Quien decida viajar a Siberia ha de estar preparado para cambiar ciertos hábitos. Por ejemplo, beber vodka antes, durante y después de las comidas es casi obligado. Especialmente cuando hay que corresponder amablemente a los brindis que cada dos bocados proponen los nativos. Si éstos observan, en este sentido, cualquier gesto reticente en el visitante enseguida se arrancan a ensalzar las cualidades terapéuticas del popular aguardiente. Yuri Duranin lo explica así: “Prepara la mucosa estomacal y mata todas las bacterias”. Probablemente, sea éste uno de los escasos y más socorridos temas del que a los buryatos –los nativos más próximos al lago Baikal– les gusta hablar. Porque si uno les pregunta de qué hablan entre ellos, siempre obtiene la misma respuesta: “No tenemos nada especial sobre lo que hablar. Sólo somos gente con un buen sentido del humor”. Así que, si quieres romper el hielo con los buriatos, compórtate lo más natural posible y, sobre todo, no ocultes tu sentido del humor. Ellos tienden a ver en todo el lado positivo de la vida. Quizá sea un reflejo de la fuerte influencia del budismo en la región.
La capital de la República de Buryatia es Ulan Ude. Una ciudad tranquila, de 400.000 habitantes con palpables reminiscencias de la Unión Soviética: en su espaciosa plaza principal del Teatro se mantiene erguido el busto más grande del mundo de Lenin. Allí, cualquier residente puede preguntarte: “¿No sientes la libertad que se respira en este lugar? Los casi 6.000 km. que separan Buryatia de Moscú es lo que en realidad les permite disfrutar de esa sensación. La influencia rusa es menor en tanto en cuanto la distancia geográfica es mayor. ¡En Buryatia uno siente que está en Asia!
Navegando hacia Ushkanjy
Sin embargo, el interés de los que viajan a Buryatia gravita principalmente sobre el lago más grande y limpio del mundo de agua dulce: el Baikal. Tiene 636 km. de largo, 85 de ancho, y casi 2.000 metros de profundidad. Una de las más singulares creaciones de la naturaleza. Sus transparentes aguas permanecen tranquilas y sin olas en verano. Se asemejan a un espejo gigante en las que se refleja un cielo azul. Pero en invierno se hielan completamente y sobre su superficie transitan todo tipo de vehículos. Es más, en él se celebran maratones internaciones en el que los participantes corren 42 kilómetros sobre el lago helado, que se convierte, además, en una excelente pista de patinaje. Actividades indispensables para disfrutar a 30 grados bajo cero y evitar que el cuerpo se congele. La gente extranjera suele tener miedo al invierno ruso. Hay lugares como el del lago Baikal, Yakutia, o Kamchatka donde la temperatura media es de 45 grados bajo cero. Ahí se puede oír el susurro estelar, un crujido que genera el propio aliento al congelarse. Dice la leyenda que en estos lugares siberianos ¡hasta el vodka se congela!
Pero para disfrutar de la inmensa belleza de este lago sagrado es necesario navegarlo rumbo al archipiélago Ushkanjy. Nuestro embarque arranca a las 5 de la madrugada. La insistencia de los organizadores en traernos mantas para abrigarnos no es en balde, a pesar de que estamos en verano. La temprana neblina te hace notar el frío de los 3 grados reinantes. Hasta que aparecen los primeros rayos de sol que suavizan las bajas temperaturas. En las primeras horas el silencio en el lago es absoluto. Sólo el run-run de los motores de la embarcación rompe la calma.
Durante la travesía, escuchamos de boca del jefe de expedición Andrey Razuvaev algunas leyendas que se cuentan del Baikal. Y también de los increíbles secretos que esconden sus profundidades. El más fantasioso que desvela se refiere a que “en el fondo del lago existen dos canales que conectan el Baikal con el Ártico ruso”. Asimismo, –prosigue Andrey–“un estudio científico asevera que si toda la capacidad acuática de este lago se desparramara por nuestro planeta lo anegaría en su totalidad”.
Las intrigantes revelaciones de Razuvaev y el agradable calor y olor proveniente de la cocina –donde Olga, la cocinera, prepara un típico desayuno– no evitan que sintamos deseos de echar una cabezadita en el habitáculo principal del barco. Pero no. Es necesario ser fuertes para disfrutar de la prístina belleza que nos brinda la panorámica lacustre. Especialmente, porque quién nos garantiza cuándo tendremos una nueva oportunidad de disfrutar de tanta hermosura, acompañada, además, por los cánticos patrióticos que Soelma Zhambalova, una de nuestras guías, entona así: “Oh, Gran Baikal, tierra de dioses protectores y milagros, te pido me concedas tus favores, buena suerte y salud”. La oda merece un brindis. ¿Adivináis con qué?
