i de algo debemos sentirnos avergonzados los europeos es de las dramáticas imágenes de miles de personas que sufren nuestra inexistente política común de asilo y migración. Niños ahogados en las playas y familias hacinadas en campos de refugiados, cinco años de crisis migratoria y la tragedia más reciente del incendio en Moria, no han servido para que nuestras conciencias de mundo rico se revuelvan contra tanta injusticia. La última propuesta de la Comisión Europea se basa en un pacto que ofrece solidaridad con precio y a la carta y más retornos y más rápidos a sus países de origen de los migrantes. Y lo peor de todo es que el esperado pacto de asilo y migración de Bruselas tendrá que someterse a un tormentoso proceso de negociación con los Estados miembro. La propuesta, bautizada con el pomposo nombre de Un nuevo comienzo sobre migración: construyendo confianza y forjando un nuevo equilibrio entre responsabilidad y solidaridad, debe ser aprobada por los países más escépticos con la migración como Hungría, Austria o Polonia y los países de primera línea migratoria como Italia, Grecia, Malta o España.
La idea central del nuevo plan es la gestión fronteriza más eficaz. Se pretende que exista un control más estricto en las fronteras exteriores de la UE con una agencia Frontex con más medios y poderes, y procedimientos más efectivos y rápidos para determinar quién puede quedarse en el continente europeo y quién debe ser expulsado. Todas las personas que lleguen sin autorización, ya sean rescatadas en alta mar, pidan protección internacional o sean detenidos dentro del territorio tras eludir los controles en las fronteras exteriores, serán objeto de un examen acelerado -sanitario y de seguridad, incluida la toma de huellas y el registro en la base de Eurodac- en un plazo máximo de cinco días para determinar su identidad y si constituyen una amenaza para la seguridad o salud pública. Es evidente que la ultraderecha europea ha ganado esta batalla de blindar la Unión al peligro de seres humanos que tan solo buscan un futuro digno para ellos y los suyos.
La otra parte de la receta es el llamado mecanismo de solidaridad permanente, que elimina las cuotas y que se activará en caso de crisis o presión migratoria y al que todos los estados miembros, "sin excepciones", tendrán que contribuir. No habrá cuotas de asilo ni la reubicación será obligatoria. Bruselas renuncia a esta fórmula para evitar que los países de Visegrado -Hungría, Polonia, República checa y Eslovaquia- y otros países reacios a acoger inmigrantes veten el plan. Una nueva victoria de los enemigos del respeto a los derechos humanos. Orban y compañía, se han salido con la suya. Y para más sonrojo la Comisión Europea propone lo que denomina "contribuciones flexibles". Los Estados podrán negarse a acoger refugiados, pero los que sí lo hagan recibirán 10.000 euros por persona acogida del presupuesto de la UE. Eso sí, los que se nieguen tendrán que asumir la responsabilidad en la expulsión de inmigrantes irregulares sin derecho a permanecer en la UE o dando apoyo operativo, logístico y económico para financiar centros de recepción. En una palabra podrán ser patrocinadores de expulsiones o de reclusiones.
Lo más ridículo de esta política migratoria es que la Unión Europea tiene en su pirámide demográfica el principal problema que afrontar si quiere el proyecto común de paz y libertad tenga un horizonte futuro. Europa es un continente envejecido que hace insostenible la panacea que ha supuesto para todos nosotros el estado del bienestar. Sin jóvenes y niños será imposible pagar las pensiones y dar cobertura a los más necesitados. Sin esos migrantes que traigan savia nueva al sistema, será imposible seguir llevando a cabo políticas fiscales redistributivas de la riqueza. Pero voy mucho más lejos, sin ese multiculturalismo que ha sido y debe seguir siendo la base de la Historia europea, acabaremos reducidos a un cúmulo de aldeas aisladas del mundo, incapaces de innovar y atrincherados en nuestras supersticiones patrias. Si seguimos empeñados en comportarnos como viejos egoístas con miedo al extranjero, al color de la piel, a la religión del otro o al que no habla nuestro idioma, solo nos quedará un telón de fondo de banderas raídas.
Lo más ridículo de esta política migratoria es que la UE tiene en su pirámide demográfica el principal problema que afrontar si quiere que el proyecto común tenga futuro