Proponemos pasear por un hayedo magnético, que se acurruca junto a un precioso cromlech. Una ruta en la que conocer los secretos de nuestro mítico señor del bosque, Basajaun, pero también la vieja historia de nuestras montañas.

La mitología nos presenta a Basajaun como un ser de fuerza y tamaño descomunal que genera terror con su presencia, habitante de lo más profundo del bosque. De apariencia humana, cubre su enorme cuerpo con una larga cabellera que le llega hasta las rodillas, una de sus patas es de vaca,mientras que la otra es similar a la de los humanos.

A pesar de su aspecto aterrador, las viejas leyendas lo presentan como un ente benévolo tal vez por ser el heredero de los ancestrales cultos a un elemento protector, como los son los árboles y el bosque. Cuida de los rebaños, avisando a los pastores de la cercanía de las tormentas emitiendo silbidos. Su presencia garantiza que el lobo no hará acto de presencia por la zona donde se encuentre el genio, algo que anuncian las ovejas, haciendo sonar al unísono sus cencerros, momento en que los pastores pueden descansar tranquilos; a cambio, los hombres le obsequiaban con algún trozo de pan. Es conocido con otros nombres, como Anxo, en la zona bajonavarra de Esterenzubi, donde se localiza la siguiente leyenda, recogida por don José Miguel de Barandiaran:

“Los vaqueros de la localidad de Esterenzubi, dejaban, después de la cena, un trozo de pan para Anxo que venía todas las noches después que estos se hubiesen dormido. Solo uno de ellos, el más joven, le dejó, una vez, su parte de pan, los demás no le ofrecieron nada. Anxo, enfadado, se llevó las ropas de los que no le había realizado la ofrenda.

Sus compañeros pidieron al joven que fuese a visitar a Anxo en su caverna y le reclamase los vestidos que había robado. Le prometieron una ternera en recompensa de tal servicio. El joven se presentó dónde estaba Anxo y le pidió los vestidos. Este se los devolvió, encargándole que diese a la ternera regalada, 101 golpes con palo. Así lo hizo el vaquero y la ternera le produjo una vacada de 101 cabezas.”

La mejor forma de conocer la esencia de este ser, es acercarnos a uno de los hayedos que pueblan nuestras montañas, morada preferida de Basajaun. Uno de ellos es un pequeño bosque, que se acurruca muy cerca del cromlech de Oianleku, en terrenos del Parque Natural de Aiako Harria, en Gipuzkoa.

Los genios del bosque

Comenzamos el paseo en el aparcamiento de Kauso, donde estacionamos el vehículo, y empezamos a caminar cruzando la carretera para tomar un sendero balizado con trazas blancas y amarillas que desciende a un bosque. El camino no tiene perdida y lo seguimos vadeando fácilmente varios regatos hasta un collado en el que unas impresionantes vistas se abren sobre el Cantábrico, destacando Donostia, Jaizkibel y la bocana del puerto de Pasaia. A continuación, seguimos un sendero que, desde el mismo collado, se dirige a nuestra derecha, adentrándose en la magia del hayedo. El camino es una delicia: ejemplares de haya trasmochados -técnica de poda antigua-, con forma de candelabros milenarios, se alternan con ejemplares más rectos que buscan la luz del sol. Los bosques han sido en muchas culturas antiguas un elemento fundamental que genera temor y respeto a la vez y que estaban poblados por seres aterradores, tanto míticos, como reales. Pero a su vez, eran parajes con una profunda carga simbólica, ya que el árbol ha sido visto como un elemento protector de primer orden. Por ello, en las diferentes culturas se han generado un sinfín de genios de la floresta.

Desde Artemisa o Diana de la cultura greco-latina; los Musgosus o Busgosus, cántabro-astures; los Basajarau y Bosnerau pirenaicos, entes muy similares a nuestro Basajaun; el Hombre Verde, o Green Mann de las mitologías celtas; hasta faunos, ogros, trolls, trasgus, gnomos o yetis, entre otros muchos.

Caminando pausadamente sobre la hojarasca, llegamos a un refugio libre muy cerca del cual, tras la linde del bosque, localizamos una de las joyas arqueológicas de nuestras montañas: el cromlech de Oianleku, que se levanta en un claro. Los cromlechs son construcciones megalíticas formadas por una serie de piedras hincadas en el suelo, creando un recinto circular o elíptico, en cuyo centro se enterraba una urna con los restos humanos calcinados. Se sabe que también se emplearon para la observación de los solsticios y como lugar de reunión, asambleas, y posiblemente, para practicar determinados rituales. En el caso de Oianleku, se trata de dos cromlechs unidos, pero con la característica de no contar con los testigos de piedra de la intersección de ambos círculos. Uno de ellos cuenta con 29 testigos, y un diámetro de unos 9,50 metros, y el otro 18 testigos y un diámetro de 6,80 metros. En las excavaciones realizadas, se localizaron varios restos, como un anillo de bronce fragmentado, trozos de carbón, un raspador, pedazos de cerámica, huesos calcinados, cantos rodados y piedras de sílex.

Desde el cromlech se presenta ante nosotros la silueta inconfundible de las Peñas de Aia, emblemáticas cumbres gipuzkoanas, que pasan por ser la formación geológica más antigua de Euskadi, con unos 300 a 250 millones de años de antigüedad.

Para el regreso, tomamos la pista que sale junto al refugio y nos encaminamos por ella hacia la derecha. En ascenso alcanzamos el aparcamiento de Munerre, donde subimos la pequeña colina herbosa que se alza frente a él. El panorama desde este alto es maravilloso, tras disfrutarlo, descendemos hacia un pinar que nos devolverá al collado que hemos caminado en la ida. Solo resta retornar por el mismo sendero al punto de partida.

FICHA PRÁCTICA

  • ACCESO: Desde la localidad de Oiartzun, seguimos la carretera GI-3631, que se dirige hacia el conocido paraje de Artikutza, hasta alcanzar el punto kilométrico 12,8. Justo aquí se ubica el aparcamiento de Kauso, a la derecha de la carretera.
  • DISTANCIA: 4.5 kilómetros
  • DESNIVEL: 100 metros
  • DIFICULTAD: Fácil