EL 5 de junio de 1968, la dirección de una incipiente ETA se reunió en Ondarroa y tomó la decisión que acabaría marcando en mayor medida su trayectoria posterior: optó por la vía del asesinato, para lo que se marcó incluso dos objetivos, los jefes de la Brigada Político Social de Bilbao y San Sebastián, José María Junquera y Melitón Manzanas, respectivamente. Este último sería, de hecho, asesinado dos meses después. Pero ese no fue el primer atentado mortal de la banda. Los acontecimientos se precipitaron y, tan solo dos días después del cónclave en Ondarroa, los miembros de ETA Txabi Etxebarrieta e Iñaki Sarasketa acabaron con la vida del joven guardia civil de Tráfico José Antonio Pardines, después de que sus caminos se cruzaran en una carretera local de Aduna. Tras la persecución posterior, el propio Etxebarrieta fue abatido por los disparos de la Guardia Civil. Fue el 7 de junio de 1968, hace ayer 50 años. Un aniversario ominoso, medio siglo con un balance de 853 personas asesinadas y 2.600 heridos a manos de ETA, que se produce además el año en el que se ha disuelto de forma definitiva.
La organización armada apenas era conocida cuando aquel día Etxebarrieta y Sarasketa se dirigían a Beasain para reunirse con Jokin Gorostidi. Pardines, natural de Malpica de Bergantiños (A Coruña) de 25 años, estaba regulando el tráfico y dio el alto al Seat 850 cupé con matrícula de Zaragoza que conducían. El agente siguió al vehículo con su motocicleta y lo hizo parar, tras lo que pidió a Etxebarrieta el permiso de circulación. Lo cotejó con el número de bastidor del coche, y tras comprobar que no coincidía, fue asesinado sin llegar a tocar su arma.
Los etarras se refugiaron entonces en casa de un cómplice en Tolosa. Los tres huyeron en un vehículo Seat pero fueron interceptados por una patrulla de la Guardia civil, que les dio el alto. Entonces se produjo un intercambio de disparos en el que Etxebarrieta cayó malherido y acabó falleciendo. El colaborador fue detenido y Sarasketa huyó tras vaciar el cargador de su pistola, pero sin acertar contra los agentes. Después de atravesar un monte acabó refugiándose en una iglesia, pero fue descubierto al día siguiente y arrestado por la Guardia Civil.
En diversas entrevistas, Sarasketa, que falleció el año pasado, ofreció su versión del encontronazo con Pardines. “Txabi me dijo: Si lo descubre, lo mato. No hace falta, contesté yo. El guardia civil nos daba la espalda de cuclillas mirando el motor en la parte de detrás. Sin volverse empezó a hablar: Esto no coincide...”. En otra declaración de 1998, el miembro de la banda agregó que su compañero “sacó la pistola y le disparó en ese momento. Cayó boca arriba. Txabi volvió a dispararle tres o cuatro tiros más en el pecho. Había tomado centraminas y quizás eso influyó. En cualquier caso, fue un día aciago. Un error. Era un guardia civil anónimo, un pobre chaval. No había necesidad de que aquel hombre muriera”.
Sin embargo, existen otras versiones del momento fatal. Gaizka Fernández Soldevilla, uno de los coordinadores del libro Pardines: Cuando ETA empezó a matar, lo explicaba en una entrevista publicada por DNA el pasado 25 de abril. El joven agente “tenía cinco heridas de bala, se encontraron cinco casquillos. Tres son de la pistola de Etxebarrieta y dos de la pistola de Sarasketa. Así pues, según las pruebas los dos mataron a Pardines”, concluía.
La tercera de las versiones es la que ha alimentado durante las últimas décadas la izquierda abertzale y la propia ETA. Según afirmaba Fernández Soldevilla a Efe, “el relato creado por ETA es el de un duelo del salvaje oeste, en el que Pardines había parado el coche y había echado mano a su pistola para atacar a los dos etarras, pero ellos fueron más rápidos”. Se convirtió así “al asesino en víctima y a la víctima en agresor”. Sin embargo, la cartuchera del guardia civil estaba cerrada, por lo que “le dieron la vuelta a los hechos, tergiversándolos y de esa manera intentan justificar todos los atentados que han llegado después”.
Testigo directo Pero éstos no fueron los únicos protagonistas de esa aciaga jornada. En primer lugar, porque José Antonio Pardines tenía un compañero guardia civil, Félix de Diego, que estaba haciendo las mismas labores que él en otro control de carretera situado a tan solo un kilómetro de distancia. Su destino fue igualmente trágico, ya que ETA le asesinó años después, el 31 de enero de 1979. En ese momento regentaba un bar en Irun y estaba casado. Estaba además en la reserva y padecía un cáncer. “ETA le mató, pero no por guardia civil sino por confidente, ya que ni siquiera sabían que era guardia civil y que fue el compañero de Pardines”, explicaba a DNA Fernández Soldevilla.
Testigo directo del asesinato de Pardines fue Fermín Garcés Hualde, camionero de profesión que, además, se enfrentó a Etxebarrieta y Sarasketa. “No sabía que eran de la ETA, solo que eran unos chicos jóvenes”, aseguró un octogenario Garcés a Efe esta semana. “No me siento un héroe ni nada de eso, lo hice por humanidad”, agregó quien, a raíz de este suceso, descubrió su vocación e ingresó en la Guardia Civil. Natural de Valtierra, ese día transportaba maíz desde Francia a Madrid. Tras pasar sin problemas el control de De Diego, llegó a la altura de Pardines cuando escuchó un sonido parecido a un disparo. Pensó que se había roto el ballestín de su camión, pero enseguida vio cómo el agente cayó muerto, al tiempo que escuchó más disparos. Bajó del camión y llegó a coger de un hombro a Sarasketa, al que espetó: “¡Quietos, asesinos, bandidos!”. Garcés fue encañonado pero salió ileso y pudo dar aviso de lo que había sucedido. Ahora, es el único que queda con vida para contarlo.