ES el éxtasis. No cabe un alfiler en el estadio de Hongkou. Se ilumina el escenario con un fogonazo y la masa rompe en un grito. "¡Son ellas!". El trío más famoso de China no necesita focos para deslumbrar, pero los flashes no dan respiro y las S.H.E. quedan retratadas en los últimos modelos de cámaras de fotos, pdas e iPhones. Más de 15.000 gargantas han dejado seca hasta la reventa más ladrona. Selina, Hebe y Ella, las integrantes de esta girl band cuyas iniciales dan nombre al grupo, saludan a un público de jóvenes y adolescentes completamente entregado, que no borracho, y que mañana estará afónico. Algunos rompen a llorar cuando consiguen rozar las manos tendidas de sus ídolos.
Teniendo en cuenta el número de fans, es posible que S.H.E. sea el grupo más popular del planeta. Pero sigue siendo todo un extraño en occidente. Esta situación refleja claramente el desconocimiento existente en nuestro entorno sobre cómo es la juventud china, compuesta por cientos de millones de personas entregadas en cuerpo y alma al más difícil todavía. Quieren comerse el mundo, y vaya si lo van a conseguir.
Comienza el espectáculo. La potencia de los altavoces nunca parece suficiente, aunque vibran minifaldas, camisetas pegadas, y los muñequitos de Hello Kitty y Pokémon que cuelgan de todos los aparatos electrónicos. Por la vestimenta y la actitud podría ser Tokio, Nueva York, Londres o Bilbao. Pero no, aquí no hay atisbo de drogas: es Shanghai, el corazón capitalista de un dragón que todavía esgrime la hoz y el martillo. Para lo que le interesa, claro.
S.H.E está hasta en la sopa. Venden absolutamente de todo. Desde líneas de moda de marcas chinas, hasta electrodomésticos. Su imagen, sin duda, no tiene nada que ver con la sobriedad del retrato de Mao que todavía preside la plaza de Tiananmen. Ellas son el reflejo de la China que viene. "Nuestra cultura es diferente, lo mismo que nuestras reglas sociales, y por eso, aunque adoptamos rasgos de la música occidental, o de la japonesa, no podemos copiarlo todo al pie de la letra. Es necesario que China busque su propio estilo, y no sólo reproduzca lo que llega de otros lugares", explica Hebe a este periodista en una entrevista concedida a este periódico. A casi 2.000 kilómetros al sur, en un club de Shenzhen, la libido flota en el ambiente a ritmo de hip hop cantado en mandarín. Los rayos láser, la niebla artificial y los juegos malabares con los que preparan cócteles imposibles los camareros de la barra crean un mundo irreal.
desenfreno chino Las gogós, enfundadas en tops rosas, se contonean en sus jaulas y provocan un frenesí que recorre la pista de baile. Una joven pareja baila enganchada por los piercing de sus labios a pocos metros de donde una chica se sienta a horcajadas sobre las piernas de su compañero, contoneándose de forma sensual y dejando a la vista la parte superior de un tanga rojo. Imperan las minifaldas, los pantalones pegados, las transparencias. En las mesas que forman el perímetro de la gigantesca sala de baile corre el Chivas de 18 años mezclado con refresco de té verde. El alcohol libera testosterona y feromonas, labios y manos que buscan lugares secretos. Hay solitarios que no pueden más y se dejan seducir por cantos de sirena. "Una mamada, 300 yuanes (30 euros)". Entre las bambalinas del X-ray Club se esconde un muestrario de prácticas sexuales. En la oscuridad hierve la libertad que se vive en China, que nada tiene que ver con la política. Es la generación Y del gigante asiático, producto de la ley de hijo único.
Como explica Xu Anqi, sociólogo de la Universidad de Fudan, en Shanghai, "los jóvenes chinos son pragmáticos y buscan libertades individuales que les permitan crecer como profesionales. Enriquecerse y alcanzar metas que son muy diferentes a las de la juventud occidental". Por eso, "la mayoría del público chino quiere artistas que imiten lo externo de las estrellas occidentales pero que sean en el fondo chinos como ellos". Y la política, o la crítica social, todavía son tabú en el arte del país más poblado del mundo. Aunque los hay que se atreven a contravenir las reglas.
El exorbitante crecimiento económico del Gran Dragón, el ansia de su población por adquirir productos que garanticen la rentabilidad de la inversión, el interés por China en el mundo, y la continua apertura ideológica del país, han propiciado el nacimiento de una generación de artistas que tienen poco que ver con lo bohemio. Conducen deportivos, se dejan ver en los lugares fashion de las grandes ciudades, y alquilan estudios en los que se podría jugar un partido de fútbol.
En su arte han hecho borrón y cuenta nueva para plasmar, sin complejos, su visión de la nueva superpotencia. Adiós al arte propagandístico de corte soviético, adiós a los etéreos paisajes en tinta china sobre papel de arroz. Es hora de experimentar con nuevos materiales y formas, y con ideas rompedoras y provocativas.
