Estos puentes largos (como la cola de un mandril de Guinea Ecuatorial) y fríos (como la primera comunión del Yeti en el Himalaya), son días de momentos tranquilos a bordo del autobús, donde pocos usuarios hacen uso del transporte público o, al menos si lo utilizan, no lo es con la premura del ajetreo matutino semanal en plan carrera de fondo al puesto de trabajo, sino con el relax manifiesto en sus caras motivado por el disfrute de unos días de asueto y descanso seguramente bien merecidos. Viajaba una chica cerca de mi puesto de conducción que no dejaba de estornudar, presa sin duda de un principio de gripe galopante o de una alergia manifiestamente incómoda. Por lo que escuché que contaba a su amiga de asiento, parecía que era la primera opción la que ganaba por goleada.
-Tengo un trancazo morrocotudo-afirmó, arrojando miles de virus al espacio intersticial del autobús (ese sitio, casi místico por su indefinición, donde se comparte de forma similar bacilos de Koch, olores de profunda e intensa maduración, esporas anaeróbicas, o sudores de variada naturaleza).
-¿Has probado a tomar leche con miel? -le aconsejó su amiga tapándose la boca con un pañuelo bordado filtrando así el aire de alrededor-. A mí me va de vicio.
-Nada de nada- respondió la enferma con otra convulsión exagerada que resonó como una estampida en el interior del vehículo-. Ni miel, ni zumo de limón, ni tisanas mágicas de la abuela, ni leches? No se me pasa de modo alguno. Y además el médico no quiere darme antibióticos porque dice que es vírico.
Un hombre elegante, de porte fino, algo calvo y con un bigote pelirrojo muy poblado, se acercó a las chicas:
-Perdonen que me entrometa -dijo-, pero ¿ha probado usted con el paracetamol en disolución con un antitusígeno y vitamina C? Es mano de santo. Eso y una cataplasma de mostaza en el pecho que alivie la congestión le ayudarán mucho a mejorar el malestar.
-Caramba, que puesto está usted en dar soluciones para los achaques -le respondió la mujer doliente-. ¿A que se debe tanto manejo de las artes curativas?
-Verá señorita, es que yo tuve una botica tradicional durante muchos años. La heredé de mis padres y la mantuve a flote hasta que las nuevas franquicias y los medicamentos más vanguardistas acabaron con la medicina tradicional. Entonces cerré el negocio.
-¿Y eso por qué? ¿No podía convivir con la competencia? El mercado de la salud es amplio como para orientar a pacientes y ofrecer tratamientos alternativos.
-No fue posible -contestó el hombre reflejando en su rostro cierta tristeza y añoranza-: tuve que cerrar la farmacia porque no había más remedio?.