Una segunda mirada a la actualidad comunitaria resalta una gran paradoja: la Unión Europea (UE) se resquebraja por occidente -el Brexit-, pero la convivencia se ha encallado en oriente. Polonia, Hungría, Rumanía, -para citar sólo los casos más recientes- desafían valores occidentales básicos (desde la solidaridad humanitaria hasta la independencia de la justicia) sin que por ahora nadie diga o susurre nada sobre una convivencia imposible.
Las razones de este silencio son evidentes. En Bruselas nadie quiere confesar un fracaso y la inmensa mayoría las naciones excomunistas incorporadas a la UE no quiere renunciar a los beneficios económicos que les supone la pertenencia al club de los países ricos del Continente.
Pero, por mucho que se silencie, el fracaso sigue siendo innegable. Y hasta cierto punto, inevitable. Y ello, porque la meta de la UE es la creación de un espacio de convivencia común. Desgraciadamente, se quiso aplicar al proyecto un modelo estrictamente comercial, el del Mercado Común Europeo (MCE) que creaba exactamente esto -un mercado supranacional-, basándose en una comunidad de intereses y una similitud de mentalidades.
La bonanza generada por el MCE deslumbró, cegó, a sus dirigentes que quisieron ver en su planteamiento una fórmula de validez universal. No sirvió de nada que el general De Gaulle avisara de que semejante idea era irrealizable (él proponía cómo alternativa una “Europa de las patrias”) y que el ingreso de Gran Bretaña fuera más difícil que el parto de los montes o que la ampliación meridional -España, Grecia y Portugal- sólo se pudiera justificar políticamente, ya que económicamente era arriesgadísima? como se ha visto en la última crisis financiera griega.
La riqueza de las grandes naciones comunitarias permitía ocultar los inconvenientes económicos de las sucesivas ampliaciones del MCE. Y lo que no se podía ocultar, se minimizaba con tal de mantener en pie un proyecto político ambicioso.
Pero no hay nada que pueda ocultar las diferencias de mentalidad porque estas son señas de identidad, sea a nivel individual o nacional. Y así, los ingleses han preferido ser más ingleses que comunitarios aún a riesgo de perder nivel de vida. Y los europeos del Este no pueden y no quieren asumir los valores morales y políticos del mundo occidental. Sólo, con la ventaja sobre Gran Bretaña, de que no se juegan los ingresos bruselenses porque la UE no ha previsto en sus estatutos procedimientos de expulsión?