El 20 de junio de 1997 se inauguró un monumento en una calle de Mérida que representa a una loba dando de mamar a dos niños, el símbolo de la capital italiana con Rómulo y Remo, sus fundadores. Al pie se puede leer La ciudad de Roma a la ciudad de Mérida, ayer Augusta Emérita. Tengo la impresión de que se trata de todo un acta de hermanamiento entre dos ciudades que otrora, hace dos milenios, estuvieron muy unidas. Fue una época en la que Roma era el ombligo del mundo, lo que hace pensar que Mérida tuvo una trascendencia enorme en aquel vasto imperio.

El nombre de la capital extremeña proviene precisamente del que le dieron los césares cuando la fundaron en el año 25 de nuestra era, Emérita, como correspondía a su destino, un lugar de reposo para los veteranos de las Legiones V y X por sus méritos. Pero había más: la ciudad se encontraba en la ruta de la plata, en una zona donde el río Guadiana era vadeable. 

En poco tiempo, Mérida llegó a capitalizar casi todo Portugal y la actual comunidad de Extremadura. A finales de la época de Augusto era ya una de las ciudades más importantes del imperio romano, ofreciendo a sus habitantes todo tipo de servicios: templos, teatros, circos, termas… La afluencia de habitantes debió ser destacada, ya que el teatro tenía un aforo para 6.000 personas, el circo para unas 3.000, etc. y, al parecer, se llenaban. Acabó con el apelativo de la Roma hispana.

Anfiteatro romano. B.E.O.

Aquel mundo contrasta evidentemente con el moderno Mérida. Considero que una visión conjunta del puente romano junto al Lusitania, de Santiago Calatrava, es buen ejemplo. El primero, construido en la época fundacional, fue el más largo del Imperio Romano: 800 metros de longitud y 60 arcos.

En escena

El teatro romano es una de las joyas indiscutibles de Mérida. Fue construido en el año 18 a. de C. por orden del emperador Marco Vespasiano Agripa y sus gradas en forma semicircular aprovechan la pendiente natural del cerro de San Albín. El recinto es hoy escenario para la celebración del Festival Internacional de Teatro de Mérida.

Les propongo probar a decir cualquier frase en tono natural en su escenario. Será escuchada desde cualquier punto del graderío. Esto lo saben muy bien cuantos intérpretes han pasado por tan selecto lugar representando a los grandes clásicos. Que se lo digan a Nuria Espert, que el año pasado recibió el Premio Emérita Augusta 2023 por toda una vida dedicada al teatro. La programación de este verano contiene el Coriolano, de Shakespeare, interpretado por Roberto Enríquez; Medusa, a cargo de Victoria Abril; Medea, Salomé…

El acueducto de Los Milagros, que abastecía de agua la ciudad. B.E.O.

Circo y fieras

A un paso del teatro, y en peor estado se encuentra el anfiteatro, de traza elíptica y con 16 puertas o vomitorios. Su aforo era de unos 14.000 espectadores y los espectáculos que ofrecía eran luchas de fieras y combates entre gladiadores, a juzgar por los restos encontrados en el foso. 

Próximas a la ermita de San Lázaro se encuentran las ruinas del Circo Máximo, en el que aún se puede ver la pista para las carreras de cuádrigas. El recorrido que hacían está perfectamente marcado en el suelo. Sólo hace falta echarle un poco de imaginación para visualizar en la mente un espectáculo semejante al que se dio en Ben-Hur. 

Las ruinas de los acueductos son ejemplos de la pericia arquitectónica que tenían los romanos. El de Los Milagros, junto a la carretera de Cáceres, suministraba agua a la población desde el pantano de Proserpina, en la sierra de Carija, a unos cinco kilómetros de Mérida. Los treinta y siete pilares de 20 a 30 metros de altura que quedan en pie llaman poderosamente la atención. Más castigado por el tiempo es el de San Lázaro del que sólo quedan tres pilares.

Restos de la Puerta de Trajano. B.E.O.

Entre calles

No hace falta salir del casco urbano para apreciar el peso que tuvo la cultura romana en este punto de la capital extremeña. En la calle Sagasta están las ruinas del Pórtico del Foro, imponente obra de mediados del siglo I de nuestra era que ocupaba un gran espacio. En el interior había un paseo recubierto de losas de mármol blanco con una anchura de siete metros y sus paredes lucían bellas hornacinas en las que estaban representados no sólo dioses, sino también grandes de la política y la cultura romana.

