Los profesionales de la información republicanos se jugaron la vida a diario durante la Guerra Civil en Euskadi. Algunos, como José de Abásolo Mendibil, resistieron hasta el último momento en su puesto como lo hacían gudaris en el frente o mujeres en redes de auxilio, una vez que el lehendakari Aguirre les ordenó no ser milicianas en el frente. El bando golpista hizo una caza de periodistas en aquellos años.
"En el verano de 1937, un año después de la sublevación, no quedaba un solo periodista leal a la II República que pudiera ejercer su oficio en Cádiz, Sevilla, Málaga, Granada, Extremadura, Cantabria, Asturias, Navarra y el País Vasco. Los que no habían logrado salir hacia la zona republicana, se hallaban escondidos o muertos. La persecución fue implacable", valora el también cronista Luis Díez.
Abásolo era un hombre de raza. Periodista elegante de pajarita y pipa en mano y boca. Formó parte del batallón San Andrés de SOV, "el soli", como se les decía entonces, y que esperó en Bilbao hasta el último momento en el que el Gobierno vasco lo mandó salir de allí porque los ya franquistas llegaban con todo a la villa capitalina.
El bilbaino nacido el 11 de marzo de 1917 comprobó el infortunio de colegas de profesión como Esteban Urkiaga Lauaxeta fusilado en Gasteiz tras ser capturado en una Gernika aún humeante. Abásolo sufrió cárcel y, en cuanto pudo, puso rumbo al exilio en Venezuela para mantener la vida que tanto apreciaba y seguir denunciando con discurso democrático la barbarie de un golpe de Estado fallido que derivó en guerra militar en julio de 1936.
El histórico militante del PNV Iñaki Anasagasti conoció a quien considera "gudari de la pluma". De él pone en valor lo siguiente: "A Abásolo le llamábamos coloquialmente Hablasolo. No paraba. Con su pipa, cojo, a veces con pajarita, galante con las señoras, era fundamentalmente un periodista con muchos trienios por detrás y escribiendo sobre todo. Una especie de notario. Le gustaba mucho la pelota a mano y los fines de semana no dejaba el Centro Vasco mientras Mari, su paciente esposa, departía con las emakumes. Fue un personaje popular y un buen periodista", aporta el ex senador jeltzale.
El vizcaino, con solo 14 años, comenzó a trabajar en La Tipográfica General el 4 de marzo de 1931. De ahí pasó a las oficinas de la publicación La Tarde. Su primer trabajo fue sobre el gremio de la barbería en Bilbao. También haría sus primeros pinitos sobre fútbol "modesto", remo, pelota, boxeo...
Al estallar la Guerra Civil, él mismo aseguraba que "quedé en la redacción con carácter de militarizado, al mismo tiempo que pertenecí al Batallón San Andrés. Continué en mi puesto hasta el 18 de junio de 1937, cuando por la tarde solo quedábamos tres periodistas: Andima Orueta, del periódico Euzkadi; Jenaro Eguileor de La Tarde y LanDeya, y yo, también de estos dos últimos periódicos. El lehendakari nos ordenó evacuar y reunirnos con el Gobierno vasco en Zalla", daba testimonio en unos documentos que conserva EAJ-PNV.
Los tres profesionales continuaron las vicisitudes hasta que el 25 de agosto "caí prisionero", apuntaba. En ese momento, su declaración echa la vista atrás e informa de que en los primeros meses de 1937, "debido a fuertes presiones que realizamos Jenaro y yo, la Nacional de ELA-STV se decidió a la publicación diaria del órgano oficial LanDeya, que sacamos, previa incautación de los talleres y oficinas de La Gaceta del Norte, hasta el mes de junio, fecha de la evacuación de Bilbao".
Volviendo a Santoña, Abásolo tuvo la suerte temporal de formar parte de un listado para ser exiliado en el barco francés Bobie junto al Seven Sea Spray, pero las tropas italianas fascistas lo impidieron en última instancia y fue enviado a prisión. José María Mateos Larrucea, de La Gaceta del Norte, quiso interceder y darle trabajo en el periódico y de este modo ponerlo a salvo, pero "no quise servir al ejército que ocupó nuestra Patria", enfatizó.
Siete años después, logró volver a su hogar. Se enroló en la primera publicación clandestina que surgía "en la Euzkadi ocupada" y por ello fue apresado en la cárcel bilbaina de Larrinaga. A partir de ese momento, el franquismo le impidió ejercer su profesión. A pesar de ello colaboró con El Noticiario Bilbaino con Alechu Echebarria. "A través de su mediación, conseguí trabajo en un periódico de Murcia, tratando de evadir la presión oficialista de Madrid. Pero me llegó la orden prohibitiva y tuve que regresar a casa", lamentaba.
Fue ahí cuando no dudó en buscar una alternativa de paz en su vida y partir de cero en otro lugar y dio el salto a Venezuela. Desde el país americano recordaba siempre una anécdota. "En 1938 fui incluido en un canje de seis periodistas vascos. Pero, curiosamente, en vez de meterme mi nombre en la lista de José, pusieron a mi hermano Jon. Fue evacuado a Euzkadi Norte, junto a mi resto de compañeros de profesión, entre los que figuraba José Lekaroz, de El Día de San Sebastián", sonreía.
Curiosamente nuestro protagonista había formado con Lekaroz parte de los servicios de Información y Transmisiones del Departamento de Guerra de Euzkadi, en Limpias y Ampuero, entonces provincia de Santander y hoy Cantabria.
En 1947, Abásolo residía en la ciudad venezolana de Mérida, donde volvió a encontrarse con su hermano Jon, que preparó su llegada. La compañía jesuita procuró que trabajara para el diario El Vigilante, órgano oficial de la curía. También vivió en Maracaibo, Barquisimeto y San Cristóbal. En Caracas, en 1970, se incorporó a actividades del Centro Vasco y "organizaciones patrióticas", calificaba y enumeraba: Emisión radial EuzkoDeya, Euzkadi, LanDeya, Revista Jai Alai, revista Euzkadi y DEIA".
Abásolo continuó en la redacción con carácter de militarizado hasta que el lehendakari ordenó evacuar y reunirse con el Gobierno
Pasó por la cárcel y por el exilio en Venezuela, y tuvo una intensa actividad periodística y en organizaciones patrióticas