En los últimos años, el tiempo medio de estancia hospitalaria ha aumentado. Según los últimos datos, cada paciente ingresado pasa de media 8,7 días en el hospital. Teniendo en cuenta la media de edad, se constata que, a mayor edad, mayor es la estancia hospitalaria; las personas mayores de 65 años pasan de media tres días más hospitalizadas.
Durante un ingreso hospitalario, los pacientes presentan el riesgo de sufrir deterioro funcional. Esto implica la pérdida de capacidad de realizar una o más de las actividades básicas de la vida diaria (vestirse, ducharse, utilizar el cuarto de baño...), actividades instrumentales de la vida diaria (utilizar el teléfono, preparar la comida, cuidar la casa...) o pérdida de la autonomía (no tener capacidad de andar o que ésta se vea comprometida). Para valorar el riesgo de padecer deterioro funcional, es indispensable conocer la situación basal del paciente (capacidades que mantenía dos semanas previas a la patología aguda que provoca el ingreso).
El ingreso hospitalario supone un riesgo para los mayores, no tanto por la patología aguda que pueden sufrir, sino por los factores asociados a la hospitalización (inmovilidad, polifarmacia, sujeciones físicas...) y el mantenimiento de éstos a lo largo del tiempo. Si a estos factores añadimos las propias alteraciones que puede conllevar el envejecimiento (pérdida de masa muscular, menor nivel de hidratación corporal, disminución de la capacidad aeróbica, mayor déficit visual...), el riesgo de perder la autonomía es aún mayor.
Por ello, es importante identificar a los pacientes con mayor riesgo de padecer deterioro funcional y ofrecer una asistencia precoz y multidisciplinar para preservar la funcionalidad. En las unidades de recuperación funcional se trabajan todos los aspectos biopsicosociales con el objetivo de que el paciente vuelva a su domicilio con la mayor autonomía posible.
Varios estudios avalan el beneficio de la atención geriátrica especializada, obteniendo como resultado una mejor situación funcional al alta y una menor tasa de institucionalización que los que no acuden a estas unidades.
En las unidades de recuperación funcional, uno de los primeros pasos será garantizar la movilidad de todas las articulaciones, con el objetivo de evitar retracciones que dificulten moverse de forma correcta. De manera simultánea, se potenciarán las extremidades, realizando trabajo de fuerza para aumentar la masa muscular y prevenir riesgos asociados (por ejemplo, las caídas). Al planificar las sesiones de ejercicio, se tendrán en cuenta diferentes variables: intensidad, frecuencia, tipo de ejercicio, tolerancia y otras.
Cuando se consiga la fuerza mínima para iniciar la deambulación, se comenzará a reeducar la marcha y el equilibrio, dos factores importantes para fomentar la autonomía. Es probable que el paciente precise de alguna ayuda técnica que anteriormente no usaba para recuperar la capacidad funcional, por lo que será función del fisioterapeuta asegurarse de la correcta utilización y ajuste de ésta.
El entorno sociofamiliar del paciente puede llegar a ser determinante en la última fase de la recuperación funcional, ya que hay estudios que avalan que un entorno sociofamiliar adecuado favorece una recuperación más rápida que aquellos que no lo tienen. Por ello, es imprescindible la colaboración del paciente y de su entorno, así como una asistencia multidisciplinar que acompañe al paciente durante el proceso.
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