Archipiélago a la vista
Tras seis horas de navegación avistamos en el horizonte el archipiélago de las tres islas Ushkany. Los nombres de las islas son harto elocuentes: Grande, Redonda, y Larga y delgada. En esta última desembarcamos y se nos advierte de la necesidad de mantenernos silenciosos. Los animales que vamos a descubrir tienen un acusado sentido del oído y repudian los colores fuertes. De ahí que debamos proveernos obligatoriamente de los uniformes de camuflaje que nos facilitan los militares que custodian el parque natural de esta isla, un área altamente protegida.
Actuando, pues, con enorme sigilo, nos aproximamos a unas atalayas con redes protectoras y también camufladas para no ser vistos, cuando aparecen en el mar –el lago no parece otra cosa— y ante nuestros ojos centenares de las famosas focas endémicas del lago Baikal, ignorantes ellas de que están siendo observadas (de lo contrario cambiarían sus hábitos). El descubrimiento es emocionante. Los incesantes clics de las cámaras fotográficas son testigos del interés despertado en todos nosotros. Las focas, obesas y simpáticamente torpes para subirse a las rocas donde toman el sol, se zambullen en el agua a cada rato. Pero para no calificarlas de patosas es preciso dejar de verlas sobre las rocas. Bajo el agua desarrollan una más que efectiva velocidad (25 km/h) y sus grandes ojos les permite cazar fácilmente bajo el mar. Pero las focas son sólo una muestra de la numerosa fauna endémica (más de dos mil especies, algunas de ellas totémicas) que pueden verse en sus hábitats. Entre otras, osos, toros, lobos, leopardos, alces, águilas, etcétera.
Poder chamánico
Sin embargo, Baikal no se comprendería sin el chamanismo. Como se sabe, éste se refiere a un tipo de creencias y prácticas parecidas al animismo, que confiere al chamán (del idioma siberiano tungu) no sólo la facultad de diagnosticar y curar enfermedades, sino también la de profetizar, interpretar los sueños y viajar a un mundo superior (sus ritos no difieren mucho de los practicados por otros aborígenes americanos). Los antropólogos describen al chamán como un intermediario entre el mundo real y el de los espíritus al que accede en estado de trance.
En este sentido, en todo el entorno Baikal se celebran numerosos ritos chamánicos que nos recuerdan el supremo poder que se encuentra más allá del ser humano. Tales rituales son de distinto signo. Uno de los principales tiene como objeto mantener viva entre sus pobladores una conciencia ética de conducta que preserve el destino del lago (llamado también el ombligo del mundo) y de sus territorios: “No profanar sus lugares sagrados” y “No contaminar sus aguas” son leyes no escritas de coexistencia entre el ser humano y la naturaleza. Una obligación de todos en nombre de la salud y la prosperidad de la Humanidad. Con este ritual, los chamanes tratan de “salvar la vida de las generaciones presentes y futuras de las calamidades de la Tierra”.
Buriatos, mongoles, y tungus, entre otras etnias siberianas, creen, efectivamente, que Baikal es un gran regalo del Creador. El único lugar del mundo cuya riqueza es mucho más importante que el petróleo, el gas, el oro, y los diamantes. Porque su agua pura y clara es la vida misma. De ahí que Baikal sea considerado por sus habitantes un lugar sagrado. Actualmente, los chamanes conmemoran desde tiempos remotos lo que llaman Espíritu Baikal. Son monólogos, recitales, cánticos y ritos para comunicarse con un mundo paralelo de poderes extraterranales.
Valentin Jagdáev, uno de los chamanes más conocidos, resume una de sus plegarias así: “Oh, gran espíritu de Baikal. Abre el camino de la felicidad a la gente de todas las razas y religiones”. Los chamanes pueden meditar o comunicarse con los dioses en cualquier época del año y en cualquier rincón sagrado. Entran fácilmente en trance para contactar con ellos y pedirles felicidad y salud para todos. Los lugares donde celebran sus ceremonias –templos naturales, petroglifos, panteones, árboles o túmulos– han sido objeto de creativos trabajos de arquitectos, poetas y escritores que se han identificado en cuerpo y alma con los ritos e himnos de los chamanes.