No hay nada mejor que descansar unos días en el pueblo de cada uno. Tranquilidad, costumbres, gente, actividades milenarias... Seguramente durante las próximas semanas una buena parte de las localidades del ámbito rural del territorio histórico, de la comunidad autónoma y del resto del Estado se transformarán para bien, recuperando parte de la vitalidad que han perdido en las últimas décadas en detrimento de las ciudades con el regreso de los hijos y los nietos de quienes viven o vivieron en ellos. Pasearse por las calles de las aldeas y villas que mantienen su carácter, con los tractores trabajando en el campo y con los vecinos ensimismados en sus labores es una sensación muy estimulante. Supongo que, quien más, quien menos, procede de un lugar así y que los genes que nos ha tocado heredar se consolidaron en lugares así, peleando ante las condiciones y adaptándose a las circunstancias. Todo aquello, en muchas ocasiones, ya solo pervive en el recuerdo y en los documentales que pueblan las redes sociales gracias a autores que han descubierto una mina de oro gracias a ese costumbrismo que aún no ha renegado de lo que supone una vida más dura, pero seguramente más fácil y con menos quebraderos de cabeza artificiales.
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