“Somos una organización radicalmente democrática y lo que decida la militancia será la buena solución. Confío en la madurez política de la organización y la democracia no me da miedo. Asumiremos lo que decida la militancia e intentaremos generar las garantías suficientes para que haya un debate y se entienda lo que vamos a decidir”. Con estas palabras, la secretaria general de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), Marta Rovira, salía al paso sobre qué pasaría si la militancia de ERC tira un eventual acuerdo para hacer president de la Generalitat al socialista Salvador Illa.

Confía la dirigente republicana que sabrán vender el acuerdo alcanzado con el PSC porque “si no tenemos las garantías de que será sostenible en el tiempo, no podré salir a defenderlo si finalmente lo cerramos”. Y no será tarea fácil. Ahí está el ejemplo del acuerdo para entrar en el gobierno del Ayuntamiento de Barcelona que dirige el también socialista Jaume Collboni.

Aparcado el derecho a decidir, la financiación se ha convertido en el principal foco de discusión entre los republicanos y los socialistas catalanes. Aunque en un primer momento se puso sobre la mesa un concierto similar al de la CAV o Nafarroa, ERC se conformaría con la cesión del impuesto de la renta, similar al alcanzado en 2016 entre Escocia y el Reino Unido.

Aval al acuerdo

Sin embargo, no está nada claro que los 8.700 militantes de ERC que deben dar el visto bueno definitivo al acuerdo sea suficiente como para dar su aval al mismo. Y es que en las bases republicanas se respira una mezcla de desencanto, estupor e indignación por la situación que se encuentra el partido, que acumula cuatro varapalos consecutivos en las urnas: en las últimas generales, municipales, catalanas y europeas. Un ciclo electoral pésimo que coincide con el abandono de la vía unilateral hacia la independencia y la apuesta por la negociación con el Gobierno español para encauzar el conflicto político catalán. La nefasta noche del 12 de mayo llevó a Aragonès a anticipar que abandonará la primera línea política y a pedir que se asuman “responsabilidades colectivas”. A partir de ahí, la pugna interna, hasta entonces soterrada, comenzó a aflorar. Las aguas bajaban turbias y solo faltaba que se destapara el origen de la campaña contra Ernest Maragall y su hermano Pasqual. 

Una sucesión de episodios, que se añaden a la poca simpatía que despierta Illa en las filas de los republicanos, que hace temer a cargos de la dirección que las bases se revuelvan contra el pacto que encarrilan los equipos negociadores. La fórmula para que los militantes avalen el acuerdo parece clara: que la actual dirección, encabezada por Rovira, y Junqueras defiendan que el pacto es bueno. Y a todo ello Puigdemont dispuesto a volver a Catalunya aún a riesgo de ir a prisión. Cómo actuaría ERC en este hipotético escenario es otra incógnita a despejar.