Vitoria. El santo se mostró benévolo y, por segundo año consecutivo, decidió postergar su querencia por la lluvia. Armentia amaneció ayer irradiada por un sol de primavera que animó a propios y extraños a disfrutar de la festividad en honor del patrón de todos los alaveses o a desperezarse tras horas de jarana en la noche gasteiztarra. De una forma o de otra, las calles de la capital se llenaron de gentes llegadas desde todos los rincones del territorio histórico y de provincias limítrofes y los solares adyacentes a la básilica de San Prudencio se convirtieron en un hervidero decidido a santificar la jornada a base de romería, buen humor y diversión. Mientras el rumor de la tamborrada de la noche del pasado miércoles comenzaba a apagarse, el sonido de la fiesta tomó el relevo. ¡Y de qué manera! Las riadas de animosos y animosas llegaron a colapsar por momentos los viales de acceso a Armentia.
Así fue el día de San Prudencio. Todo un éxito para quienes decidieron aprovechar la bondad de una meteorología variable como una veleta a estas alturas del año. Ya se sabe que el santo meón tiene mando allá donde se decide qué condiciones meteorológicas han de reinar y, quizás por ello, los calores acompañaron, tanto como las bebidas espiritosas, a hacer del día una jornada propicia para pequeños abusos culinarios, que para eso estaban los caracoles, los revueltos de perretxikos, la tortilla de patata y los talos que abundaron ayer en los centenares de picnics improvisados que tomaron las campas de Armentia en una romería a pedir de boca.
Mientras los Biznietos de Celedón decidían despertar a los perezosos con una nueva edición de su tamborrada matutina por el centro de la capital alavesa, como mandan los cánones, junto a la estatua del patrón comenzó a arremolinarse gente atraída por el boato de la comitiva encargada de acceder al templo de Armentia en procesión. El diputado general, Xabier Agirre, llegó puntual para encabezar el primer acto oficial de la jornada, que empezaba a las 10.45 horas. Como anfitrión saludó al resto de autoridades llegadas a la fiesta, como el alcalde de Vitoria, Patxi Lazcoz; el presidente de las Juntas Generales de Álava, Juan Antonio Zárate; o la consejera de Cultura del Gobierno Vasco, Blanca Urgell. Cuando llegó la hora, la diputada foral de Asuntos Sociales, Covadonga Solaguren, fue la encargada de alzar el pendón foral para encabezar la comitiva para acceder a la basílica. Allí les esperaba el obispo, Miguel Asurmendi, que evocó las especiales condiciones para la paz del santo alavés. Poco después llegarían el tradicional aurresku del máximo responsable del Gobierno provincial y la procesión que saca la imagen del santo de su habitual ubicación para los devotos católicos.
Pero, mientras eso sucedía, las campas de Armentia empezaron a perder su habitual color verde para mostrar una imagen multicolor de miles de personas de todas las edades disfrutando de las posibilidades del recinto. No faltó de nada. Puestos gastronómicos, las rosquillas azucaradas de toda la vida, mesas reivindicativas y apuntes de solidaridad, como el liderado por este periódico en colaboración con empresas e instituciones del calado de la Junta Administrativa de Armentia, El Talo o Lankide. La apuesta conjunta de todas ellas logró atraer a cientos de personas en busca de un txoripan a cambio de la voluntad y un precio simbólico que han de contribuir a rellenar el hatillo de proyectos de la casa de acogida de Bultzain. Las colas de gente en busca del manjar apuntó el gesto humano de la jornada.
En esa vorágine, Julen caminaba entre los puestos de baratijas, ropa y tenderetes variados cuando Mikel, su criatura de apenas tres años, impecablemente vestida de blusa, salió corriendo con ganas de atrapar a Bob Esponja que, transformado en globo, amenazaba con dejar su terrenal desdicha para regresar a los cielos. Pero el mozo no lo dejó. Y el padre tampoco. Entre los dos lograron dar caza al personaje aéreo. “Es la primera vez que venimos a Armentia, y él se lo está pasando muy bien”, explicaba el padre mientras recuperaba el resuello. Unos metros más allá, María, Paula y Ainhoa, de entre 23 y 25 años, permanecían sentadas en el césped de las campas mientras varios de sus amigos se encargaban de traer las provisiones. “Somos habituales. Y todo esto nos encanta”, matizaba Paula mientras recordaba su planning para el día, que incluía la verbena de la tarde y el regreso a casa cuando el cuerpo dijera basta.
Otros planes, no peores, pero sí diferentes, consistían en dar un paseo en busca de las tradicionales rosquillas para, a continuación, regresar a casa en busca de un buen plato de caracoles. Es lo que hizo Adolfo, un veterano de San Prudencio, que confesaba preferir menos agobios de gente y más tomate en el plato del manjar típico de estas fechas. Después, tras la siesta de rigor, su objetivo era llegar por la tarde a la Plaza España para tomar un chocolate caliente, aunque, en días como el de ayer, era una opción menos apetecible que en otras ocasiones. “Lo que más me gusta es llegar y ver un poco la exhibición de los herri kirolak y las danzas junto a la basílica. El resto, ya es para los jóvenes. Yo prefiero volver a casa y comer”, indicaba.
En cualquier caso, la de ayer fue una excelente prueba para calibrar las ganas de fiesta de los alaveses y para lograr una buena puesta a punto para rendir en la cita del domingo con Nuestra Señora de Estíbaliz.