Hay historiadores que dudan de si el sacerdote José de Ariztimuño Olaso Aitzol (Tolosa, 18 de marzo de 1896, Hernani, 17 de octubre de 1936) sufrió torturas antes de ser fusilado por escopeteros del bando franquista a los 40 años de edad. Uno de ellos tecleaba al respecto en este mismo rotativo: “Aunque hubo algunos rumores en el sentido de que fue torturado, no existen datos fidedignos sobre ese hecho, pero no puede descartarse tal posibilidad”.

La hemeroteca de la época lo tenía más claro, salvo que publicara un testimonio irreal. Acudiendo a ella, un ejemplar de Euzko Deya editado en Argentina muestra aún el siguiente titular: Martirio del sacerdote Ariztimuno, y aporta el siguiente antetítulo: ¡Hechos que no debemos olvidar!

En el periódico, un industrial francés llamado Jean Pelletier da testimonio de las torturas que tanto él como el histórico Aitzol, del PNV, sufrieron. En el caso del galo, porque los franquistas confundieron su nombre con el de un piloto de parecido nombre, “Pelletier d’Oisy” y, por ello, fue liberado. El industrial y el sacerdote viajaban en Galerna cuando, junto a otros pasajeros, fueron detenidos por los sublevados contra la Segunda República.

¿Fue Aitzol, el hijo de Francisca y Félix, torturado? Siendo objetivos, sin necesidad de hacer presuposiciones, sí, siempre según la versión de Jean Pelletier. “Se abre mi puerta. Permanezco inmóvil. Sin duda, me ha llegado el turno”, testimonia. Un guardia de asalto le quita su boina de un “violento porrazo”. “Me dice que debo descubrirme incluso delante del personal”, relata.

En el primer piso, el guardián le traslada a una antesala, una gran habitación desnuda. “Oigo alaridos y el ruido mate de las porras golpeando un cuerpo”. Jean asegura que en la habitación contigua están “martirizando a un hombre”. Estima que oír pegar a un animal es doloroso, pero escuchar pegar a una persona es “espantoso”. Lo hacen a intervalos regulares. Al rato, los alaridos no son más que gritos agudos, después unos quejidos y finalmente un soplo sin fuerzas. En ese momento, “los gritos cesan y ya no oigo nada más que el martilleo de las porras de goma sobre el cuerpo inerte como un colchón. El suplicio dura media hora. Estoy espantado. Es un horror”.

El torturado aparece ante los ojos de Jean. “Es el inteligente sacerdote Ariztimuño, mi amigo del Galerna. Está desconocido. La sangre le ciega y no puede verme. Gime débilmente y apenas puede andar”, lamenta y asegura que la emoción le hace contraer las mandíbulas y que no tiene fuerzas para llamarle y que de su garganta no sale ningún sonido, hasta que un guarda le empuja.

Atemorizado, asegura que aquella noche se abrieron los cerrojos. Oyó pasos. “Ahogo en mí toda resistencia. Estoy dispuesto”, apostilla mientras le sacan del habitáculo y le atan las manos a la espalda. En la galería, delante de las celdas, estaban los supervivientes del Galerna. “Distingo al sacerdote Ariztimuño, desfigurado, con el rostro negro y tumefacto: ya no puede ver”, agrega, y pormenoriza que dos guardias sostienen al religioso y le arrastran.

“Hemos de pasar la noche en una capilla donde esperar nosotros, los condenados a muerte. Ya veo muy mal porque mis ojos están todavía ensangrentados. He reconocido al cura porque estaba sostenido por dos guardianes”, explica, y detalla que una docena de guardias civiles “con relucientes tricornios” les rodean dispuestos a llevarles “al matadero”. Se pregunta cuántos son, pero admite que le cuesta contar, si “17, 18 o 20. Me equivoco a cada enumeración”.

La fila se mueve por una orden que Jean no ha logrado oír. “No entramos en la capilla. Salimos. Oigo el rumor de un autocar”, prosigue. Entonces, atraviesan un primer pasillo. Atisba a tres sacerdotes en la fila, así como a ancianos y a unos jóvenes “de quince a dieciséis años”. “Ni un grito”. Entran en un segundo pasillo. Un hombre le detiene. “No he podido darme cuenta de si era un guardián, un requeté o un guardia civil. Me sacan de la fila”.

Los demás no tienen esa suerte. Van hacia el autocar, hacia el “romántico cementerio” de Hernani, donde serán fusilados, al lado de las tumbas. El oficial de requetés a su cargo le empuja a una habitación muy alumbrada, a su juicio, una especie de cuarto de guardia. “Discute con otros jefes, pero no comprendo lo que dicen. Hay allí siete u ocho guardias y requetés con boinas rojas. Soy objeto de una activa curiosidad”, asevera.

As de la aviación

Durante un cuarto de hora le hacen caminar y le escudriñan “de frente y de perfil”. Le habían “confundido con un famoso aviador francés de nombre parecido, con Pelletier d’Oisy”. De hecho, el capitán Georges Pelletier d’Oisy fue un histórico piloto francés y as de la Primera Guerra Mundial. Intentó dar la vuelta al mundo en 1924. El galo comenzó su carrera en como un as de la aviación en la Primera Guerra Mundial al que se le atribuyen cinco victorias aéreas. Acabó sus días en Marruecos, donde falleció en 1953.

Jean Pelletier, por su parte, volvió a ser conducido a su celda. “Todos mis amigos van a ser arrojados a la fosa común. Todos sin mí. Me he salvado en el último momento. La noche está oscura”, describe, y va más allá: “Adiós, Ariztimuño, gloria de las letras vascas, fino escritor de gran corazón; adiós, amigo Gamboa, rico contratista, hombre servicial, padre adorado de cinco niños. ¡Adiós a todos vosotros, compañeros anónimos, fusilados sin proceso!”.

Pelletier concluye a continuación: “Solo en mi celda, fría como una tumba, lloro quedamente, muy quedamente, y rezo por ellos”.

Reconocimiento

Ariztimuño y De la Sota. De los primeros recordados por el Estado. Han tenido que pasar 47 años tras la muerte del dictador Franco y 44 de la aprobación de la Constitución española para que el Estado oficiara el primer gran acto conmemorativo con motivo del Día de Recuerdo y Homenaje a todas las víctimas del golpe militar, la Guerra Civil y la dictadura. Entre las 20 primeras víctimas sobre las que se elaboró un documento de reconocimiento están el sacerdote y escritor José Ariztimuño Olaso, Aitzol, a los que los franquistas católicos fusilaron en el paredón del cementerio de Hernani y Ramón de la Sota, empresario y político, miembro del PNV, a quien todos sus bienes le fueron embargados.