La calle empedrada de Canfranc esconde a la vista del viajero esos pequeños detalles que nos acercan tiempos pretéritos a la actualidad. Esas puertas traicioneras de doble hoja que permitían abrir la parte inferior para que se colaran en los establos ovejas de otros rebaños, o las ventanas de los bajos a la calle, que servían de escaparate desde donde se vendía a caminantes, mercaderes y peregrinos todo lo que necesitaran.
Quizás sea cierta la leyenda de aquel peregrino que, llegado a Canfranc, no encontró ni cobijo ni nada que llevarse a la boca, y que sea aún mas cierto lo que gritó al pueblo lanzando su maldición por un trato tan poco hospitalario, anunciando dos desastres por fuego y un tercero por inundación. La verdad es que Canfranc ha sido pasto de las llamas varias veces y solo le falta que el río Aragón se lo lleve para que se cumpla la profecía de aquel peregrino. Por nosotros, que le den al peregrino y que el Aragón discurra tranquilo y nos deje a los futuros viajeros y habitantes del valle vivir, trabajar y disfrutar de este magnífico entorno.
Enfrente del Puente de los Peregrinos arranca un camino que lleva hasta las paredes de Los Meses, donde se puede practicar la escalada en un entorno único. Este alpinista de pacotilla ni se atrevió a ponerse los arneses y demás parafernalia técnica. Eso sí, le encantó ver a Pablo Sacha escalar mejor que nadie esas paredes que relucían blancas, reflejando todo el poder del sol.
La estación, claro
Ya de camino hacia el norte dejamos Canfranc pueblo y llegamos a Canfranc estación, -¡quién no ha oído hablar de la estación, es curiosa la relación entre la estación y los habitantes de Canfranc!-. En su momento se decidió construir esta infraestructura gigantesca para unir el tráfico ferroviario entre Francia y España, y aquí estamos, frente a la famosa estación, aunque apenas se puede visitar lo que fue el hall de entrada, que es precioso, con pasadizos subterráneos que fueron diseñados y construidos por una empresa guipuzcoana, que también fue la responsable de poner en marcha la primera línea de metro de Madrid. El ladrillo blanco utilizado es el mismo, y como curiosidad donostiarra hay que comentar que la barandilla que decora el puente de acceso a la estación es la misma que la del puente del Kursaal de Donostia.
Es que los guipuzcoanos descubrieron este valle hace mucho, mucho tiempo y trajeron a estas tierras el esquí de fondo de la mano de los noruegos de Tolosa, pero esa es otra historia.
Francia invirtió mucho dinero en levantar esta estación, así que se convirtió en frontera entre los dos estados, con sus aduanas incluidas. Y llegó la Segunda Guerra Mundial a Canfranc, cuando en vez de franceses fueron alemanes los que se instalaron en la estación, como territorio francés ocupado que era. Y Canfranc pasó a ser la Casablanca del Pirineo, llena de espías, militares, vividores y personas que aprovechaban la estratégica situación de la estación para salvar la vida de los judíos que lograban atravesar el Pirineo. Apenas quedan restos de esta historia de la Segunda Guerra Mundial y de la imponente sala de control de pasajeros, maletas y mercancías. Solo queda el hall principal, en pie y restaurado.
Tras el conflicto bélico Canfranc cayó en el olvido, salvo para la dictadura franquista, que temía que los aliados invadieran España para restaurar la democracia, así que el dictador mandó construir toda una línea defensiva a lo largo del Pirineo para defender el territorio: la línea P, de Pirineos, una suerte de construcciones defensivas a base de búnkeres que en Canfranc han sido recuperados y se pueden visitar haciendo otro salto en el tiempo de la historia.
Llaman la atención los búnkeres enfilando directamente a la estación y al antiguo túnel ferroviario de Somport, que era por donde tendrían que haber entrado las tropas aliadas. Nunca ocurrió tal cosa y las construcciones militares cayeron en el olvido. Algo similar a lo acaecido con la elegante estación.
Desde siempre, Canfranc ha tenido un cierto respeto a las invasiones y a su vez se ha mostrado abierta y hospitalaria. Si en los años 40 construyeron esas moles de hormigón armado, mucho antes también levantaron construcciones como la Torre de los fusileros o el Fuerte de Coll de Ladrones, que hoy permanecen en un silencio inquietante en este lugar estratégico.
Actualmente Canfranc tiene en la estación, y con la llegada del ancho internacional, un proyecto para recuperar los antiguos espacios y reconvertirlos, entre otras cosas, en un hotel de cinco estrellas.
Una imagen en la distancia de Canfranc pueblo.
Platos y cosmos
Cinco estrellas no sabemos, pero el restaurant El Boj cuenta con una cocina de cinco tenedores. El chef que oficia en este establecimiento es Reddan Lajhari, un cocinero de origen marroquí que ha trabajado en grandes casas catalanas antes de llegar a este rincón aragonés. Su manera de trabajar refleja su origen y sus influencias mediterráneas; le gusta el toque ligero casi aéreo en sus platos, y un ejemplo es su crema de hongos del Pirineo con virutas de jamón de Teruel, espuma de patatas a la aragonesa y tierra de queso de Saravillo. Un plato casi cósmico. No sabemos si es cósmico o sencillamente sabroso, pero tampoco este viajero le preguntó a Carlos Peña, director del Laboratorio Subterráneo de Canfranc (LSC), si en sus instalaciones habían ensayado a preparar una textura tan esponjosa como la del plato del chef Lajhari.
