La Puebla de Arganzón. El sol y las altas temperaturas del verano se han hecho esperar. Pero tuvieron la ocurrencia de presentarse en todo su esplendor ayer y, de la misma forma que el hielo frenó el avance francés en Rusia, el calor destrozó a los ejércitos galos, españoles e ingleses que escenificaron la derrota de las tropas napoleónicas hace doscientos años en la llamada Batalla de Vitoria. La Puebla de Arganzón amaneció con alegría. En primer lugar porque por la tarde-noche anterior los ejércitos habían confraternizado con los vecinos y las numerosas personas que se acercaron hasta este lugar del enclave. Pero, sobre todo, porque la llegada de tanta gente llenó de sonidos las calles con un tráfico de personas que no es lo normal en un día cualquiera.

Un enorme despliegue de organización ordenaba el tráfico bajo la atenta mirada de la Guardia Civil, y daban aire al tráfico a través de los numerosos aparcamientos que se habían habilitado a la entrada de la localidad. La calle tenía una actividad inusitada. El frontón municipal se había convertido en un enorme vestuario, así como punto de encuentro de los 400 soldados que formaban la escenificación. De él entraban y salían húsares y fusileros con uniformes bien diferentes y mezclando idiomas. No en vano, participaban en la recreación soldadesca de parla castellana, inglesa y francesa. Sin embargo, el aprendiz de Babel no era un problema para ayudarse en la vestimenta o para echar unas parrafadas a la sombra en la calle aunque otros prefiriesen sentarse bajo el toldo de la pastelería para tomar unos refrescos mientras llegaba el resto de la guarnición.

Una simple, pero eficaz señalización, iba conduciendo a los forasteros hacia las campas donde se habían instalado los campamentos, una vez pasado el puente sobre el río Zadorra. En la plaza, dos vecinas, Martina y Loli, comentaban divertidas el panorama, porque "esto para el pueblo es una fiesta. Y para los bares y para todo". Las dos coincidían en señalar que no se acordaban de cuanto tiempo hacía que no se veía tanta gente por las calles. Pasado el río, a la sombra de los chopos, estaban los campamentos y hasta allí se acercaba la gente para fotografiar todo con los medios más insólitos. Todo servía para arañar un recuerdo que será difícil olvidar. Fotos con los soldados, delante de los cañones o de las tiendas de campaña, junto a los dragones a caballo, con los fusileros rellenando la munición para la batalla...

Los mayores disfrutaban con todo el aparataje bélico, pero los niños estaban encantados por cómo les habían vendido en casa la fiesta que iban a vivir. Nosh, de ocho años, acompañado de otros dos niños de 6 y 5, relataba que "van a hacer una guerra los españoles contra los franceses". Aclaraba, algo despistado con el tiempo pasado desde aquel acto de guerra -"dos mil años", calculaba-, que también había ido al concierto de la Orquesta Sinfónica de Euskadi de Vitoria y que le había gustado.

Poco antes de las doce y media un numeroso grupo de la organización, identificados por unas camisetas verdes, fueron avisando a la gente de los lugares donde se podían colocar para disfrutar del espectáculo, Un trabajo complicado, porque no todo el mundo hacía el mismo caso, lo que retrasó el comienzo de la escenificación bastantes minutos. Cuando al final quedó el espacio despejado de civiles, fueron llegando las tropas, aunque el público sólo aplaudió a las inglesas. Comenzaron los primeros escarceos. La deflagración de los fusiles llegó acompañada de fuego de cañones. La gresca entre los combatientes tomó vida y se fue movilizando como una bestia con vida propia hacia el puente sobre el Zadorra. A lo largo de ese tramo se sucedieron las cargas y hasta la lucha cuerpo a cuerpo. Los soldados apretaban los dientes y hasta hubo bajas de verdad. Una persona se vio obligada a abandonar la representación por una caída del caballo. Éste se encabritó y derribó al jinete y hasta cayó sobre él.

El momento culminante llegó cuando los contendientes -divididos en batallones con casacas, cada cual, de un color diferente, al gusto de los combatientes de la época- estaban ya a pocos metros. Entonces se sucedieron las descargas de fusilería y cañonazos y hasta la lucha cuerpo a cuerpo. A diferencia de hace doscientos años, el espectáculo recibió aplausos ante la caída de soldados franceses al suelo. Su muerte, sin embargo, no era definitiva. "Resucitan enseguida", como reían algunos espectadores.

Asimismo, la caballería se enzarzó en carreras y escarceos a golpe de sable junto al prado, el puente y el río. Más tarde, como cuenta la historia, la batalla fue entrando en el casco urbano y entonces fue cuando empezaron de verdad las bajas. Ayer, con el calor y los gruesos ropajes que llevaban, comenzaron a caer los soldados. En esta ocasión, por lipotimias. Los heridos, al ser atendidos -se les quitaban las casacas- dejaban a la vista los estragos de la calorina, con ropajes casi encharcados de sudor. Muchos necesitaron ser atendidos por personal médico a bordo de las ambulancias.

La batalla llegó hasta la plaza 14 de abril, donde se encuentra el Ayuntamiento. Allí se procedió a los últimos disparos y a la rendición de las tropas francesas, lo que le valió un fuerte aplauso al general Álava.

Los espectadores salían asombrados de la alta calidad de la representación. Aitor, un joven vitoriano que estaba con otros amigos, comentaba el "magnífico trabajo que han hecho estos actores. Esto no tiene nada que ver con San Sebastián y los trajes de la tamborrada. Aquí se nota que han estudiado como fue aquella batalla y la han tratado de reflejar de la mejor manera posible". Y a eso hay que añadir que las ropas y el armamento eran reales.

Terminado el acto unos fueron hacia la comida popular que se había preparado a partir de las tres de la tarde. Los que pudieron entraron en los bares de la localidad para tratar de refrescarse. Allí, según las malas lenguas, hubo más bajas debido al precio impuesto en las consumiciones. Ya se sabe que en toda batalla hay bajas colaterales.