En la calle Trajano se puede ver un magnífico arco que se atribuye, sin mucho convencimiento, al emperador hispano. Con una altura de 15 metros, está formado por grandes sillares de granito que, en su momento, estuvieron revestidos de mármoles, material que junto a las estatuas le fueron despojadas en tiempos de la invasión francesa. A pesar del saqueo, aún se pueden ver casi a nivel del suelo los restos de los goznes de las puertas de acceso al centro de Augusta Emérita a través de una de sus principales calles.

Siguiendo la ruta por la calle Holguín encontramos los restos de un templo del que sólo queda el podio y los basamentos de seis columnas que tenían un diámetro de metro y medio de diámetro, lo que nos induce a creer que debió tratarse de una construcción majestuosa.

Las termas, que tanta influencia tuvieron en la cultura romana, están representadas en Mérida por los servicios de baños públicos y privados utilizados en aquella época. Los nombres de algunas calles actuales, Baños y Termas de la calle Reyes Huertas principalmente, hacen pensar en la existencia de este tipo de establecimientos en las inmediaciones. De hecho, a pocos kilómetros de Mérida, se encuentran los Baños de Alange que se surten con las aguas medicinales de un manantial ya conocidas en tiempos de los césares.

Palacio del Conde de los Corbos en el Templo de Diana. B.E.O.

Sujetando la historia

Esta proximidad entre arquitecturas romanas y modernas causa a veces estupor entre los visitantes. El colmo es la Casa del Conde de los Corbos, un imponente palacio construido en el siglo XVI en el interior del Templo de Diana, datado en tiempos de Cristo y cuya planta es una de las joyas emeritenses por subsistir aún las elegantes columnas corintias que rodeaban sus cuatro costados. 

Puede imaginarse quien me lee de qué calibre son algunos comentarios: “¿Cómo se pudo dar permiso para construir un domicilio particular en el interior de un templo romano de estas características?”. Ocurrió a instancias de don Alonso Mexia, caballero de la Orden de Santiago. Levantó su residencia palaciega sobre los restos del templo aprovechando sus columnas y capiteles. 

La casa fue expropiada en 1972 con la intención de recuperar el antiguo templo, aunque posteriormente se decidió mantenerla porque su destrucción o alteración haría peligrar la estabilidad de las columnas romanas. 

La visita a la Mérida romana se completa con un recorrido por las tres plantas del Museo Nacional de Arte Romano, especialmente la tercera, donde se muestra una colección de mosaicos impresionante por sus dimensiones, calidad y magnífico estado de conservación. El propio edificio, inaugurado en 1986, ya es merecedor de atención. Rafael Moneo, su diseñador, dejó dicho que “… debería ser capaz de sugerir al visitante el orden de las dimensiones que, sin duda, tuvo en su día la Mérida romana”.

Roma presente en Mérida a través de Rómulo y Remo.

Roma presente en Mérida a través de Rómulo y Remo. B.E.O.

Visigodos y árabes

La decadencia de la época visigótica fue aprovechada en 713 por el moro Muza para conquistar Mérida, iniciando así una etapa que llegaría a durar siete siglos. La ciudad siguió manteniendo su importancia fronteriza como encargada de la defensa de al-Andalus. En el año 805, sus nuevos inquilinos demostraron su bravura al enfrentarse al emir de Córdoba por las diferencias sociales y económicas surgidas entre los conquistadores árabes y la población islamizada.

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Estas sublevaciones contra Córdoba se repitieron y su emir, Abderramán II, cercó Mérida y acabó, cómo no, enamorándose de ella. En el 835 construyó el alcázar cerca del río utilizando para ello numerosos elementos que le dejaron los romanos y visigodos. Posteriormente, el edificio fue ocupado por los Templarios y de ahí el nombre de Conventual que se le da hoy. 

LA OTRA MÉRIDA

Hay otra Mérida al otro lado del Atlántico, en la península mexicana de Yucatán, casi de cara al Golfo de México. Es territorio maya, una civilización que causó muchos problemas a las tropas de los Francisco Montijo, padre e hijo, en sus intentos de conquista durante el siglo XVI. En 1527 el campamento que montó Montijo senior tuvo que ser levantado ante uno de los ataques indios. Diez años más tarde, su hijo volvió a intentarlo corriendo la misma suerte, hasta que finalmente, en 1542, consiguió su objetivo. Rechazó a los nativos hacia la zona de Tayasal y fundó Mérida en recuerdo de la población extremeña.