La verdad sea dicha, este explorador del cosmos tuvo la inmensa suerte de conocer de primera mano el trabajo que realizan en el LSC. El laboratorio se encuentra a más de 800 metros bajo tierra, construido en unas cavidades abiertas aprovechando las obras que en su momento se hicieron para construir el nuevo túnel ferroviario que unirá los dos países. El inicio de la visita fue espectacular, montados en un vehículo propio del Laboratorio con las luces encendidas, radio-teléfono en mano avisando de nuestro desplazamiento, y en un abrir y cerrar de ojos nos plantamos delante de la puerta de entrada de esta Capilla Sixtina de la investigación de los neutrinos y de la materia oscura del universo.
Dentro, el frío se hacía notar. Contemplar los ocho kilómetros del túnel viendo al final las dos salidas reflejadas en dos puntos de luz nos hizo intuir que lo que nos esperaba sería aún más espectacular y misterioso. Ya dentro del laboratorio, escuchando la explicaciones de Carlos y viendo los artefactos, bombonas de xenon, artilugios que eran una mezcla de fábrica industrial sesentera combinada con superordenadores del siglo XXI, todo nos hizo comprender lo pequeños que somos, además de mucho más ignorantes de lo que aparentamos.
Estar a esta profundidad tiene una razón básica, pero clave, para entender un poco de qué va el LSC: la inmensa mole granítica que está encima nuestra hace de filtro del ruido cósmico que llega a la Tierra, y el filtro natural ayuda a que sea mas fácil estudiar los neutrinos y las astropartículas. También, como queda dicho, aquí trabajan en la búsqueda de la materia oscura.
Bajo tierra se hace ese trabajo hoy en día, pero no hace tanto tiempo que en Canfranc también horadaban el granito buscando el mineral de hierro. Nuestro guía y amigo Pirri nos pide por favor que no ubiquemos la zona de la cueva y que conviene mantener en secreto el lugar exacto de la boca de la mina. La subida hasta la cueva es algo más que extenuante; el viajero que esto escribe iba vestido de urbanita de verano y claro, empezó a sudar y sudar hasta que tuvo que pararse y tumbarse en un huequito plano que encontró en la empinada ladera.
Ya pudiendo respirar llegamos hasta la boca de la cueva, la antigua mina de donde extraían el mineral de hierro. El lugar está rodeado de un tupido bosque que hace muy complicado encontrarlo. Una bonita manera de acercarse al mundo de la espeología. Ya vemos que Canfranc guarda en sus entrañas muchos secretos que iremos desvelando poco a poco.
Ya en el exterior, nos encontramos en el centro de interpretación de aludes, A Lurte. Este centro nos muestran lo que ocurre en la montaña con la nieve, cómo hay que interpretar sus movimientos para evitar los accidentes. A Lurte también nos cuenta la historia previa al levantamiento la estación, y lo que supuso de ingeniería de montes el intentar domar aquella naturaleza salvaje.
Sorprende que en un lugar tan pequeño se concentren historias tan diferentes. Minas de hierro, minas de neutrinos, nieve y xenón. Unos mirando al cielo infinito y otros mirando las texturas y colores de esa nieve que se puede volver traicionera.
Paisajes, queso y cuero
Nieve no había cuando este paseante de las estrellas visitó Canfranc. Sí que había, y hay, inmensos bosques que visten las laderas de unos verdes intensos. En otoño, como ahora estamos, tiene que ser una maravilla estar por estos paisajes, cuando los diferentes tonos de rojo inundan el valle y caminar por el Paseo de los Melancólicos es pura melancolía. Y luego el blanco de la nieve ocupará el espacio hoy gris metálico de las cimas de Candanchú y Astún.
Y de estas cumbres fronterizas trae la leche Arriel para elaborar unos quesos extraordinarios. Su queso azul es de quitar el hipo, y el de leche fresca de vaca pirenaica que pasta en las alturas del Pirineo es otro queso para conocer, probar y disfrutar. Arriel aprendió el oficio en Arantzazu, en la Escuela de Pastores, que es la mejor universidad que hay en el mundo si uno quiere adentrarse en este oficio, existente desde el neolítico, un oficio de paciencia y mucha magia para llegar a elaborar quesos únicos, de fina personalidad y que ya en casa traen recuerdos del Pirineo de Huesca.
También en este lugar hay tiempo para dedicarse a lo que a uno le gusta. Antonio Cano trabaja el cuero como nadie, y le gusta hacer réplicas sobre todo de calzados del medievo. También es un artista en fabricar sillas de montar, preparar armaduras medievales y dedicarse a la esgrima medieval. Canfranc pueblo es su patria chica, y su mundo son sus animales y sus manos, creando de la nada preciosos objetos con historia propia.
Y Sonia Antúnez García no es de Huesca, tampoco de Canfranc, aunque decir esto es un exceso, ya que lleva más de 25 años trabajando y viviendo en la localidad. Es salmantina de origen y esa tradición se nota en sus platos, personalidad y sabores contundentes con espacio para el refinamiento. La fritada aragonesa con atún fresco escabechado casero que preparó estaba plena de sabores montañeses que combinaban a la perfección con el aroma a mar del atún.
Canfranc, campo franco; es decir, que quiere decir más o menos libre de impuestos. Tierra de paso que invitaba a quedarse, valles angostos que se abren al cielo limpio y estrellado, moles graníticas que seducen para caminar, hacer montaña, escalar y ver los propios límites que tiene cada uno cuando se enfrenta a las cumbres. Enfrentar no en el sentido de una competición, sino mirándose a uno mismo, avanzando despacio y con paciencia tal y como lo hacen esos extraterrestres de la física cósmica mientras nosotros disfrutamos de unas croquetas de cocido en La Aduanilla.