Excesivo. Fue un personaje excesivo. Juan Celaya impresionaba por su envergadura física, por la transmisión de su empuje, por la intensidad de sus convicciones, por la amplitud de sus conocimientos, por su inmensa capacidad de vivir la vida que él eligió. Una vida dedicada a la iniciativa empresarial, a la defensa y expansión de la cultura vasca y a la reafirmación de la identidad de Euskal Herria.
Juan Celaya, quién sabe si pretendiéndolo o sin pretenderlo, contagiaba su entusiasmo ante cualquiera de los proyectos en los que se aventuró. Tuve la suerte, y el honor, de compartir con él los primeros pasos del proyecto que años después sería el Grupo Noticias, y no olvidaré fácilmente la clarividencia de sus opiniones, la contundencia de sus decisiones y la precisión de su visión empresarial adecuada a la aventura de un proyecto mediático.
Entre el humo casi ininterrumpido de su tabaco negro, los vasos de vino blanco o de txakoli helado siempre llenos, ante cualquier dificultad, cualquier atasco, las miradas se dirigían hacia Juanito quien, con sus ojillos de pícaro, observaba a la concurrencia y deshacía el nudo.
Juan Celaya arrollaba con sus conocimientos, con su vehemencia, con su apabullante discernimiento, con sus firmes convicciones para llevar adelante un esquema empresarial tan complicado como el que supone la expansión de medios de comunicación. Fue implacable en sus decisiones de ortodoxia empresarial, en la firmeza del mantenimiento de los principios ideológicos y en la voluntad de superación.
Aquellas reuniones en la majestuosidad de su despacho presidencial en Cegasa podían ser tensas, inquietantes, turbadoras, pero en todo caso eran positivas y auténticas, en las que Juan Celaya apenas dejaba un resquicio a la confusión. Las cosas claras. Las cuentas claras. La mirada pícara daba a entender que cualquier fantasmada iba a ser captada y, por supuesto, reconducida. Repasaba errores publicados y pedía cuentas sobre ellos de manera enérgica pero no exenta de ironía, como su respuesta a un artículo en el que se arremetía contra el neoliberalismo: “Yo no soy neoliberal, soy paleoliberal. ¿Y qué pasa?”.
Tenía Juanito la rara habilidad de intercalar en el debate exquisitas perlas referentes a su azarosa historia y a la de su familia, anécdotas de sus tiempos de estudiante, aplastantes declaraciones de principios, evocaciones de momentos clave en su ya para entonces larga vida. Lector infatigable, conversador cordial, hombre de una pieza, fue de tal envergadura el espacio que ha ocupado en este país en su casi siglo de vida, que será difícil encontrar un resquicio en el que no se eche en falta su generosidad, su empuje abertzale y euskaldun, su aportación a la iniciativa empresarial y su compromiso con Euskal Herria.