Bilbao - ¿Cómo recuerda aquel episodio?
-Tenía 12 años. Toda mi familia estaba dormida en casa. Escuchamos ruido de coches que pasaban de madrugada hacia la central. A la mañana nos levantamos y vimos coches militares, personas con máscaras y nos preguntábamos qué pasaba. Nadie nos dijo nada.
¿En qué momento se dieron cuenta de que era algo grave?
-La gente que venía de la zona de la central nos decía que había un incendio normal, que no pasaba nada grave. Hasta el 1 de mayo no llegó nada de información. Nos dijeron que había un poco de radiación, pero que no pasaba nada. Para que estuviésemos más protegidos nos dijeron que cerrásemos las ventanas, que nos duchásemos cada día, que limpiásemos la fruta, que cerrásemos el pozo de agua y que no saliésemos si no era necesario. Después del día 9 nos dijeron que no era un incendio normal y empezamos a entender que era algo serio.
¿No les desalojaron?
-En mayo a los niños menores de cinco años se los llevaron a un hospital de una ciudad cercana para ver si tenían radiación. Algunos tenían niveles muy altos y les limpiaron el cuerpo y les dieron medicinas. Lo recuerdo porque mi hermana tenía mucha radiación. Mi madre estaba preocupada pero los médicos le decían que estuviese tranquila. En verano nos llevaron a todos los menores de 18 años a pasar unos meses a Odessa.
¿Cómo cambió sus vidas?
-Lo cambió todo. Los primeros años nos dieron mucha atención. Al de tres o cuatro años pensábamos que podíamos vivir de una manera normal con la radiación. La gente decía en broma que nos podíamos acostumbrar a la radiación. Pero a los 15 años aparecieron muchas enfermedades, sobre todo el cáncer. Empezó a enfermar y a morir mucha gente. Treinta años después la situación es mucho peor porque la aldea está sucia y en cada casa hay alguien fallecido o muerto de cáncer. La gente no tiene posibilidad de ir a un hospital. Económicamente la población está peor que antes porque las ayudas sociales se acabaron. Cerraron las ayudas para los liquidadores. La gente vive en tierras contaminadas y alimentándose con productos contaminados. No hay dinero para comprar comida limpia. No todas las familias pueden dar una alimentación completa a sus hijos.
¿Cómo es la vida hoy en su aldea?
-No podemos decir que es una vida normal con tantas enfermedades y problemas económicos. Vivimos el día a día. Sabemos que hoy estamos vivos, pero no sabemos qué esperar de mañana. Nuestra aldea tiene 600 habitantes y continuamente escuchas la noticia de que un vecino tiene cáncer. Estamos preocupados porque nadie piensa en la gente de Chernóbil. El verano pasado hubo un incendio muy grande cerca de la central, en una zona de mucha radiación. La gente no tenía fuerzas, pero no podía dormir. Es difícil vivir con todo esto y se notan los nervios.
¿Qué futuro le espera a su aldea?
-Yo trabajo como monitora con niños. Creemos que la aldea y nuestros niños tienen futuro. Nuestros niños tienen una alta radiación porque viven en una tierra sucia y con un aire sucio a pesar del sarcófago viejo que hay en la central. Creemos que nuestros niños tienen futuro, pero tenemos miedo. Colaboro con la Asociación Chernóbil Elkartea y estoy muy agradecida porque para los niños pasar dos meses aquí es muy importante. Cambian. Están más alegres y más gordos. Aquí encuentran cariño de una familia y comen y respiran limpio.
¿Qué mensaje pretende expandir con las charlas con Greenpeace?
-Quiero decir que vivir treinta años así es algo muy largo. Yo no quiero energía nuclear porque no sabemos qué efectos podemos esperar. Es mejor vivir sin energía nuclear pero poder vivir tranquilos y felices, sin tener miedo de lo que le podrá pasar a tus hijos. Estoy convencida de que pueden volver a pasar catástrofes como las de Chernóbil y Fukushima. Quiero que la gente piense en no construir más centrales nucleares. Ya hay suficientes en el mundo. Hay otros caminos.