En el año 628 después de nuestra Unificación, por la presente queda registrado que Aretia ha sido calcinada hasta los cimientos por fuego de dragón, según lo estipulado en el Tratado que pone fin al movimiento separatista. Las personas que han huido han sobrevivido; las que no, siguen sepultadas bajo sus ruinas.

—Aviso público 628.85, transcrito por Cerella Nielwart

Ficha

Título: ‘Alas de hierro’

Autora: Rebecca Yarros

Género: Fantasía 

Editorial: Planeta

Páginas: 896

La revolución tiene un sabor extrañamente... dulce.

Observo a mi hermano mayor al otro lado de la mesa de madera chamuscada, en la gigantesca y ajetreada cocina de la fortaleza de Aretia, mientras mordisqueo la galleta de miel que me ha dejado en el plato. Joder, qué rica está. Riquísima.

O tal vez sea porque llevo tres días sin comer, desde que un ser no tan mitológico me apuñaló en el costado con una hoja envenenada que debería haberme matado. De hecho, me habría matado de no ser por Brennan, que no deja de sonreír mientras mastico.

Esta bien podría ser la experiencia más surrealista de mi vida.

Brennan está vivo. Los venin, seres oscuros que creía que solo existían en los cuentos de hadas, son reales. Brennan está vivo. Aretia sigue en pie, a pesar de que la calcinaran hace seis años, tras la Rebelión tyrrish. Insisto: Brennan está vivo. Tengo una nueva cicatriz de ocho centímetros en el abdomen, pero no he muerto. Y Brennan está vivo.

—Las galletas están ricas, ¿eh? — me pregunta cogiendo una del plato que hay entre nosotros—. Me recuerdan un poco a las que nos preparaba aquel cocinero cuando estábamos apostados en Calldyr, ¿te acuerdas?

Lo observo y mastico. Es tan... él. Y, sin embargo, lo recuerdo distinto. Tiene los rizos marrón rojizo recortados a poca distancia del cráneo, en lugar de colgarle por la frente, y lejos queda la suavidad de los ángulos de su rostro, que ahora cuenta también con unas diminutas arrugas en las comisuras de los ojos. Pero esa sonrisa, esos ojos...

Es él, sin duda. Y que antes de llevarme a ver a mis dragones me haya puesto como condición que coma algo es la idea más propia de mi hermano que he visto jamás. Que tampoco es que Tairn espere nunca permiso alguno, lo que significa que...

—Yo también creo que deberías comer algo.

La voz grave y arrogante de Tairn me inunda la cabeza.

—Que sí — respondo del mismo modo, tratando de comunicarme de nuevo mentalmente con Andarna mientras uno de los trabajadores de la cocina pasa ligero a nuestro lado, lanzándole una media sonrisa a Brennan.

Andarna no responde, pero siento ese destellante brillo entre nosotros, aunque ya no sea dorado como sus escamas. No consigo vislumbrarla en mi cabeza, pero aún tengo la mente algo nublada. Se ha vuelto a dormir, algo que no debería sorprenderme después de que haya utilizado toda su energía para detener el tiempo. Después de lo que ocurrió en Resson, probablemente necesite descansar una semana, como mínimo.

—Apenas has dicho nada. — Brennan ladea la cabeza como antaño, cuando intentaba resolver un problema—. Es inquietante.

—Lo que es inquietante es que me mires mientras como — replico después de tragar, con la voz todavía algo ronca.

—¿Y? — Se encoge de hombros con indiferencia, y al sonreír se le dibuja un hoyuelo en la mejilla. Es el único rasgo infantil que le queda—.

Hace unos días estaba bastante convencido de que no volvería a verte hacer, bueno, pues nada. — Da un buen mordisco. Supongo que sigue teniendo el mismo apetito, y eso, por extraño que parezca, me reconforta—. De nada por la reparación, por cierto. Considéralo un regalo por tu vigésimo primer cumpleaños.

—Gracias.

'Alas de hierro'.

'Alas de hierro'. Elkar

Tiene razón. Me he pasado mi cumpleaños durmiendo. Y estoy segura de que estar en la cama al borde de la muerte ha sido un drama más que suficiente para todas las personas de este castillo, o casa, o como lo llamen.

El primo de Xaden, Bodhi, irrumpe en la cocina uniformado, con el brazo en cabestrillo y su maraña de rizos negros recién recortados.

