Como tantas veces en estos tiempos, la noticia nació en Internet. No en un medio digital, sino en foros en los que usuarios anónimos exponen sus problemas. A principios de año, en el portal Reddit.com, un usuario explicaba cómo su teléfono móvil había mejorado notablemente su rendimiento tras cambiarle la batería. El teléfono en cuestión era un iPhone. Historias similares surgieron en multitud de webs y se llegó a una conclusión: el rendimiento de los teléfonos de Apple disminuye tras instalar nuevas actualizaciones de su software. Si esto era cierto, era inevitable la sospecha: ¿está la compañía fundada por el difunto Jobs provocando la obsolescencia de sus terminales para empujar a los usuarios a comprar nuevos modelos?
El caso de Apple y el de Epson, marca de impresoras a la que se le acusa de forzar con engaños al cliente para cambiar los cartuchos de tinta cuando todavía no están vacíos, han sacado a la palestra el término de obsolescencia programada. Las denuncias de organizaciones de consumidores en Francia animaron a la Fiscalía gala a investigar a la multinacional americana y en Bruselas también se piensa ya en medidas a nivel europeo para prolongar la vida útil de los productos.
Pero la obsolescencia programada, el acortamiento de la vida útil de un producto para aumentar su venta y consumo, no es algo nuevo. En los años 20 del siglo pasado los principales productores norteamericanos de bombillas acordaron unas características comunes en su producción que fijaban la duración de las bombillas en mil horas, cuando hasta la fecha había algunas que tenían garantizadas 2.500 horas de uso. “Instalar en el comprador el deseo de poseer algo un poco más nuevo, un poco mejor y un poco antes de lo necesario”, rezaba el diseñador estadounidense Brooks Steven en los años 50 cuando explicaba lo que es la obsolescencia tecnológica. “Es algo que siempre ha existido”, explica a DNA Enrique Dans, profesor de Innovación en la IE Business School de Madrid. “Las marcas -subraya- siempre se han planteado cómo encontrar fórmulas de incentivar el cambio de producto”.
El experto en tecnologías asegura que es una práctica que se puede hacer de muchas formas, “a veces más obvias que otras”, según qué busca la marca en cada caso: “Una cosa es lo que hacen algunas marcas de impresoras, porque Epson no es la única, de falsear la información que facilita el dispositivo. En el momento en el que las impresoras se hacen suficientemente inteligentes como para dar información del cartucho que llevan puesto, tú puedes aprovechar eso para falsearlo y extraer información falsa diciendo que el cartucho está vacío, cuando no está vacío y el cartucho es más caro que la impresora. Es obviamente una estrategia torticera que no está motivada por ninguna cuestión que vaya en beneficio del cliente. Tampoco está intentando evitar un daño excesivo. Simplemente está intentando forzar la compra de un producto con un margen muy alto dando información falsa y errónea a propósito”.
En cuanto al caso de Apple, Dans asegura que no se trata de un fraude: “Que las baterías se deterioren es una cuestión física. La batería va perdiendo potencia, no alcanza un voltaje determinado que el teléfono necesita para unas funciones y el terminal se resetea. Esto puede molestar al usuario, puesto que un reinicio lleva un rato y a la quinta vez que se resetee puedes tener ganas de tirarlo contra la pared. Lo que hace Apple, en principio, no está mal pensado. A partir del momento en el que la batería no puede dar unas prestaciones, lo que hace es bajar el rendimiento del teléfono para que no genere un reset. El problema es hacer esto sin dar información”.
Para Enrique Dans, el pecado de Apple está en el halo de misterio que le rodea. “Estamos hablando de una marca que nunca ha sido especialmente transparente, que ha sido incluso secretista, y que ha llegado al punto de demandar a aquellos que extraían información de la compañía con métodos periodísticos. Es una marca que no es transparente y que piensa, además, que no se le pueden dar muchas opciones al cliente, porque el cliente no sabe muy bien qué es lo que quiere y, si se le dan muchas opciones, se le frustra”. El experto de la IE Business School cree que toda esta polémica se podría evitar si la marca le dijese al usuario “voy a hacer esto para que no te pase esto otro”. “La gente no lo llamaría entonces obsolescencia programada”, apunta Enrique Dans, “de hecho, el arreglo que plantea Apple para esta crisis es, de entrada, confirmar que estaba haciendo esto para evitar el colapso de las baterías. Segundo, abaratar el cambio de las baterías. Y en la próxima actualización dejar que el usuario elija actualizar rebajando las prestaciones del teléfono o dejarlo como está”.
Evolución del entorno ¿Qué es lo que hace que un aparato electrónico se quede obsoleto? Dans no cree que sean los materiales o el software, sino que la obsolescencia viene marcada desde fuera: “La obsolescencia está marcada por la evolución del entorno”. Como ejemplo señala la estrategia que durante muchos años llevó Microsoft: “Es lo que ha hecho Microsoft toda la vida. Ha inflado siempre los requerimientos de sus productos para que los ordenadores de una generación determinada dejasen de funcionar”.
La Unión Europea está preocupada por la obsolescencia programada y, aunque son las autoridades estatales las que tienen competencia a la hora de investigar las violaciones de la normativa europea sobre protección al consumidor, desde Bruselas ya se apunta a un etiquetado sobre consumo energético obligatorio en aparatos electrónicos y otros productos como ruedas de automóvil o calefactores.
El objetivo es frenar el aumento de residuos y el desperdicio de materiales valiosos que podrían reutilizarse o mantenerse activos durante más tiempo. A los proyectos de la UE les avalan los datos arrojados por el Eurobarómetro que señalan que el 77% de los consumidores europeos se decantarían antes por reparar sus productos en lugar de comprar otros nuevos, pero las pocas facilidades de los fabricantes les empujan a comprar nuevos modelos. Enrique Dans señala en cambio que el arreglo es una cosa cada vez más anacrónica: “En realidad tendemos a pensar que, como ha salido un teléfono nuevo, el nuestro ya no nos sirve, no solo por sus prestaciones, sino por otras cosas más, como lo bien que nos sentimos al tener el último modelo. Se acabará generando un problema, sobre todo cuando las marcas no son coherentes. Si te dice, tráemelo y lo reciclo correctamente, muy bien. Pero en la práctica ese reciclaje lo hace a través de la subcontrata de una subcontrata y lo acaban tirando de mala manera en un país perdido”. No hay duda de que el mundo está diseñado para que siempre tengamos en el bolsillo un teléfono nuevo que se quiere hacer pasar por viejo.