Solo el 18,4% de las mujeres que han sufrido violencia ha recibido asistencia médica o psicológica, un paso fundamental para la reparación y la reconstrucción
La violencia machista, más allá de los golpes
La violencia contra las mujeres se encuentra tan enraizada en nuestra sociedad que se confunde con lo cotidiano. “Si tienes dudas de que algo no va bien, esa duda ya es una señal importante”, subraya Izaskun Gutiérrez Vecilla de la asociación Clara Campoamor
La violencia contra las mujeres ni empieza con un puñetazo ni termina con una denuncia. Se gesta en silencios que pesan, en dudas que llevan a cuestionarse a una misma y en pequeñas renuncias que acaban desdibujando parte de su esencia. La ‘Encuesta de violencia contra las mujeres y otras formas de violencia interpersonal’, publicada el pasado mes de julio por el Gobierno vasco, es un estudio pionero que pone cifras a una lacra que trasciende las secuelas del daño físico.
El 48,2% de las mujeres de Euskadi ha sufrido algún tipo de violencia a lo largo de su vida, dentro o fuera de la pareja. Y, sin embargo, una parte decisiva de esta violencia continúa siendo invisible. “La violencia psicológica es la que hace que un golpe o una agresión física no se vea como grave”, ejemplifica Izaskun Gutiérrez Vecilla de la asociación Clara Campoamor. “Es la que está detrás de que no rompas la relación o incluso de que llegues a pensar que lo mereces porque has hecho algo mal”, apostilla.
Ligada desde hace más de 20 años a esta entidad, ahora en calidad de trabajadora social, Gutiérrez ha dedicado buena parte de su vida a acompañar a estas mujeres supervivientes de la violencia machista. No duda en señalar que, de hecho, la violencia psicológica es siempre la encargada de abrir las puertas de un infierno en vida. “Esa violencia es la que está detrás de otros tipos de violencia”, esgrime, para después relatar cómo, en muchas ocasiones, estas mujeres llaman a la puerta de la asociación con la urgencia de quien está al límite.
Lo invisible sostiene lo visible
Aunque el daño psicológico no sea visible en un escáner cerebral, impacta de lleno en su salud mental. “Se puede comenzar detectando cambios bruscos de ánimo y de personalidad en ellas. Se van volviendo inseguras, viven en tensión, con nervios... saltan por cualquier cosa o están más calladas”, esboza como primeras señales de alerta. “Se genera también un malestar físico sin aparente justificación como insomnio, dolores de cabeza o falta de apetito” menciona entre los cuadros más recurrentes.
Y relata que detrás de un diagnóstico de depresión puede haber incluso una situación de maltrato. Por ello, ve conveniente una mayor formación en el ámbito sanitario. "No limitarnos a dar una medicación o una pastilla para dormir, sino poder llegar a la raíz de lo que está pasando y destapar si hay una situación de violencia", destaca, en alusión al trato que debe dispensarse en consulta.
“Se diagnostican enfermedades mentales a mujeres en cuya base se encuentra que está sufriendo algún tipo de violencia”.
La violencia psicológica dentro de la pareja es la más extendida, según los datos aportados por la encuesta del departamento de Bienestar, Juventud y Reto Demográfico. No deja marcas en la piel porque los ataques van contra la esencia de la persona y en los casos más perversos el agresor se afanará en lograr la destrucción total de su víctima. Esta experta en hacer frente a la violencia machista habla de conductas conocidas como los celos o restricciones aparentemente inofensivas. Se trata de una cuidada estrategia que culmina con el aislamiento final de la mujer. Un 28,6% de las mujeres reconoce haber sufrido situaciones de esta índole en algún momento de su vida.
“Pequeños cambios en la dinámica diaria deberían ponernos en alerta”, responde Izaskun Gutiérrez cuando le preguntamos por los indicios. Cancelar planes sin una razón clara, abandonar aficiones, cambios bruscos de humor o vivir constantemente pendiente del móvil pueden darnos alguna pista. “En la gente más joven vemos cómo directamente comparten su ubicación a través del móvil”, afirma preocupada ante las nuevas estrategia de control que están viendo en la asociación Clara Campoamor.
Violencias detrás de la intimidad
Preguntada por la violencia sexual en el seno de la pareja, reconoce que sigue siendo un territorio difícil de nombrar. “A veces ni siquiera perciben que lo que viven tiene un nombre”, apostilla Gutiérrez. La encuesta lo cuantifica: el 8,3% de las mujeres residentes en la CAV ha sufrido violencia sexual por parte de alguna de sus parejas.