—Teniente coronel Aisereigh — anuncia Bodhi entregándole a Brennan una misiva doblada—. Esto acaba de llegar de Basgiath. El jinete no se marchará hasta esta noche, por si quiere responder.

Me lanza una sonrisa y vuelvo a quedarme de piedra ante lo mucho que se parece a Xaden, aunque con un aspecto más delicado. Tras hacerle un gesto aprobatorio de cabeza a mi hermano, da media vuelta y se va.

¿Basgiath? ¿Hay otro jinete aquí? ¿Cuántos habrá? ¿Qué tamaño tiene exactamente esta revolución?

Las preguntas se me disparan en la cabeza antes de darme tiempo a verbalizarlas.

—Un momento. ¿Eres teniente coronel? ¿Y quién es Aisereigh?

— inquiero, claro, como si esa fuera la pregunta más importante.

—Tuve que cambiarme el apellido por razones obvias. — Sin dejar de mirarme, despliega la misiva, rompiendo un sello de lacre azul—.

Y no puedes ni imaginarte lo rápido que te ascienden cuando todos los que están por encima de ti van muriendo — continúa antes de leer la carta, maldecir y guardársela en el bolsillo—. Tengo que reunirme con la Asamblea, pero termínate las galletas y nos encontraremos en el salón en media hora para ir a ver a tus dragones.

Todo rastro del hoyuelo y del hermano mayor risueño desaparecen, sustituidos por un hombre que apenas distingo del resto, un oficial que no conozco. Brennan es, a efectos prácticos, un desconocido.

Sin esperar respuesta, arrastra su silla hacia atrás con un chirrido y sale atropelladamente de la cocina. Mientras sorbo la leche, contemplo el espacio vacío que mi hermano ha dejado frente a mí, con el asiento aún apartado de la mesa, como si pudiera volver en cualquier momento. Me trago la galleta que se me ha quedado atascada en la garganta y alzo la barbilla, decidida a no volver a esperar sentada a que mi hermano regrese. Me apoyo en la mesa para levantarme y salgo tras él, dejando atrás la cocina y atravesando el largo pasillo.

Debía de tener prisa, porque ya no lo veo por ninguna parte.

La intrincada moqueta amortigua mis pasos por el corredor, ancho y arqueado, hasta llegar a... Hala. La imponente escalera doble pulida con sus ornamentados pasamanos que se alza tres, no, cuatro plantas por encima de mí.

Estaba tan absorta con mi hermano que antes no le he prestado atención, pero ahora contemplo boquiabierta la arquitectura del inmenso lugar. Cada descansillo está ligeramente desplazado en comparación con el anterior, como si la escalera ascendiera hacia la mismísima montaña en la que tallaron esta fortaleza. La luz de la mañana se cuela por decenas de ventanucos, la única decoración del muro de cinco plantas que hay sobre las ciclópeas puertas dobles de la entrada de la fortaleza; parecen dibujar un patrón, pero estoy demasiado cerca para apreciarlo. Me falta perspectiva, algo que en estos momentos es una metáfora bastante fiel de mi vida.

Dos guardias vigilan todos y cada uno de mis pasos, pero no hacen ademán de detenerme cuando paso por delante de ellos. Al menos eso significa que no soy una prisionera. Sigo avanzando a grandes zancadas por el salón principal de la fortaleza hasta que oigo voces provenientes de una habitación al otro lado, donde una de las dos grandes puertas ornamentadas está entreabierta. Al aproximarme, reconozco al instante la voz de Brennan, y noto una opresión en el pecho ante ese timbre que tan familiar me resulta.

Rebecca Yarros. Gypsy Thorn

SOBRE LA AUTORA

Rebecca Yarros (1982, Washingtong D.C.), es una escritora estadounidense que se ha especializado en el género del romanticismo, la fantasía y la ficción juvenil. Es autora bestseller de The New York Times y de USA Today. Su primera novela, Full Measures, se publicó en 2014 y fue un éxito de crítica y ventas. Después le siguieron más títulos como Point of Origin, Ignite y Reason to believe, que formaron la serie, Legacy. Otra de sus trilogías más conocidas es Renegades. Entre sus libros más recientes y exitosos se encuentra la saga Empíreo, formada por los libros Alas de sangre (Empíreo 1) y el recién estrenado Alas de hierro (Empíreo 2).