génova su inquietud por la derivada que supondrá para el futuro retratarse junto al xenófobo y radical extremista Santiago Abascal. Casado quiere cobrarse de cualquier forma la cotizada pieza que supone acabar con la desgastadora tiranía de la izquierda en una plaza de tan hondo calado como Andalucía. El líder de Ciudadanos también persigue la misma fotografía pero en su caso le preocupa el precio de la factura y por eso está dispuesto a sondear otras alternativas.
El PSOE, en cambio, sigue atado de pies y manos. El orgullo de Susana Díaz bloquea desde su atrincherada ceguera cualquier movimiento de piezas. En el caso de Andalucía porque todavía nadie ha abierto la veda contra la derrotada presidenta en funciones y en Ferraz porque prefieren que se cueza en su propia debacle antes de abrir una guerra estéril. Los socialistas se resisten a admitir que les ha penalizado con su cifra más baja de votos un hartazgo demoledor por las secuelas de su interminable guerra interna, su política cautiva de un sectarismo secular, la sacudida de la corrupción y los devaneos de Pedro Sánchez con el procés en una tierra afín a la unidad de España.
Bajo esta amenazante fantasma, el presidente se dispone a tomar la temperatura del independentismo catalán en el pleno del próximo miércoles. Fiel a su estilo intrépido, imperturbable ante las tormentas, no es una quimera asegurar que Sánchez se deshará de cualquier sombra de vértigo para tentar la suerte ante las reivindicaciones soberanistas en vísperas de presentar, desafiante él, el proyecto de Presupuestos en el Congreso. Quizá lo haga advirtiendo a ERC y al bloque aguerrido del PDeCAT de que miren de reojo a Andalucía para imaginarse cuál podría ser el escenario de su suerte con un gobierno partidario de aplicar de inmediato el 155, acabar con TV3, tomar al asalto el control de los Mossos y encarcelar sin miramientos a quien enarbole una estelada. Igual no cala la admonición en quien vive su propia realidad y exigencia, pero es un hecho que el lobo aúlla cada vez más cerca. Ahora bien, aceptado como hecho irrefutable la reprobación directa que ha tenido en las urnas andaluzas el gesto simplemente distendido de Pedro Sánchez con los soberanistas en favor del diálogo sin condiciones, es lógico que se agigante el interés maledicente por conocer si finalmente coartará su obligada propuesta de acercamiento siquiera a la distensión. Catalunya sigue provocando vértigo.