Shen Jindong es uno de los artistas chinos cuyo ascenso resulta más impresionante. Se lo debe todo a las figuras esquemáticas y de trazos infantiles de sus retratos de soldados del Ejército Popular de Liberación. Él mismo fue soldado, pero ahora prefiere "ironizar sobre la política y la Armada". Claro que todo tiene que ser tratado de forma subliminal, porque la censura siempre acecha. "La libertad para crear todavía no es del 100%, pero cada vez es mayor. Siempre habrá unos límites que, incluso, considero correctos. No todo vale".
Zhou Tao está de acuerdo con Jindong y va más allá. Las libertades individuales no se ven bien por todos los jóvenes y Zhou ha optado por criticar este nuevo espíritu de la juventud china en sus pinturas. Echa mano de La divina comedia de Dante para mostrar en sus obras de corte cómic un infierno muy peculiar en el que aparecen figuras como la del payaso de Mc Donald"s, el rostro del creador de KFC o conocidos personajes de videojuego. "Elementos que están minando la juventud china, cada vez más superficial".
una vida mejor Muchos no coinciden con las ideas de Zhou. Mei Ling tiene 22 años, acaba de terminar sus estudios de Ingeniería y trabaja de modelo a tiempo parcial. La nueva China le ha dado la oportunidad de hacer su vida de forma independiente, "algo que se le negó a mi madre". Ling hace una interesante comparación con la vida de su progenitora: "En sólo 30 años hemos pasado de la miseria a una calidad de vida aceptable. Es cierto que ha ido de la mano de una contaminación de la vida occidental, pero siempre será mejor que lo que sufrió ella. Sin poder trabajar, teniendo que sacar adelante a su familia y cuidar de los abuelos, junto a mi padre hizo un esfuerzo sobrehumano para que fuera a la universidad. Ahora yo disfruto de todo lo que ella no pudo". Lo hace con su sueldo de unos 5.000 yuanes (500 euros) que la convierte en miembro de la creciente clase media china, que ya alcanza los 500 millones de personas. Para todos ellos, el crecimiento económico ha supuesto, también un milagro social.
Li Zizou es periodista. Pero su opinión sobre qué es la profesión difiere enormemente de la de quien escribe estas líneas, y muestra el carácter de una gran parte de la juventud del país, que se aferra a un fuerte nacionalismo que no acepta críticas. "Tenemos una responsabilidad con el Gobierno y con la sociedad. Los periodistas debemos velar por la cohesión social, aunque eso suponga callar en algunas ocasiones. China es un país gigantesco y frágil, en el que un sistema democrático supondría la desintegración. Nuestro Gobierno hace bien su trabajo. Los informadores occidentales están acostumbrados a poner contra las cuerdas a sus gobernantes, pero eso no quiere decir que sean imparciales. Simplemente obedecen a los intereses de sus medios de comunicación. Aquí, esos intereses están bien claros y son para todos los mismos".
Y si hay algo que parecen compartir todos los jóvenes chinos, es su capacidad de sacrificio para obtener metas económicas. Tanto Li Zizou como Mei Ling no tienen inconveniente en cumplir con jornadas de trabajo de doce horas. La recompensa es clara: estatus y poder adquisitivo, un paso adelante. Huang Luwen, de 23 años, también mide el éxito por la nómina. La suya ahora es abultada para la media del país: 6.000 yuanes (600 euros) mensuales, trabajando en una multinacional francesa de productos de lujo. No ha sido fácil llegar aquí, y su historia es la de muchos otros.
duro aprendizaje Primero hay que pasar por la insólitamente dura experiencia de la enseñanza secundaria, que lidera los sistemas educativos más competitivos. Una vez pasada la criba de la Selectividad, quedan los cuatro años de carrera universitaria, en los que no hay tregua. Clases de ocho a ocho, y estudio hasta bien pasada la madrugada.
El ocio tiene que esperar y, en cualquier caso, se reduce a un par de noches de cante en un karaoke. En tercer curso, además, comienza la búsqueda de prácticas en empresas, una actividad para la que hay tanta competencia como para lograr un puesto de trabajo.
No es de extrañar que, cuando van a las universidades más importantes del mundo, los chinos estén siempre en lo más alto. "Es fácil competir contra la mayoría de los jóvenes occidentales, porque son vagos y lo único que piensan es en pasarlo bien. Nosotros primero nos lo ganamos", apostilla Huang. De ahí que las discotecas estén reservadas generalmente a universitarios y jóvenes trabajadores. Nada de adolescentes.
La juventud china es un alud que pronto se dejará notar en Occidente. Muchos especulan con la transitoriedad de un fenómeno que acabará cuando, como ha sucedido en el primer mundo, los chinos se acomoden. Es posible. Pero eso no resta ni un ápice del tremendo impacto que puede tener, a nivel global, el ímpetu de los jóvenes del Gran Dragón. Su llegada se sentirá en todos los ámbitos: desde el arte hasta la ingeniería. Comiencen a practicar su mandarín.