LA noche está cerrada. El invierno acecha, pero apenas si se le distinguen varios ramalazos de un viento que quiere ser frío y que asume que pronto llegará un nuevo temporal en el que pasará desapercibido. Esto es Vitoria en febrero. Tan pronto nieva en aluvión como el sol aprieta para desdecir al invierno. Son cosas del clima, de ése que dicen que imprime carácter. Así que, un termómetro que bascula sigilosamente hacia el cero y un poco de aire no pueden ser impedimento para seguir. Sin embargo, hay un problema. Al menos, así lo entiende Estíbaliz. Desde la calle Burgos, a la altura del centro de salud, tiene que llegar a la calle José Mardones, en las inmediaciones de la estación de autobuses. Y rápido. Sin embargo, o cruza a través del parque de Aranbizkarra o mediante el sistema de corredores que serpentea bajo los tradicionales soportales del barrio o da un rodeo. Y ahí está el problema. Las dos primeras opciones se antojan angostas, repletas de hitos, columnas, follaje, arbustos, una iluminación deficiente... A ciertas horas se convierten en itinerarios que desaconsejan su exploración. Sobre todo, si se es mujer. Son puntos oscuros (literalmente) de la geografía gasteiztarra y, por ende, potencialmente inseguros. Forman parte del mapa de los miedos.
La percepción de inseguridad es un concepto subjetivo. Cada uno teme a sus fantasmas. Sin embargo, en Vitoria, las mujeres han puesto nombre y apellido a lo que ellas consideran puntos negros. Estíbaliz es consciente de ello. Lo apunta en su agenda mental en el epígrafe de recordar. Pero ya ha tomado una decisión. Apuesta por dar un primer paso. Una extraña sensación se apodera de ella. La describe como si hubiera cruzado un límite. El cambio de textura del terrazo avisa de la entrada al parque. Pero a la fuerza ahorcan. No obstante, en esta ocasión no cruzará sola. Allí, junto a ella, Cristina. Han quedado y caminan juntas.
Las calles en cuestión no son peligrosas por tener un amplio historial de agresiones. Todo lo contrario. Gracias a Dios, a la providencia o al buen trabajo policial -o todas las circunstancias conjugadas-, Gasteiz es aún, en términos generales, una ciudad tranquila en materia de seguridad ciudadana. Las agresiones de índole sexual ocurren, pero como excepción. No como regla. De hecho, fuentes de la Policía Municipal consultadas aseguran que no existen datos ni estadísticas que certifiquen la existencia de puntos negros en materia de seguridad femenina en la ciudad. La misma contundencia se reedita en el Departamento municipal de Igualdad, donde han coordinado el Diagnóstico local de seguridad con perspectiva de género, trabajo que apuntala dos claves: la capital es segura, aunque las sensaciones de inseguridad son gratuitas.
En cualquier caso, es mejor prevenir que curar. No hace mucho tiempo, a través de fotografías enviadas por ciudadanas anónimas y vecinas de la ciudad, la denominada Plataforma 25 de noviembre elaboró un mapa en el que se recogían las zonas de más difícil acceso para las mujeres por estar menos o peor iluminadas o por tener poco tránsito en determinados horarios. El citado colectivo, conformado por distintas asociaciones y centrales sindicales de la capital alavesa, emitía un aviso a navegantes y extraía conclusiones concretas. Entre ellas, que Aranbizkarra, especialmente sus soportales y parque, o Txagorritxu -hay calles en las que no hay comercios y las viviendas se aposentan sobre laberínticos espacios trufados de columnas y vacío-, son algunas de las zonas más peligrosas para las féminas. También suscitaba preocupación la gran separación que se ha dejado entre los edificios construidos en Salburua y Zabalgana. Casco Viejo, Zaramaga, alrededores del cementerio Santa Isabel, San Martín, Adurza, campus y los pasos subterráneos de las vías del tren eran otros de los puntos identificados.
Cristina llega desde el paseo de La Ilíada, denominación épica para una de las calles principales de uno de los barrios de nuevo cuño. La expansión urbana ha resuelto problemas endémicos de antaño, como la falta de viviendas a un precio protegido. Sin embargo, el diseño de los bloques sobre las mesas de trabajo de urbanistas y arquitectos no siempre recoge las necesidades de los que, con posterioridad, serán sus moradores. De hecho, los nuevos modelos urbanos reeditan los debes de antaño, con una herencia arquitectónica en la que abundan soportales y columnas.
Estíbaliz y Cristina continúan su marcha. Esta última explica que lo de la falta de iluminación no es exclusiva de los barrios consolidados. De hecho, esgrime la escasez lumínica y la configuración urbana de parte de Salburua como explicaciones coherentes para aclarar el sobrenombre popular que algunos vecinos han dado a la calle de la que llega: pasaje del terror. Las citadas condiciones han propiciado que los residentes se sientan partícipes de una odisea si es que necesitan atravesar según qué tramos del citado polígono cuando la noche se impone. Se trata de una zona solitaria, llena de soportales, en la que es difícil toparse con vecinos que aporten seguridad. Es, precisamente, una de las explicaciones que apuntalan los hitos del mapa de los miedos.
Continúa la caminata a lo largo de un parque en el que hace un rato que no se ve actividad. Los paseantes y sus mascotas están ya cobijados en sus respectivas casas. Además, no toca entrenamientos y el campo de fútbol aparece desierto. La soledad, en este caso, es compartida como sensación en otras calles, en otros parques y en otros barrios.
El parque de Aranbizkarra no es la única zona verde de Vitoria que provoca recelos. Ahí están el de Las Conchas o el parque del Norte. El parque de Arriaga, por ejemplo, está considerado uno de los espacios menos seguros debido a su iluminación, al poco tránsito a determinadas horas y a su misma genética, repleta de arbustos y setos. Sin embargo, es un paso prácticamente obligado para aquéllas que residen en el barrio de Lakua-Arriaga. En Zaramaga, quienes viven en torno al cementerio de Santa Isabel, saben de esto.
Cuando se habla de inseguridad, el Casco Viejo merece mención aparte. Allí se habla de una constancia histórica de agresiones. Quizás eran otros tiempos. Calles como los cantones de La Soledad y de San Francisco Javier, donde se ubican ahora las escaleras mecánicas, aparecen en los relatos de la Vitoria menos agradable. Aparte, todos los alrededores de las vías del tren, la principal barrera arquitectónica de Vitoria, son también puntos señalados en este mapa de los miedos.
Desde las instituciones competentes, se ha tenido en cuenta ese tipo de recelos. No en vano, ya en 2009 el Plan de Igualdad del Ayuntamiento de Vitoria recogía la necesidad de elaborar un estudio que detectara los puntos más inseguros de la ciudad, sobre todo para las mujeres, y aportara soluciones. Ahora bien. Hablar de zonas peligrosas específicamente para mujeres puede parecer un contrasentido, sobre todo, si se excluye a los varones que, por aquello de las estadísticas, copan la mayor parte de los números para ser víctimas de hechos delictivos. Ahí, precisamente, surge el matiz que aporta Miren Ortubay desde el Forum Feminista María de Maeztu. "Hablar de zonas peligrosas para mujeres es incidir en la victimización. Es incidir en el miedo", señala. "No somos más débiles ni más miedosas". En ese sentido, parece cierto que mejorar la iluminación en la ciudad mejora la vida de todos sus ciudadanos. Será así más segura para las mujeres, pero también para niños, ancianos, varones... "Con la igualdad gana todo el mundo", apunta. Estíbaliz y Cristina opinan lo mismo mientras superan el parque.