Obligar a realizar determinadas prácticas sexuales, amenazar con poner fin a la relación en caso de no acceder a éstas o que el hombre se quite el preservativo sin previo aviso ni consentimiento son algunos ejemplos. “Aunque no me apetezca, aunque no quiera, lo hago y cumplo. Pensemos en frases como ‘el mejor polvo es el de después de una bronca’. Este tipo de afirmaciones están muy extendidas y pese a ser mitos, se quedan y calan”, cuestiona en una clara señal de que la responsabilidad es colectiva.
Frente a estas falsas disertaciones, Izaskun incide en que nos detengamos en las sensaciones que quedan tras el acto: “Termina la práctica y aparece el vacío, el asco, la culpa. Si después de hacer algo no te sientes bien, es que no lo deseabas”. Este es el primer rastro, el poso más inmediato que deja la violencia sexual.
El dinero como arma
Aunque menos visible en el debate público, tomando como referencia el informe del Ejecutivo vasco, la violencia económica ha estado presente en un 7,7% de las mujeres que han tenido pareja. Como los tiempos son otros, la atención de Clara Campoamor en este ámbito se ha tenido que ir acompasando a los escenarios.
“Antes veíamos a mujeres que recibían una asignación semanal. Ahora vemos impagos de pensiones, de hipotecas, y escuchamos que les dicen cosas como ‘¿a dónde vas a ir si no tienes un duro?’”, relata sobre sus manifestaciones más habituales. “Son frases que desarman, dirigidas a cortar la independencia y a generar miedo al futuro”, resume. Y es que, independientemente de los tiempos, un agresor jamás tolerará la libertad ni la felicidad de una mujer.
En el otro extremo se encuentra el equipo que conforma Clara Campoamor. Muchas mujeres, así como familiares o personas ligadas a su entorno próximo, acuden a la entidad en busca de respuestas y ayuda. Son recibidas por una abogada encargada de evaluar las necesidades jurídicas, sociales y psicológicas, según cada caso.
La asociación ofrece un servicio de acompañamiento a la hora de denunciar, aunque no siempre es sencillo. Solo el 14% de las mujeres que han sufrido violencia en la pareja ha denunciado alguna vez.
El motivo para no hacerlo es la dificultad para poder identificar la violencia como un delito, que suele estar acompañada de una sensación de culpa y vergüenza. Las dificultades del proceso judicial tampoco ayudan. “Lo psicológico es muy difícil de probar, sobre todo cuando ella misma no identifica todavía que eso es violencia”, incide Izaskun. Además, el proceso es tedioso, largo y duro. “Te puede quedar esa sensación de que no se ha hecho todo lo que se podría pero al final, la justicia es lo que es”, lamenta.
Más allá de la pareja
Interpelada sobre los cambios de tendencia en las agresiones o las situaciones a las que ahora se enfrentan las generaciones más jóvenes destaca la irrupción de violencias más contemporáneas. “Los delitos de violencia digital, sin duda. Vídeos y fotos que haces en la intimidad y una vez dejas de ser pareja, esas fotos se suben a foros, chats, etc”, menciona como los más extendidos y con una tendencia al alza.
Por otro lado, le vienen a la cabeza casos en que pese a haber una orden de alejamiento, como queda prohibido el contacto por WhatsApp, Facebook o Instagram, el hombre se las ingenia y manda un bizum. “Te mando un bizum con lo mínimo y te pongo un mensaje para que sepas que sigo estando ahí”, cuenta sobre el acoso que suelen vivir cuando ya han puesto fin a la relación.
Estrategias nuevas para una violencia de siempre: vídeos íntimos difundidos tras la ruptura, mensajes vía bizum o activar la pulseras de madrugada para infundir miedo.
Romper, reconstruirse, seguir
A pesar de los datos, hay espacio para la esperanza. Izaskun lo subraya con fuerza: “Sí, se puede volver a vivir plenamente. Hay otra vida después de la violencia”. Los finales luminosos tienen forma de relaciones sanas, proyectos laborales y estabilidad personal. Una vida normalizada y plena. En este punto de la conversación, deja un consejo que sintetiza años de trabajo: “Si tienes dudas de que algo no va bien, esa duda ya es una señal importante. Busca ayuda. No eres culpable de nada y no estarás sola”.
La filosofía y técnica japonesa 'kintsugi' ensalza las fracturas de una pieza. No se esconden sino que se reparan con oro para que formen parte de su identidad, convirtiéndola en algo irrepetible. Esta práctica celebra la historia del objeto, enfatiza la resiliencia y el valor de las cicatrices, transformando la pieza dañada en una obra de arte más bella y única de lo que era antes.
Del mismo modo, las mujeres supervivientes a la violencia invisible reconstruyen su trayectoria sin borrar lo vivido. La reparación, acompañada y sostenida, revela una fortaleza que desmiente cualquier narrativa de fragilidad. Como en el 'kintsugi', sus cicatrices no restan valor: evidencian la lucha, la resistencia y la dignidad de seguir adelante.
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