vitoria contabiliza hasta la fecha un total de 32 casos de niños que supuestamente habrían sido robados nada más nacer. Así lo constata la Asociación nacional de afectados por adopciones irregulares (Anadir), que recuerda que la siniestra trama se produjo presuntamente en el territorio alavés durante las décadas de los sesenta y los setenta. Aunque las principales sospechas se centran en la Clínica Arana, reconvertida ahora en un hospital geriátrico, no se descarta que otros centros públicos como el de Txagorritxu, o incluso privados como San José, hayan sido escenario de similares episodios durante los años posteriores, más allá del franquismo.
La alarma saltó hace ya poco más de un mes, cuando este periódico se hacía eco de dos denuncias por parte de familiares que exigían, a través de Anadir, una investigación penal por un presunto caso de secuestro y tráfico de bebés. Su reclamación se unía a las de otras 300.000 personas que podrían estar afectadas en todo el Estado por el ya conocido caso de los niños robados. Ahora se han puesto de acuerdo para presentar una denuncia colectiva que pondrán en manos de la Fiscalía y que tratará de esclarecer los hechos que relatan.
Sus testimonios coinciden en muchos aspectos. Aseguran que el equipo médico que les atendía en el centro hospitalario al que acudía la madre a dar a luz no disimulaba a la hora de argumentar la causa del fallecimiento repentino del bebé. Cualquier excusa valía, aunque lo normal era decir que había sufrido una insuficiencia cardiorrespiratoria. Ellas no se enteraban ya que, según explican los afectados, resultaba frecuente emplear en los partos anestesias casi de caballo, que adormecían tanto a la madre como al hijo. Los maridos tampoco podían ser testigos de irregularidades, ya que su entrada a los paritorios no se permitió hasta el año 1980. Se estima que por cada niño robado que luego se daba en adopción se pagaba en torno a las 250.000 pesetas.
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"A mi madre le dijeron que había nacido muerto"
En una caja de zapatos blanca. Así le mostraron a la familia de Tomax Bengoetxea a su supuesto hermano el 15 de octubre de 1964. Un día antes su madre ingresó de urgencia en la Clínica Arana, entonces la única maternidad pública del territorio. "Ella cuenta que llegó al hospital con el niño casi fuera y que las enfermeras no dejaban de decirle que no apretara, que era primeriza, pero cuando alguien les explicó que antes ya había tenido otros siete, le durmieron", relata. Cuando la mujer despertó, le comunicaron que el bebé había nacido muerto y con evidencias de ser deficiente. Una tía fue la única testigo de lo que contaron los médicos, ya que tuvo que firmar que había visto un feto muerto. Tomax, sin embargo, siempre ha creído que su hermano seguía vivo. Mucho antes de que Anadir empezara a tirar del hilo de la madeja, empezaron a aflorar sus sospechas. "Fue hace quince años, cuando un compañero de mi mujer le comentó que a su madre le habían intentado quitar el niño", recuerda. Sin embargo, fue en julio del pasado año cuando un encuentro fortuito disparó realmente sus dudas. "Estaba en un establecimiento Carrefour junto con mi mujer y mi sobrino, y mi mirada se quedó clavada en la de otro hombre. No podíamos apartarla. Entonces, mi sobrino me dijo, "Tío, ¿por qué no saludas a tu hermano?" Él también se había dado cuenta del parecido", asegura.
En las últimas semanas no ha parado hasta dar con los papeles y certificados necesarios que le permitirán sumarse a la denuncia colectiva que tiene pensado presentar Anadir. Los documentos son los únicos rastros que quedan de la historia de aquel bebé, ya que la fosa común en la que le enterraron desapareció.
Lo mismo sucede con la pequeña M. Bermejo, que fue enterrada en el cementerio de Santa Isabel dos días después de nacer. Hasta hace poco más de diez años sus padres y sus tres hermanos han ido a visitarla a la tumba. "Mi padre le puso incluso una cruz", cuenta Fausto, el mayor. Sin embargo, la zona común reservada para los niños fue sustituida por unos jardines, y el Ayuntamiento trata ahora de averiguar a dónde fueron a parar los restos.
También en el caso de esta familia sus sospechas se ciñen a la residencia Arana, donde el 23 de octubre de 1970 la madre dio a luz a una niña de cuatro kilos, pelo negro y liso, "y aparentemente normal". "Mi madre acudió sola a la clínica y hasta el día siguiente no le llevaron a la niña. Estaba dormida y no le pudo dar el pecho. Cuando se iban le comentaron que tenía líquido en la cabeza y que la tenían que operar; al día siguiente le dijeron que había muerto", relata Fausto. A diferencia de la familia Bengoetxea, a ellos no les enseñaron ninguna prueba más que una cajita blanca de zapatos cerrada. "Mis padres siempre han dudado de si la caja estaría vacía porque era demasiado pequeña para que dentro entrara una niña tan grande".
En cuanto escucharon que una asociación estaba investigando un presunto caso de niños robados, inmediatamente se pusieron manos a la obra. "Para entonces mis padres ya tenían el tema machacado, con todos los recortes de prensa encima de la mesa. Ellos son los primeros que quieren saber si su hija sigue viva", asegura María Estibaliz, otra de las hermanas, que confiesa que dar con ella sería algo inexplicable. "Nos encantaría encontrarla y decirle que no la abandonaron, sería la leche", añade.
Testimonios como éste se multiplican cada día que pasa. La incertidumbre se ha apoderado en muchas familias alavesas, que nunca se quedaron tranquilas con las explicaciones que les ofrecieron en el hospital tras el parto. "Nos dijeron que había venido muerto, que se había enrollado con el cordón umbilical, pero no coincide con lo que vio mi tía nada más nacer mi hermana, una niña hermosa y con muy buen aspecto", explica M.R. Su caso se remonta al año 1956 y a ellos tampoco les dejaron ver el feto. "Le pidieron a mi aita que llevara una sábana para envolver a la pequeña y no supieron nada más. En teoría, la clínica se encargó del entierro", relata. Como el resto de las personas que en los próximos días se van a adherir a la denuncia colectiva que presentará Anadir, su único deseo es explicar a su hermana, si es que sigue viva, que no fue abandonada. "Quiero que sepa que le robaron. Que aita y ama sufrieron lo indecible con ella", añade.
Dada la época a la que se remonta esta presunta trama de adopciones irregulares, entre los años sesenta y los setenta, resulta extraño encontrar entre los interesados por tratar de esclarecer estos hechos a madres que creen que robaron a sus hijos, ya que la mayoría, o han muerto, o tienen una edad avanzada. Sin embargo, Isabel Díaz Albina, a sus 80 años, sigue con interés todos los acontecimientos que están saliendo a la luz estas últimas semanas.
En su interior perdura la sensación de que el niño que parió el 15 de mayo de 1965, también en la Clínica Arana, continúa vivo. "Cuando salió el bebé tengo el recuerdo de verle abrir la boca y los ojos, pero al de quince minutos volvió la matrona y me dijo que había fallecido, y que podía dar gracias a Dios porque, que de no haber sido así, hubiera quedado mal. El médico en ningún momento apareció por allí", asegura.
No recuerda si a su marido le llegaron a mostrar el feto muerto, quizá nunca hablaron de ello, pero a raíz de las noticias aparecidas en los medios de comunicación sus dudas han cobrado una mayor intensidad. De momento, tanto el caso de Isabel como el de todos los demás son sólo sospechas, fruto de una herida que quedó abierta hace muchos años y que cuesta cerrar. Ahora un juez deberá demostrar si en Vitoria desaparecieron niños para darlos en adopción.