uando el pasado 11 de marzo el lehendakari Urkullu planteó posponer las elecciones, ya requirió a los partidos de la oposición que no hicieran caballo de batalla de la crisis sanitaria. Una ingenuidad, tal como son actualmente los modos y maneras de la política al menos en este país. Y no distingo gran cosa entre la estatal y la autonómica. La suspensión de la convocatoria del 5 de abril fue decidida sin desacuerdo alguno, cosa rara, quizá por la conmoción y el desconcierto provocado por la virulencia que se presentía de la pandemia.

Aquella inicial unanimidad fue rápidamente corregida y muy pronto arreciaron en fuego graneado las críticas a la gestión de los responsables de Osakidetza, a la propuesta de regreso al trabajo de empresas no esenciales, a los apoyos supuestamente interesados a las prolongaciones del estado de alarma, al regreso a las aulas o ante cualquier iniciativa propuesta por el Gobierno liderado por Iñigo Urkullu, sobre quien se concentraron todos los reproches. Por supuesto, no se puede obviar el inusual protagonismo del lehendakari en esta situación de excepción, como tampoco se puede obviar que Urkullu es, precisamente, el candidato del PNV en los comicios aplazados.

La oposición, básicamente EH Bildu y Elkarrekin Podemos, ha ido subiendo el tono de la crítica bajo la acusación reiterada de electoralismo en cada paso protagonizado por Iñigo Urkullu, una peculiar imputación intensificada tras la propuesta del lehendakari para celebrar en julio las elecciones aplazadas. Por supuesto que la propuesta tiene intención electoralista, faltaría más, puesto que de elecciones se trata. Por supuesto, también, que el rasgar de vestiduras de Otegi y Gorrotxategi tiene también un objetivo electoralista. En una situación excepcional como unas elecciones en suspenso, cualquier actitud, gesto, iniciativa o discurso tiene propósito electoralista. A decir verdad, EH Bildu y Elkarrekin Podemos también hubieran rechazado por electoralista el aplazamiento sine die. Es lo que toca.

Celebrar las elecciones aplazadas en el plazo más breve posible y con todas las garantías sanitarias y democráticas es la opción que ha propuesto el lehendakari, aunque no ha concretado la fecha. Prolongar este limbo político en el que permanecen las instituciones vascas es la opción más válida para EH Bildu y Elkarrekin Podemos. Dos alternativas: para el Gobierno, abreviar esta situación anómala; para la oposición, dejarla en suspenso sin fecha. El Gobierno para reafirmarse y la oposición para desgastarle.

No podemos engañarnos ni engañar. La política vasca está en modo elecciones, y aquí nadie se mueve obviando que las urnas esperan. Y no vale parapetarse en la inseguridad sanitaria, tan imprevisible en julio como en septiembre. Y no vale apelar a que ahora y en julio la gente está a sortear los ataques del covid-19 y no piensa en elecciones, porque en septiembre la gente estará a lamerse las heridas de la crisis económica y laboral galopante agravada con el nuevo curso que comienza. Ni ahora ni después la gente estará para elecciones, pero el problema es que para afrontar la que nos viene es preciso contar con unas instituciones sólidas y en pleno rendimiento, un Gobierno fuerte avalado por las urnas. Y de acuerdo a nuestra legalidad, a ello solo se llega a través de unas elecciones que, en la coyuntura actual, requieren las máximas garantías sanitarias.

Desde fuera de la contienda política, la verdad, se hace difícil entender que por pura ambición de poder alguien esté dispuesto a echarse a la espalda una carga como la que le espera a quien lleve las riendas del Gobierno. No son tiempos propicios para ambiciosos ni trepas. El poder, hoy, es una patata caliente a la que únicamente se puede acceder desde la responsabilidad, la entrega y el espíritu de sacrificio. Cualidades, todas ellas, poco frecuentes en quienes entienden la política como pura e intransigente confrontación. El electoralismo, en este momento, es ejercicio tan honesto como necesario. Y no arma arrojadiza.

En una situación excepcional como unas elecciones en suspenso, cualquier discurso tiene propósito electoralista

Ni ahora ni después la gente estará para elecciones, pero es preciso contar con un Gobierno avalado por las urnas