El deporte es también una vía de escape para aquellos que sufren los estragos de las guerras. Algunos jóvenes discapacitados que huyen de los conflictos en Oriente Medio tienen un atisbo de esperanza a su llegada a Europa.

El Comité Paralímpico Heleno ofrece amparo deportivo para refugiados mediante un programa que quiere hacer extensible a sus homólogos europeos. A Nayib le cambió la vida con tan solo ocho años de edad. Un proyectil le cayó enfrente cuando pretendía guarecerse de un bombardeo en Homs, su ciudad natal. La explosión le causó una lesión en la médula espinal que le ha dejado paralítico de cintura para abajo. “En el momento del ataque no era consciente de lo que había ocurrido porque me desmayé. Pero cuando desperté comprendí que no podía sentir mis piernas”, relata Najib, que acudió diariamente a una clínica de rehabilitación los cuatro años siguientes.

La familia quiso poner fin al calvario y dejó atrás Siria para poner rumbo a Turquía. Un viaje “con muchas dificultades”, según relata Najib a Efe. En tierras otomanas embarcaron en un bote hacia Grecia con la esperanza de llegar a Europa y solicitar asilo humanitario, que finalmente les fue concedido a finales de 2016. En la cuna del olimpismo Najib ha encontrado una motivación para rehacer su vida. Y es que justo por aquel entonces Vassilis Kalyvas, entrenador del Comité Paralímpico Griego, estaba buscando jóvenes que se acogieran al incipiente proyecto de educación paralímpica para refugiados. “Desde el inicio teníamos información de la existencia de muchos refugiados que llegaban con discapacidades. No podíamos quedarnos de brazos cruzados, ya que además de la actividad deportiva tenemos el deber de ofrecer ayuda a las personas que tienen problemas”, explica Yorgos Funtulakis, presidente del Comité Paralímpico Griego.

“Muy contento” La iniciativa, que también cuenta con el apoyo de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) y la Fundación Agitos, empezó como un programa piloto en la región capitalina de Atica y dio cobijo a 13 atletas en su primer año, entre ellos Najib. El joven sirio participa como corredor de silla de ruedas en competiciones nacionales de atletismo. De hecho, esta semana participará en los Juegos Mundiales de Silla de Ruedas que tienen lugar en Portugal. “Ahora estoy muy contento. El deporte es algo que me puede hacer olvidar el sufrimiento”, asegura.

Otro caso similar es el de Wisam, que a los siete años perdió la movilidad de una pierna. “Tenía fiebre y el médico me puso una inyección. Después de dos horas no podía andar. ¿Qué demonios había ocurrido? Miré al doctor y me dijo que mañana ya podría andar. Y al día siguiente me encontraba igual”.

Su persistencia en ejercitarse cada noche le ha dado sus frutos. Hace cuatro meses que este iraquí de 27 años se adhirió a la disciplina de esgrima en silla de ruedas. Entrena tres veces a la semana pero, a diferencia de Najib, no puede competir porque todavía no ha recibido el documento de identidad que lleva año y medio esperando. “Tengo 150 euros para comer, para ir a la escuela y para venir al entrenamiento. Y no encuentro trabajo porque no tengo documento de identidad. ¿Dónde está mi futuro? De acuerdo, estaba buscando la paz y la he encontrado. Pero ahora estoy buscando el futuro”, exclama.